La ofensiva de Israel contra la Franja de Gaza se intensifica. Después de que el grupo terrorista palestino saliera de Gaza para llevar a cabo un brutal ataque contra Israel el 7 de octubre, el enclave se encuentra ahora bajo asedio.
Israel ha cortado el suministro de electricidad, agua, combustible y alimentos. Las advertencias israelíes han llevado a cientos de miles de palestinos de Gaza a huir de sus hogares, y las bombas israelíes ya han matado a miles de personas. Y todo ello antes de una muy esperada invasión terrestre que probablemente causará importantes bajas en ambos bandos. Algunos analistas, como Marc Lynch en Foreign Affairs y Hussein Ibish en The New York Times, han afirmado que «invadir Gaza será un desastre» y que Israel «se meterá en una trampa». Bien podrían tener razón. Las operaciones militares en terreno urbano son notoriamente difíciles y mortales. Y Hamás, como movimiento social y no sólo como grupo militante, será imposible de desarraigar por completo.
Pero Israel aún puede lograr su objetivo bélico maximalista de destruir el liderazgo y la capacidad militar de Hamás. Las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF, en sus siglas en inglés)han desplegado ya 350.000 reservistas además de los 170.000 efectivos. Aunque el grueso de estas fuerzas se destinará al frente septentrional que se enfrenta al Líbano y al grupo militante Hezbolá, quedarán soldados de sobra para las operaciones en Gaza. Mientras tanto, Hamás puede desplegar como mucho 15.000 combatientes. Las IDF tienen el control total del espacio aéreo, la costa y la frontera terrestre de Gaza. Para aplastar a Hamás, la opinión pública israelí está dispuesta a tolerar un gran número de bajas, además de las importantes pérdidas que ya ha sufrido. Además, Israel cuenta con el apoyo de actores externos esenciales, entre ellos Estados Unidos. Es difícil prever condiciones más favorables para la difícil campaña que Israel está contemplando.
Esto plantea una cuestión importante: ¿Qué ocurriría si Israel consigue derrotar a Hamás? Aunque la administración Biden considera que una ofensiva terrestre y el bloqueo de Gaza suponen un riesgo para la estabilidad regional, y teme que se desencadene un desastre humanitario, la capacidad de Estados Unidos para alterar el rumbo de Israel en este momento es limitada. Israel podría haber reducido sus propias opciones si se demuestra que es responsable del bombardeo del 17 de octubre contra el hospital árabe al-Ahli, en el norte de Gaza, en el que murieron cientos de personas. Pero si el asalto israelí previsto es un hecho consumado, Estados Unidos y sus socios deben empezar a pensar detenidamente en una serie de escenarios, incluida una Gaza sin Hamás.
La incapacitación del grupo militante será sangrienta, pero la eliminación de Hamás podría brindar una oportunidad fugaz para instaurar una nueva situación en Gaza que sea mejor que la anterior. Después de la guerra se debatirá si habrá merecido la pena el sufrimiento humano. Pero si Israel derrota a Hamás, Estados Unidos debería trabajar con las potencias regionales e internacionales para encontrar una forma de transferir el control israelí de Gaza a la administración temporal de las Naciones Unidas, respaldada por el firme mandato de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. Esta misión de la ONU ayudaría entonces a devolver Gaza al control palestino. A menos que el objetivo final sea la reactivación de la Autoridad Palestina y su control de Gaza, los países árabes se mostrarán reacios a participar en un plan de este tipo. También será difícil de vender en Israel, donde la desconfianza hacia la ONU está muy arraigada. Pero un proceso de este tipo no sólo evitaría a los palestinos de Gaza la perspectiva de una ocupación israelí indefinida y repetidas rondas de destructivas escaramuzas, o incluso guerras, con Israel, sino que también, al restaurar la administración de la Autoridad Palestina en Gaza, preservaría la posibilidad de una solución de dos Estados que ahora parece tan inalcanzable.
Liquidación del régimen
La oportunidad de establecer un acuerdo mejor en Gaza dependería en gran medida de la derrota de Hamás. Pero otros acontecimientos pueden hacer que ese resultado sea más probable. Israel está gobernado ahora por un nuevo gobierno de coalición de emergencia que incluye a centristas, que en el pasado han respaldado una solución de dos Estados para el conflicto palestino-israelí y cuentan con dos antiguos jefes de Estado Mayor de las IDF, Benny Gantz y Gadi Eisenkot. El gabinete de guerra israelí refleja una diversidad de puntos de vista que puede servir de contrapeso a la extrema derecha, que pasó al primer plano de la política israelí después de que el primer ministro Benjamin Netanyahu formara un nuevo gobierno a finales del año pasado.
El nuevo afán de la administración Biden por reafirmar el papel de Estados Unidos en Oriente Medio, más allá de sus intentos irregulares de limitar el programa nuclear iraní, también ayudará. El Secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, en particular, quiere demostrar la utilidad de la diplomacia como instrumento político y la crisis actual está hecha a medida para este objetivo. En la actualidad se desplaza por las capitales de la región. Aunque la guerra en Gaza ha echado por tierra la discutida normalización de los lazos entre Israel y Arabia Saudí facilitada por Estados Unidos, el proceso de negociación ha abierto líneas de comunicación que hacen que la coordinación de políticas entre los tres países respecto al futuro de Gaza sea una posibilidad real.
Las fuerzas israelíes se enfrentan ahora a una campaña potencialmente larga y agotadora en el territorio. El resultado de esta campaña sigue siendo incierto. Los combatientes de Hamás conocen este denso paisaje urbano, plagado de túneles y posibles trampas explosivas, mejor que sus oponentes de las IDF. Las fuerzas externas, incluidos Irán y el grupo militante libanés Hezbolá, pueden lanzar ataques contra Israel con la esperanza de complicar cualquier avance israelí en Gaza. Pero la preponderancia de la fuerza sigue correspondiendo a Israel. Con el apoyo de su superpotencia, Estados Unidos, es muy posible que Israel consiga su objetivo de expulsar a los dirigentes de Hamás y destruir la capacidad del grupo para gobernar Gaza. Mucho dependerá entonces de quién controle el terreno tras la retirada de Israel.
Después de Hamás
La respuesta de Israel a esta pregunta no está clara. Su plan de posguerra parece implicar un férreo bloqueo de Gaza que restrinja drásticamente las importaciones, rígidos controles sobre la circulación de personas a través de la frontera entre Israel y Gaza, y un sistema de incursiones oportunistas y ataques aéreos lanzados desde Israel contra objetivos dentro de Gaza cuando lo considere necesario la información de inteligencia que vaya surgiendo. El control de Gaza pasaría presumiblemente a manos de señores de la guerra o de una organización sucesora de Hamás que pudiera gobernar sobre los escombros pero que no pudiera matar israelíes. Es posible que un acuerdo de este tipo no resulte especialmente duradero. Después de todo, Hamás adquirió un arsenal y construyó una extensa red de túneles a pesar de los estrictos controles israelíes y la estrecha vigilancia de Gaza. Es difícil, quizás imposible, sellar Gaza de forma impermeable y duradera. Israel se convertiría en un carcelero, presidiendo indefinidamente un inmenso campo de prisioneros (con el que Gaza ha sido comparada durante mucho tiempo). Para Israel, y para los palestinos de Gaza, ceder el control a un tercero sería la mejor opción. De lo contrario, la situación acabará volviendo a una versión más sombría del statu quo anterior, sólo que con muchos más muertos en ambos bandos y la infraestructura vital de Gaza pulverizada.
Existe al menos una alternativa a este sombrío pronóstico. Estados Unidos podría liderar un grupo de contacto, formado por Estados vecinos y potencias externas seleccionadas, a saber, Israel, Egipto, Jordania, Arabia Saudí, la UE, la ONU y la Autoridad Palestina. El grupo elaboraría un plan para transferir el control de Gaza de Israel a la ONU una vez que cesen los combates. Se trataría de una empresa ingente para la ONU, cuya capacidad institucional ya está sobrecargada, lastrada por una burocracia rígida y complicada. Dejando a un lado estos defectos, el paso clave en esta fase sería la obtención de un mandato de la ONU en forma de resolución del Consejo de Seguridad que autorizara a los Estados miembros a organizar una administración de transición para Gaza, mantener el orden civil y los servicios públicos en coordinación con Israel y desarrollar un plan para la celebración de elecciones en Cisjordania y Gaza. China y Rusia, miembros permanentes del Consejo de Seguridad con derecho a veto, podrían obstaculizar dicha resolución. Pero asegurarse de que la solicitud de una misión procede, por ejemplo, de Egipto y cuenta con el respaldo de la Autoridad Palestina (Estado observador en la ONU) podría facilitar que China y Rusia se abstuvieran en una votación del Consejo de Seguridad o incluso que apoyaran la iniciativa.
¿Qué ocurriría si Israel consiguiera derrotar a Hamás?
Existen precedentes: una resolución del Consejo de Seguridad de 1999 puso a Kosovo bajo administración temporal de la ONU, con el mandato de dos entidades: la Misión de las Naciones Unidas en Kosovo, que actuó como administración de transición, y la Fuerza para Kosovo, que era una fuerza de la OTAN que cumplía las instrucciones del Consejo de Seguridad. Además, un mandato de la ONU no impone la necesidad de una misión de la ONU. En este caso, el precedente de una resolución del Consejo de Seguridad de 2023 que autoriza a una fuerza de mantenimiento de la paz keniana en Haití permite a una misión ajena a la ONU recurrir, a título reembolsable, a las existencias de suministros de la ONU. La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa disponía de tal autorización para su misión de vigilancia en Ucrania de 2014 a 2022 y la Unión Africana para sus fuerzas en Somalia de 2007 a 2022. Este procedimiento da rienda suelta a los organizadores de la misión, como el grupo de contacto, para formar el mejor equipo posible. Y como la misión puede no ser de la ONU, los israelíes escépticos pueden estar tranquilos sobre su utilidad.
Si el Consejo de Seguridad aprobara una resolución que ordenara un acuerdo de transición en Gaza, la misión subsiguiente tendría que tener el tamaño, la estructura y la definición adecuados. Dado que el tiempo sería esencial, el grupo de contacto, en coordinación con las agencias de la ONU, tendría que identificar y reclutar a los estados donantes y equipar y desplegar las unidades de mantenimiento de la paz y de «protección de civiles». Los equipos esenciales, como vehículos y ordenadores, se obtendrían de las reservas de la ONU. Las reglas de enfrentamiento de la misión tendrían que permitir disparar en defensa propia, y la función principal de las fuerzas de mantenimiento de la paz sería la vigilancia. La propia fuerza tendría que estar compuesta por tropas de Estados árabes, en parte para minimizar las barreras lingüísticas, pero también para reforzar la idea de que la misión está dirigida por árabes. Aplicando la regla empírica de cinco fuerzas de mantenimiento de la paz por cada 1.000 civiles, la fuerza tendría que ser considerable: 10.000 soldados o más. El cuartel general de la misión de la ONU serviría de enlace con las autoridades israelíes, la sede de la ONU y el grupo de contacto.
La administración provisional respaldada por la ONU tendría cierto parecido con la misión de gobernanza de la ONU en Kosovo, donde ésta ha logrado un éxito relativo en un entorno frágil, y con la misión de la ONU en Libia, donde respalda a uno de los dos gobiernos rivales. No faltan agencias de la ONU y organizaciones no gubernamentales capaces de organizar elecciones. Con la elección de un nuevo presidente y un nuevo órgano legislativo palestino, la misión de la ONU pasaría de un papel similar al de Kosovo a otro más parecido al de la misión de la ONU en Libia, donde la organización internacional apoya a un gobierno elegido. La misión de la ONU necesitaría un jefe poderoso, alguien capaz de enfrentarse tanto a israelíes como a palestinos y que pudiera tratar con altos funcionarios de potencias externas: alguien como Sigrid Kaag, viceprimera ministra de los Países Bajos, que anteriormente fue alta funcionaria de la ONU y enviada en Siria y Líbano.
La restauración
El objetivo político en este caso sería reactivar una Autoridad Palestina moribunda que perdió su control sobre Gaza en 2006, la última vez que se celebraron elecciones al Consejo Legislativo Palestino. El actual Presidente de la AP, Mahmud Abbas, fue elegido por última vez en 2005. A pesar del recelo y la duda con que muchos palestinos miran a Abbas y a la AP, los estados árabes no cooperarán con ningún intento de restablecer la administración de Gaza sin un papel para el organismo. Tampoco las principales potencias del Sur global, con la posible excepción de la India, que se ha acercado más a Israel en los últimos años, aprobarán dicho plan si el control del territorio no vuelve de alguna forma a los palestinos. De hecho, muchos Estados árabes, así como los del Sur global, podrían exigir algo más que elecciones y la reafirmación del control de la AP sobre el territorio; podrían exigir que Israel hiciera concesiones territoriales y detuviera la construcción de asentamientos en Cisjordania. Si no se consiguen avances sobre el terreno, una AP restaurada en Gaza carecerá de credibilidad y parecerá un mero régimen títere. Es posible que Israel se resista a hacer tales concesiones, pero los miembros centristas del gobierno de unidad podrían ayudar a inclinar la balanza.
Ninguna de estas medidas tendrá importancia si no se actúa con rapidez para reconstruir a la Gaza devastada. Aquí es donde Arabia Saudí se convierte en un factor crítico para el éxito de la transferencia de Gaza del control israelí a la ONU y la posterior consolidación del control de la Autoridad Palestina tanto sobre Cisjordania como sobre Gaza. El coste de la reconstrucción será considerable. Las infraestructuras públicas, incluidos hospitales, escuelas, carreteras, subestaciones eléctricas, tuberías de agua, sistemas de saneamiento y oficinas gubernamentales, probablemente estarán en ruinas. Sólo limpiar los escombros llevará tiempo y dinero. Sin duda, Estados Unidos intentará ser un contribuyente generoso y, con la cooperación israelí y una Cámara de Representantes que funcione, el Congreso asignará los fondos necesarios. Arabia Saudí, sin embargo, no sólo dispone de los fondos necesarios para marcar la diferencia, sino que su participación aportará a la empresa el tipo de legitimidad regional que fortalecerá a la Autoridad Palestina.
Son muchos los obstáculos que se interponen en el camino de un acuerdo de este tipo. China y Rusia pueden optar por obstruir la aprobación de la resolución necesaria en el Consejo de Seguridad. Los Estados árabes pueden no estar dispuestos a unirse a lo que muchos de sus ciudadanos consideran una fuerza de ocupación en la franja. E Israel puede negarse a hacer concesiones a los palestinos tras los ataques de Hamás y una victoria militar israelí. Pero uno de los propósitos de la diplomacia es sondear las intenciones y estimular la consideración de una gama más amplia de opciones en una contingencia. Esto es lo que requiere el momento. La alternativa es Gaza como una eterna distopía, con la violencia extendiéndose por toda la región y Estados menos capaces de hacer frente a todo tipo de desórdenes sociales y medioambientales; en otras palabras, un Oriente Medio transformado, pero no exactamente como Washington lo concibió.
Fte. Foreing Affairs