Configurar un orden mundial estable exige liderazgo político, lo que requiere un sentido fuerte y claro de la realpolitik.
Desde hace años, Estados Unidos ha centrado su atención en Asia y en su rival China, en rápido ascenso. Y no debería sorprendernos que, a la vista de la agresiva política exterior de China y de su decidido y rápido fortalecimiento militar, el nuevo concepto estratégico mundial de la OTAN, adoptado el 29 de junio de 2022, contenga por primera vez pasajes claros sobre la política de China, que va directamente en contra de los intereses de la Alianza. En la actualidad, en lugar de la vieja confrontación bilateral en bloque a la que se han acostumbrado y acomodado las partes, nos encontramos ante una rivalidad multipolar cada vez más profunda entre las grandes potencias.
¿O se trata, en última instancia, de una nueva bipolaridad entre autocracias y democracias? En cualquier caso, Rusia y China intentan profundizar sus relaciones con los regímenes autocráticos mediante una política exterior activa y también ganarse o neutralizar a los países del Tercer Mundo. China, por ejemplo, se ha decidido ahora por una «Iniciativa de Seguridad Global» encaminada a ello e intenta reforzar su influencia global y proporcionar una especie de contrapeso a los foros y formatos occidentales, entre otras cosas, manteniendo y posiblemente ampliando las asociaciones de economías emergentes como BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica).
Sin embargo, no existe un «bloque» rígido de Estados autoritarios. Esto se aplica incluso a Rusia y China, a pesar de que en su cumbre del 4 de febrero de 2022 se comprometieron a una asociación «sin límites» y afirmaron que su relación era superior a cualquier alianza de la Guerra Fría. China persigue claramente intereses egoístas, lo que también se refleja en la iniciativa de la Ruta de la Seda hacia los Estados centroasiáticos sucesores de la Unión Soviética. Además, la guerra de agresión rusa contra Ucrania no llegó en un momento conveniente para China, ya que podría frustrar o al menos obstaculizar su ascenso económico y sus esfuerzos por superar a Estados Unidos como la economía más fuerte lo antes posible. La evidente reticencia china a apoyar la guerra de agresión rusa -es decir, la abstención de Pekín en la votación en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre las anexiones declaradas por Rusia en el sur y el este de Ucrania el 30 de septiembre de 2022- ha despertado esperanzas.
Aun así, sería poco realista esperar que China diera la espalda a Rusia, a la que preservará como socio geopolítico en el (inminente) enfrentamiento con Estados Unidos por Taiwán. Por su parte, Rusia sigue dependiendo de la buena voluntad y el apoyo de China en la situación actual; sin embargo, Putin tendrá que conformarse con la posición de Rusia como socio menor, lo que probablemente no le agrade. A pesar de ello, China no podrá impedir que Putin siga escalando militarmente ante una derrota militar rusa en Ucrania.
Cabe suponer que China rechace la «desglobalización» económica surgida a raíz de la guerra. Sin embargo, queda por ver si, a la vista de los acontecimientos que se han producido en este periodo y, en particular, de las elevadas tensiones en torno a Taiwán, que reviste una importancia política primordial para el Presidente Xi Jinping, China ha adoptado un enfoque diferente.
Pero también hay fuerzas en Estados Unidos que apuestan por una división del mundo en democracias y autocracias. Sin embargo, no se puede dar por sentado que el tiempo juegue a favor de la democracia. Tras un aumento continuo del número de Estados democráticos en las últimas décadas, éste ha ido disminuyendo en los últimos años. Según el Índice de Democracia de The Economist, sólo veintiún Estados fueron clasificados como «democracias plenas» en 2021. Y estas preocupantes tendencias autocráticas y autocrático-populistas no sólo se dan en algunos estados de la UE. En Estados Unidos, la perspectiva de que un presidente republicano «America First» vuelva a tomar el poder en 2024 suscita especial inquietud en cuanto al desarrollo de las relaciones internacionales.
Hay buenas razones por las que Occidente no debería confiar en que las democracias tengan éxito en una confrontación con las autocracias. Los Estados gobernados autocráticamente no tienen por qué tener menos éxito económico, como demuestra el ejemplo de China. Están integrados en la economía mundial, lo que ha favorecido su avance económico y su éxito. Y son proveedores muy importantes no sólo de bienes industriales, sino también de materias primas de importancia estratégica.
También hay una serie de democracias con las que no se puede contar para una contestación categórica del ostracismo de los Estados autocráticos. Es el caso de países como India, que espera obtener beneficios económicos de la cooperación continuada con Rusia. Además, no debe subestimarse la actitud reservada de espera de importantes países del Tercer Mundo (por ejemplo, Sudáfrica). A estos países (con razón o sin ella) que no se consideraron suficientemente reconocidos y respetados por el mundo occidental desarrollado en el pasado; ahora se les pide que se posicionen en contra de Rusia y China y que sancionen a estos Estados, lo que les molesta, ya que ello les acarrearía considerables desventajas económicas.
¿Por qué las explicaciones anteriores y el extenso discurso histórico? A estas alturas todos deberíamos ser conscientes de que debemos adaptarnos a un nuevo orden o desorden mundial, a nuevas e importantes amenazas para la paz, la seguridad y nuestros valores. Pero el Zeitenwende (punto de inflexión) proclamado por el Canciller Federal Olaf Scholz no fue un punto de inflexión totalmente imprevisto. La guerra rusa contra Ucrania marca un cambio inesperado e incisivo, pero también forma parte de un proceso histórico que se desarrolla ahora con mayor dinamismo.
Ahora es más importante que nunca defender nuestra libertad y nuestros valores configurando una democracia bien fortificada y aplicando políticas proactivas en la Alianza y en la UE. Y, a pesar de la comprensible indignación moral y la justa ira ante las realidades bélicas de Putin, no deben ignorarse los riesgos de escalada ni las limitaciones políticas existentes.
En relación con Rusia, nos encontramos en una nueva e intensificada fase de confrontación, al borde de una Guerra Fría 2.0. En muchos aspectos, esta Guerra Fría no es comparable a la posterior a la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, a la hora de configurar la ahora crítica fase de transición que debería dar lugar de nuevo a un orden mundial estable y predecible, deberíamos extraer y aplicar sus lecciones. Ahora no es el momento de la arrogancia que, en algunos aspectos, dio forma a Occidente durante muchos años tras el fin de la división de Europa y, especialmente, tras el cambio de milenio.
La complejidad de la actual situación internacional exige respuestas de política exterior de varios niveles. La atención debe centrarse en salvaguardar nuestra libertad y democracia, así como en evitar una guerra de gran envergadura, que podría entrañar peligros existenciales para toda la humanidad. Hay que hacer frente a los riesgos de escalada, no simplemente descartarlos o ignorarlos, como lamentablemente ocurre a menudo en relación con la guerra en Ucrania. Las siguientes tareas pueden identificarse como prioritarias:
- Mantener la defensa y la solidaridad política adecuadas para disuadir la agresión y defender el territorio de todos los estados miembros de la OTAN. Esta es la base misma de la política de seguridad que debe llevarse a cabo. Por eso resulta especialmente urgente para Alemania, como para todos los demás socios europeos de la OTAN, eliminar los importantes déficits de equipamiento y capacidades de la Bundeswehr. Las medidas adoptadas hasta la fecha, en especial el fondo especial de 100.000 millones de euros asignado recientemente a la Bundeswehr para eliminar las carencias de capacidades y modernizar su armamento y equipamiento, probablemente no serán suficientes. Además, cuestiones como el restablecimiento del servicio nacional obligatorio no deberían ser tabú.
- En el marco de la OTAN, debe organizarse una defensa avanzada multinacional eficaz en la frontera con Rusia (posiblemente basada en el modelo de la pasada Guerra Fría) para poder disuadir de forma eficaz y sostenible un ataque o un «desbordamiento» del territorio de la Alianza.
- En vista de las futuras incertidumbres sobre el curso político de Estados Unidos y los efectos resultantes sobre las relaciones transatlánticas, pero también en vista de la intensificación de la rivalidad multipolar de las grandes potencias que caracterizará el orden mundial, la UE debería reforzar significativamente su capacidad de afirmarse en la escena mundial y también lograr una autonomía estratégica militar (incluso mediante una disuasión nuclear independiente).
- La competencia y la rivalidad entre grandes potencias requieren la gestión hábil y el buen juicio basado en consideraciones de realpolitik. La política deliberada de confrontación entre autocracias y democracias no haría sino intensificar las rivalidades, por lo que debe evitarse, al igual que la exclusión o el ostracismo de estados individuales. Los intereses y retos comunes, como la lucha contra el cambio climático, deberían constituir un principio rector fundamental. Será de vital importancia defender y reforzar siempre que sea posible un orden internacional basado en normas. Esto redunda sobre todo en interés de los Estados más pequeños, que de otro modo no podrían hacer valer individualmente sus intereses frente a las grandes potencias.
- A pesar de las previsiones poco favorables, se debería hacer todo lo posible para poner fin a la guerra en Ucrania lo antes posible. Para ello, debe buscarse un equilibrio de intereses entre ambos rivales. Sin embargo, y esto resultará ser un reto especialmente desalentador, debe evitarse sentar falsos precedentes. Esto último significa que, Rusia no debe ser recompensada por la guerra de agresión que lanzó contraviniendo el derecho internacional. Dado que dispone de la influencia política necesaria, Estados Unidos debería tratar con Rusia de igual a igual e impulsar con decisión una solución diplomática. Para llegar a esa solución, ambas partes tendrán que abandonar sus expectativas de ganar la guerra y deberán aceptar compromisos amargos y, a veces, salvadores. El gran riesgo de escalada, el elevado número de víctimas que cabe esperar en un conflicto militar de larga duración, así como las importantes consecuencias perturbadoras, sentidas en prácticamente todas las partes del mundo no deben aceptarse sin más.
- Ante la perspectiva de una nueva Guerra Fría en gran medida desregulada (tras la desestimación o el abandono del acervo anterior en materia de control de armamentos), es necesario reanudar rápidamente el diálogo entre las grandes potencias y reactivar el control de armamentos. Esto es necesario no sólo para estabilizar la confrontación militar y evitar errores de cálculo. Las medidas políticas de control de armamento también podrían evitar una nueva carrera armamentística y un gasto excesivo en defensa, liberando así los recursos necesarios para afrontar de forma eficaz y conjunta los retos a los que se enfrenta la humanidad en su conjunto (en particular, el cambio climático, la atención sanitaria mundial y el apoyo a medios de vida sostenibles).
- Los esfuerzos para reforzar y ampliar los marcos reguladores basados en normas deben proseguir con vigor tanto a escala mundial como regional. También debe fomentarse la cooperación entre los Estados del P5 (Estados Unidos, China, Rusia, Francia y Gran Bretaña), privilegiados por el sistema de la ONU, en aras de contener su rivalidad. Estos cinco Estados poseedores de armas nucleares, reconocidos por el Tratado de No Proliferación (TNP), tienen intereses comunes en materia de no proliferación. A corto plazo, por ejemplo, será importante preservar el régimen del TNP a pesar de la falta de avances en el desarme nuclear y reactivar el acuerdo nuclear con Irán, del que Estados Unidos se retiró unilateralmente en 2018.
- En interés de la paz y la estabilidad, las llamadas «líneas rojas» (declaradas o no) de las grandes potencias requieren atención especial. En vista del peligro de escalada, las líneas rojas centrales deben, como se hizo en la última Guerra Fría, respetarse. Para ello, la OTAN debería abstenerse de impulsar el proceso de ampliación y de aceptar como miembros a Ucrania y a los Estados del Cáucaso. Y la UE debería renunciar a gestos políticos simbólicos innecesariamente provocadores y abstenerse de centrarse de forma prominente en la perspectiva de que Ucrania se convierta en Estado miembro.
- La globalización no debería cuestionarse en lo fundamental; además de que resultaría difícil para países como Alemania, que dependen del funcionamiento del comercio mundial, esto también supondría pérdidas de prosperidad aún imprevisibles pero importantes. Además, a pesar de todos los agoreros, sigue siendo cierto que el comercio y la cooperación económica tienen un efecto que fomenta la estabilidad y el entendimiento mutuo. Independientemente de ello, es importante reducir las dependencias unilaterales en aras de evitar la posibilidad de ser chantajeado (sin embargo, es cuestionable que esto tenga éxito en todos los casos).
- En vista de la nueva rivalidad entre grandes potencias, también aumentará la competencia por la aceptación y el apoyo de importantes países del Tercer Mundo. Occidente necesita implicar más a estos estados, intensificar las relaciones con ellos y ofrecer incentivos económicos e inversiones.
La lista anterior puede parecer una enumeración de deseos piadosos. En cierto modo lo es. Los puntos de la agenda política enumerados deben transformarse en políticas concretas. Su aplicación puede parecer poco realista a corto plazo; sin embargo, la lista proporciona una guía para los retos de política exterior que hay que afrontar.
Todos deberíamos ser conscientes de los retos que plantean los cambios radicales que se están produciendo en el orden mundial. Ciertamente, los riesgos inherentes a los mismos no son del todo manejables. Sin embargo, exigen una acción decidida. A menudo es necesario abrir nuevos caminos; pero tampoco hay que ignorar las lecciones de la pasada Guerra Fría. Las palabras audaces y concisas por sí solas son tan insuficientes como insistir en la necesidad de una acción conjunta. La configuración de un orden mundial estable requiere liderazgo político. Y el liderazgo requiere un sentido fuerte y claro de la realpolitik.
Fte. The National Interest (Rüdiger Lüdeking)
Rüdiger Lüdeking es un antiguo diplomático alemán. Ha sido, entre otros cargos, Embajador y Comisario Adjunto del Gobierno Federal para el Desarme y el Control de Armamentos, Representante Permanente ante las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales en Viena y Representante Permanente ante la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa. Representante Permanente ante la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa. Antes de jubilarse en 2018 fue Embajador ante el Reino de Bélgica.