En tal día de 1522 la nao Victoria llegaba a Sevilla con los 18 marinos que habían sobrevivido a la aventura de circunnavegar por vez primera el orbe. No fue menuda la aventura a la que se enfrentaron tres años antes y que los llevó al otro lado del mundo. Y a volver para contarlo. De eso se encargó el italiano Antonio de Pigaffeta, embarcado como sobresaliente, quien por ello anotó en su cuaderno de mar las incidencias del periplo , con las que publicó un libro y giró por las cortes de Europa contándolas. Y aunque relatos parciales hubo un par más, el de Pigafetta ahormó la crónica y asentó los papeles de sus 250 actores. Unos de reparto, otros protagonistas secundarios, y un par de ellos actores estelares, cuyo trabajo se complementa para hacer esta gran obra. Ninguno imaginaba las pruebas a que se habían de enfrentar; ni que ellos, con valor, pericia y suerte, contribuirían a descorrer el velo de ignorancia que cubría al mundo. Hoy, aunque solo sea para intentar fisurar la mente marmórea de los terraplanistas, bien merece que recordemos la gesta.
Que se desarrolló como una crisis permanente, tanto por la incertidumbre de no saber nada más que el objetivo: llegar por una nueva ruta a las islas del Moluco, como por desconocer a qué grandes pruebas se tendrían que enfrentar desde un escenario tan reducido como las cubiertas de cinco embarcaciones, de los cuales solo una llegaría a buen puerto. Desde estas minúsculas naves avistarían maravillas y vivirían calamidades. Que, por un lado, evidenciarían que el infierno son los otros y, por otra, que la salvación está en conjuntarlos. Las dos caras de una misma moneda: los proyectos humanos. Prueba de la primera evidencia son los recelos, envidias, temores y ambiciones que se desataron entre los actores secundarios, quienes al comienzo se creen héroes y tan líderes como el supremo, lo que está a punto de hacer fracasar la expedición. No es un asunto de enfrentamientos por procedencia nacional, españoles contra portugueses, sino de ambiciones personales, pues contra Magallanes se rebelan notables de ambas procedencias, a los que el “homem de ferro”, trata con la misma dureza de la misión a la que se enfrenta. Ese derroche de voluntad es el que convierte a Magallanes en un héroe ante los ojos de Pigafetta, y su muerte, cubriendo la retirada de sus hombres, aún lo ensalza más.
Sin embargo, es Juan Sebastián de Elcano el que resulta decisivo para completar la aventura. Tal parece que era hombre duro, líder discreto y valeroso, y marino lleno de pericia. Duro, porque aguanta hasta el final, y conduce cuando apenas hay fuerzas; discreto y eficaz, porque su liderazgo lo obtiene no por ambición sino por descarte y porque ejerce una autoridad confiable para sus camaradas, a quienes pregunta acerca de las grandes decisiones; su probada pericia marinera la demuestra trazando una perfecta loxodrómica en su regreso por el Índico; y su valor cuando se embarca tres años después en otra expedición monumental, en la que la suerte que le había llevado a ser blasonado con el “primus circumdedisti me” le abandona y desaparece en la mar. Ni sabía ni quería hacer otra cosa. Prueba de su sabiduría de marino es que Pigafetta confía en él para embarcarse en la Victoria y hacer el tramo decisivo rumbo al poniente, y no regresar por donde vinieron, con la Trinidad. Prueba de que quería explorar es que su último embarque, tres años después lo hace sin haber cobrado el primero.
*Publicado en El Comercio el 06/09/2020
Fermín Rodríguez Gutiérrez
Catedrático de Geografía y Ordenación del Territorio
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