La Armada de Estados Unidos quiere parar la producción del misil de largo alcance más útil de Estados Unidos, apostando a que pronto dispondrá de un sustituto.
Los misiles de crucero de ataque terrestre de largo alcance de Estados Unidos (como el Tomahawk) han sido un elemento indispensable de toda acción militar importante durante más de dos décadas, incluidos los de 2017 y 2018 para castigar al régimen sirio por el uso de armas químicas. Desafortunadamente, los responsables de adquisiciones y los legisladores parecen dispuestos a cortar la producción de estas armas de ataque a larga distancia, a pesar de que su necesidad sigue aumentando.
Desarrollado y lanzado por primera vez en la década de 1980, la tecnología de misiles de crucero permitió a Estados Unidos atacar objetivos en territorio enemigo sin someter a los pilotos a los fuegos enemigos. Lanzado por aviones, buques de guerra o submarinos sumergidos sigilosos, el Tomahawk y sus semejantes vuelan a alturas muy bajas, en las que son difíciles de detectar y aún más difíciles de derribar. Estos atributos, además de una precisión que puede minimizar las bajas civiles y otros daños colaterales, han convertido a los misiles de crucero en la primera opción indiscutible en la planificación de ataques para Estados Unidos y nuestros aliados.
Inicialmente configurados como armas autónomas de «dispara y olvida», los misiles de crucero como el Tomahawk y los Conventional Air Launch Cruise Missiles han evolucionado. Las versiones actuales imitan muchas de las características de las aeronaves tripuladas, incorporando el GPS y las comunicaciones por satélite para permitir la capacidad de merodeo, la identificación de objetivos específicos, el aumento de la supervivencia, el mayor alcance, la orientación en ruta, e incluso la capacidad de alcanzar objetivos en movimiento en las variantes antibuque.
Quizás la mejor prueba del éxito de estos misiles son los esfuerzos rusos y chinos por copiarlos y contrarrestarlos. La detección temprana a mayores distancias, el spoofing, las interferencias y la mejora de las soluciones cinéticas, como el interceptor S-400 de Rusia, tienen como objetivo reducir la tasa de éxitos del Tomahawk en un 85%.
Como cualquier arma, el Tomahawk requerirá en última instancia su sustitución y las mejoras en la tecnología enemiga hacen que la necesidad sea urgente. Las principales líneas de esfuerzo para crear un arma de ataque de precisión más rápida, sigilosa y letal incluyen el Long Range Anti-Ship Missile (LRASM) y el Next Generation Land Attack weapon(NGLAW). Programadas para su introducción aproximadamente en 2025 y 2030 respectivamente, podrían ser supersónicas o hipersónicas, aún más precisas, altamente ágiles y eficaces incluso en un entorno de guerra electrónica y antimisiles desafiante.
Pero eso es sólo en el papel. Las actualizaciones «fuera de ciclo presupuestario» para sistemas militares complejos y de nueva tecnología tienen la mala costumbre de entrar en servicio mucho más tarde de lo previsto.
Por eso se debe hacer todo lo posible para evitar los recortes en la línea de compra de Tomahawk y la paralización de la producción propuesta. Cuando se carece de un diseño sólido para la adquisición subsiguiente de armas, tiene sentido seguir financiando y mejorando los sistemas actuales, hasta contar con un arsenal de misiles de sustitución plenamente probado, integrado y almacenado, especialmente cuando los misiles actuales se están empleando a un ritmo superior al previsto.
Los responsables de adquisiciones tienen el hábito, aparentemente congénito, de subestimar las exigencias de recursos y cronogramas de los nuevos sistemas y luego pagar por sus errores a partir de las cuentas de preparación y adquisición de los sistemas a ser reemplazados. Ya sea con bombarderos, cazas, helicópteros u obuses, los nuevos sistemas rara vez están listos a tiempo, siempre cuestan más de lo que se estimaba originalmente, y se compran en cantidades insuficientes para satisfacer las necesidades reales.
Esto generalmente resulta en más gastos, ya que los sistemas existentes se mantienen en servicio a través de soluciones de parches, mientras que las sustituciones prometidas llegan tarde al campo de batalla. Peor aún, los Ejércitos a veces se ven obligados a reabrir líneas de producción cerradas a un costo exorbitante.
Estados Unidos simplemente no puede permitir que eso suceda con la «batería principal» de armas de ataque a distancia de seguridad. Las armas de ataque profundo no tripuladas como el Tomahawk no son opcionales, o «es bueno tenerlas». Más que la mayoría de las armas de nuestro inventario, existen como una amenaza creíble, una fuerte disuasión, un medio para proyectar poder y hacer cumplir la voluntad política de Estados Unidos y nuestros aliados de manera que otras capacidades no pueden. Los necesitamos de inmediato, y no podemos permitirnos que nuestros adversarios asuman su ausencia o ineficacia. Su uso debe estar garantizado. Deben garantizarse cantidades suficientes. Detener su producción, como el Congreso quiere que haga Estados Unidos en 2019, es simplemente inaceptable en un mundo peligroso e incierto.
Fte. Defense One