La invasión rusa de Ucrania ha provocado una crisis alimentaria mundial, escasez de energía en todo el mundo y flujos masivos de refugiados por toda Europa. Pero quizá su consecuencia más significativa haya sido más sutil. La guerra en Ucrania ha acelerado el paso de un mundo multipolar a un sistema internacional bipolar, y lo que podría haber sido una carrera de tres caballos entre Washington, Moscú y Pekín es ahora directamente una competición estratégica entre dos potencias.
La invasión ha debilitado a Moscú. Las bajas rusas hasta la fecha se estiman en 200.000 o más. El Ejército ruso ha perdido miles de equipos blindados, escuadrones de aviones de combate y helicópteros, y ha agotado cantidades significativas de municiones de ataque de precisión y proyectiles de artillería. La cacareada fuerza mercenaria de Moscú, el Grupo Wagner, se ha vuelto tan desesperada por la falta de recursos humanos que se ha visto obligada a reclutar en prisiones y cárceles. El Kremlin ha sido objeto de importantes sanciones y se encuentra más aislado diplomáticamente que en ningún otro momento de su historia reciente, ya que Estados Unidos ha acusado formalmente a Rusia de cometer crímenes contra la humanidad.
Estas guerras militares, económicas y diplomáticas han intensificado la relación de Rusia con China, que ha acogido con satisfacción la oportunidad de «seguir avanzando en nuestra asociación estratégica integral de coordinación para una nueva era», como dijo un alto diplomático chino tras las reuniones bilaterales de febrero.
China ya ha suministrado a Rusia tecnología crucial de doble uso, incluidos teléfonos inteligentes y chips informáticos, así como imágenes por satélite que fueron de ayuda para el Grupo Wagner. Además, empresas estatales chinas de defensa han suministrado equipos de navegación marítima, tecnología de interferencia y piezas de aviones de combate a empresas de defensa rusas sancionadas, según el Wall Street Journal.
Pero ya no se trata de una asociación en pie de igualdad: Rusia ha quedado relegada a un socio menor dentro de la órbita china. Pekín ve oportunidades estratégicas. Por ejemplo, puede buscar acuerdos de petróleo y gas en condiciones favorables que sirvan a su objetivo de diversificar las cadenas de suministro energético por intereses económicos y de seguridad nacional.
Sin embargo, Rusia se está debilitando tanto que incluso China tiene reparos. A Pekín le preocupa cada vez más que Moscú se desespere catastróficamente. Al parecer, el líder chino Xi Jinping está intranquilo por el ruido de sables nuclear del Presidente ruso Vladimir Putin. Y a pesar del nuevo espíritu de cooperación, la historia cuenta una situación de desconfianza profundamente arraigada entre Rusia y China. De hecho, durante gran parte de los siglos XIX y XX, las relaciones chino-rusas se vieron empañadas por la desconfianza, el conflicto físico real por las fronteras y la competencia sobre qué país sería la principal potencia comunista. Y aunque Rusia y China parecen adoptar actualmente la mentalidad de «el enemigo de mi enemigo es mi amigo» frente a Estados Unidos, parte de esa desconfianza sigue existiendo hoy en día. Por ejemplo, el Kremlin ha instituido varias políticas para animar a los rusos a trasladarse al Extremo Oriente, principalmente por temor a que ciudadanos y empresas chinos pueblen la región, rica en minerales.
El declive de Rusia como potencia mundial llega al mismo tiempo que aumentan las tensiones entre Estados Unidos y China. Su relación bilateral lleva años deteriorándose, exacerbada por la pandemia de COVID-19, los abusos de los derechos humanos por parte china y los desacuerdos sobre comercio. El reciente incidente del globo de vigilancia chino demostró lo tensas que se han vuelto las relaciones, y el Secretario de Estado Anthony Blinken canceló un viaje previsto a China como respuesta. Las continuas tensiones en el estrecho de Taiwán fluyen y refluyen, mientras que China y Estados Unidos viven en lo que el experto en política exterior Ali Wyne ha denominado «cohabitación tensa», que sugiere quizás un deseo de «desacoplarse» mientras se ven obligados, a regañadientes, a vivir bajo el mismo techo.
Pero no nos equivoquemos, Washington y Pekín están dando grandes pasos para reducir la dependencia mutua, moviendo los puntos de estrangulamiento críticos de sus respectivas cadenas de suministro para minimizar las vulnerabilidades puestas al descubierto por la pandemia y resaltadas por la guerra de Ucrania. Semiconductores, microchips, baterías para vehículos eléctricos y otras tecnologías emergentes encabezan esta lista.
La guerra en Ucrania está exacerbando esta división. Desde el punto de vista de Pekín, puede ser favorable que la guerra se prolongue, ya que mantiene ocupados a los estados europeos y a Estados Unidos al tiempo que retrasa el tan anunciado pivote hacia Asia, consiguiendo así mayor libertad de actuación en su entorno geográfico inmediato.
Pero si China sigue avanzando por la senda del apoyo a Rusia, especialmente con ayuda militar, pondrá en peligro las relaciones de Pekín con Estados Unidos y muchos países europeos. El asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Jake Sullivan, comentó recientemente: «Creo que les alejaría de una serie de países, incluidos nuestros aliados europeos, y les pondría de lleno en el centro de la responsabilidad por los tipos de crímenes de guerra y bombardeos de civiles y atrocidades que los rusos están cometiendo en Ucrania.» Linda Thomas-Greenfield, embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, llegó a afirmar que el suministro de ayuda militar a Rusia por parte de China «sería una línea roja», sin detallar cuáles serían las consecuencias concretas si China traspasara ese umbral.
Si China armara a Rusia, Washington y Bruselas adoptarían medidas económicas y diplomáticas punitivas. También obstaculizaría el objetivo principal de la política exterior china, la Belt and Road Iniciative, que requiere relaciones comerciales positivas con las potencias regionales, algo que se pondría en tela de juicio en un entorno político internacional más divisivo.
Tal vez el argumento más sólido para que China proporcione ayuda letal a Rusia sea probar sus armas en un escenario de guerra; sin embargo, los autores siguen siendo escépticos respecto a que Xi esté dispuesto a arriesgar el acceso económico y diplomático de China al mercado europeo, que ya se ha visto perjudicado por los atroces abusos de los derechos humanos cometidos por China en Xinjiang.
Una fisura de esta magnitud dividiría aún más el mundo en distintos bloques geopolíticos, especialmente los organizados en torno a la seguridad y la tecnología.
Dentro de la dinámica más amplia de la competencia entre grandes potencias, existe una pugna por ganarse el favor de naciones consideradas indecisas. Muchos de estos países pertenecen al Sur Global y no pueden permitirse el lujo de elegir un bando. Hasta la fecha, Sudáfrica ha apoyado abiertamente a Rusia, mientras que otras potencias intermedias, como India y Brasil, se han mantenido al margen en un intento de cubrir sus apuestas. El reciente documento de posición de China sobre Ucrania, en el que pide la reanudación de las conversaciones de paz, pero no condena las acciones de Rusia, es un buen ejemplo. Al mismo tiempo que complace al público nacional, el documento de posición también ofrece una falsa credibilidad a la pretensión de China de ser una «potencia mundial responsable», especialmente cuando corteja a países de fuera de Estados Unidos y del bloque europeo, al tiempo que aviva sentimientos contrarios a Estados Unidos y a la OTAN.
Entonces, ¿qué debe hacer Estados Unidos? El Presidente Biden ha hablado de la lucha entre democracias y autocracias, intentando enmarcar la competición entre grandes potencias en términos de regímenes liberales y no liberales. Pero la caracterización más adecuada, y que puede ayudar a aprovechar los puntos fuertes de Occidente, es considerar el actual orden mundial en términos de países que protegen y creen en la soberanía, la integridad territorial y el derecho internacional. Los países que queden fuera de esa categoría estarían tomando una decisión deliberada de echar su suerte con otras naciones delincuentes.
Fte. Defense One (Colin P. Clarke y Mollie Saltskog)
Mollie Saltskog es analista sénior de inteligencia en The Soufan Group e investigadora en The Soufan Center.
Colin P. Clarke, Ph.D., es director de investigación del Grupo Soufan e investigador principal del Centro Soufan.
Publicado en coordinación con 2023 Global Security Forum, del que Defense One es socio colaborador.