La guerra ha vuelto. Es una frase que ha aparecido en muchos medios de comunicación a raíz de la invasión rusa de Ucrania el pasado 24 de febrero. Creo que es más acertado decir que la guerra, como fenómeno social, nunca se ha ido de la historia de la humanidad.
Es cierto que hace algo más de siete décadas, con la salvedad de la guerra del Golfo 1990-1991, las guerras que hemos padecido han sido de baja intensidad, de contrainsurgencia o de operaciones de mantenimiento de paz, sin encontrar ninguna que se haya librado entre estados sino entre grupos rebeldes, milicias yihadistas o de carácter terrorista, con elementos híbridos o cibernéticos. Pero una guerra de alta intensidad, una Gran Guerra capaz de afectar poderosamente a toda la comunidad internacional no se ha desarrollado en el tramo de tiempo indicado.
Los nueve (9) largos meses que ya han transcurrido de la actual guerra en Ucrania, me lleva a reflexionar sobre la naturaleza de la guerra y su interpretación por el presidente ruso, Vladimir Putin. Decía Sun Tzu en el siglo V antes de Cristo, en su libro sobre Los trece artículos sobre el arte de la guerra que “la guerra es de vital importancia para el Estado. Es el dominio de la vida y de la muerte. De ella depende la conservación o la pérdida del Imperio; es forzoso manejarla bien”. Seguía diciendo el tratadista chino que no reflexionar seriamente sobre todo lo que le concierne es dar prueba de una culpable indiferencia en lo que respecta a la conservación o la pérdida de lo que nos es más querido.
En otro párrafo de dicho libro, el súbdito del rey de Tchi entendía por Mando la equidad, el amor en particular hacia aquellos que nos están sometidos y hacia todos los hombres en general; la ciencia de los recursos, el coraje y el valor, el rigor, tales son las cualidades que deben caracterizar al que está investido de la dignidad del general.
Aproximadamente un milenio después, Nicolás Maquiavelo indicaba en el Capítulo XIV de su libro El Príncipe (1513) que “los príncipes, pues, deben hacer el arte de la guerra su único estudio y su sola ocupación, esto es, propiamente hablando, la ciencia de los que gobiernan”. Añadía el autor florentino que, gracias a ella, a la ciencia de la guerra, se mantienen los Estados, gracias a ella también, simples particulares se elevan algunas veces al puesto supremo.
Ponía como ejemplo a Fernando el Católico cuando, como rey de una España débil, este príncipe pasó a ser, a causa de lo que hizo de grande y extraordinario, el primer rey de la cristiandad. Señalaba que fue debido a dos importantes éxitos. El primero ocurrió con la guerra para conquistar el Reino de Granada que fue el fundamento de su grandeza ante los poderosos de Castilla.
El segundo, se produjo al cubrirse con el manto de la religión que le permitió expulsar a los moros de sus Estados, a los judíos y a cuantos en nombre de la fe cristiana podían ser expoliados en beneficio suyo y a continuación atacar sucesivamente África, Italia y Francia. Efectivamente, fue una iniciativa inteligente y extraordinaria ponerse a la sombra de una Iglesia pujante y acaudalada para aumentar su poder mediante la guerra. Para Maquiavelo, la guerra es una herramienta de la política con independencia de que la religión también juegue un papel muy importante.
A unos tres siglos de distancia del Renacimiento, en el que vivió Maquiavelo, Carlos Clausewitz, en su obra De la guerra, publicada a principios del siglo XIX, penetró más profundamente en la esencia de la naturaleza de la guerra. En efecto, el tratadista prusiano definía a la guerra como “un acto de fuerza para obligar al contrario al cumplimiento de nuestra voluntad”. El “medio” era el acto de fuerza y el “fin” someter al enemigo a nuestra voluntad. También señalaba este autor que no existían límites al empleo de la fuerza.
Sin embargo, un siglo después, el concepto de “acto de fuerza”, la fuerza física, había cambiado sustancialmente. Si en los albores del siglo XIX, el “acto de fuerza” era, fundamentalmente, la potencia militar, la masa de maniobra de las fuerzas militares, ya en la Primera Guerra Mundial apareció el término de guerra total del general alemán Enrich Friedrich Ludendorff, que luego lo describiría en detalle en el libro Der totale Krieg, en 1935. En el libro, Ludendorff argumentaba que era necesario movilizar todos los recursos humanos y materiales de una nación porque, en su opinión, la paz tan solo era un intervalo entre guerras.
Hoy, el acto de fuerza, “el medio”, es mucho más amplio y profundo que el descrito por Clausewitz, siguiendo el pensamiento de Ludendorff, ya que abarca no solamente a las Fuerzas Armadas sino también a todos los recursos de la nación desde la economía a la milicia, pasando por la alta tecnología, la cibernética, el ciberespacio, la energía, la cultura o la opinión pública sin olvidar que la situación estratégica internacional especialmente sustentada en el equilibrio de las relaciones de fuerzas, entre otros elementos – proxis o aliados -, afecta muy directamente a la guerra .
En cuanto al “fin”, en la época de Napoleón y en la I y II Guerras Mundiales, era obligar al enemigo a someterse a nuestra voluntad, destrozando sus fuerzas militares y ocupando su territorio al mismo tiempo que el adversario quedaba bajo la autoridad ineludible del vencedor. En el momento actual, ya no es necesario que se destruya o se aniquile al enemigo, sino que es suficiente con que cumpla con los criterios políticos, económicos, sociales o diplomáticos, entre otros, implantados por el vencedor, que despliega normalmente algún contingente militar en su territorio – la ocupación siria de Libano 1976-2005 o la guerra de Georgia 2008 -.
Si analizamos lo que está ocurriendo en la guerra en Ucrania, vemos que se están cumpliendo los considerandos expresados por los diferentes tratadistas con algunas observaciones importantes ya sea en el nivel de definición de la guerra donde se incluyen los sentimientos y las intenciones hostiles clausewitzianas o ya sea en el entorno en el que se mueve tomando como apoyatura la cantidad de elementos razonables o no que intervienen en la misma, desde la voluntad hasta la responsabilidad pasando por el uso de las tecnologías emergentes o por la interpretación de las fronteras intelectuales, éticas, morales y materiales que pueden emplearse.
Pero si parece que hay un elemento capital – con una vieja y condenable historia – en esta primera Gran Guerra del siglo XXI. La llamo así porque es la primera vez en este siglo que se sustancia un enfrentamiento entre dos actores, dos voluntades, inicialmente entre un gran poder y un país de una dimensión estratégica mucho menor pero que, posteriormente, ha derivado en una división de la comunidad internacional en dos posturas enfrentadas, una democrática que apoya claramente a Ucrania, y otra, autoritaria que está a favor de Rusia.
El elemento al que me refiero es el poder, más en concreto, al síndrome de Hubris o enfermedad del poder. El ansia de poder de Putin es desmedido. Es un sentimiento radicalmente emocional que tiene sus raíces en sus vivencias durante la época soviética – contraria al amor a los sometidos que decía Sun Tzu -. Con independencia de que piense que el territorio ucraniano es Rusia, la ambición, el deseo y la voluntad de dominar y someter al pueblo ucraniano son signos de una mente déspota cercana a Hitler y Stalin.
En definitiva, para Putin la naturaleza de la guerra engloba su particular interpretación de las consideraciones expuestas más arriba a las que se añade la lucha de voluntades, la continuación de la política por otros medios y el uso de la fuerza sin límites. Posiblemente la niebla de la guerra enunciada por Clausewitz sea la responsable de las crueldades, destrozos y muertes sin límites que se están produciendo en la guerra en Ucrania. En todo caso, el culpable es el presidente ruso que ha sido quién ha iniciado la guerra.
GD (R) Jesús Argumosa Pila