El analista Joshua Huminski sostiene que Estados Unidos debe presionar a Europa para que sea más independiente en el ámbito de la defensa, incluso a costa de la industria de defensa estadounidense y, en general, de su influencia en el viejo continente.
Tras el despiadado ataque de Rusia a Ucrania, las naciones europeas están más dispuestas que nunca a centrarse en su propia defensa. En el siguiente artículo de opinión, Joshua Huminski, director del Mike Rogers Center for Intelligence & Global Affairs, sostiene que Estados Unidos debería alentar ese impulso, aunque pueda parecer que, a corto plazo, sale perdiendo.
Tras la invasión rusa de Ucrania, las muestras de solidaridad de Europa hacia su vecino oriental no han tenido precedentes. En el momento de escribir estas líneas, las naciones e instituciones europeas han proporcionado colectivamente a Kiev ayuda militar por valor de unos 30.000 millones de dólares. Sin embargo, esta cifra es superada por la ayuda de Estados Unidos, que ronda los 42.000 millones de dólares.
El hecho de que el esfuerzo combinado de muchas naciones europeas, aunque loable, se quede corto con respecto al de Estados Unidos es una prueba más de que no sólo los gobiernos continentales no estaban preparados para semejante terremoto geopolítico, y que su sector de defensa tampoco. Más allá de París o Berlín, esto debería preocupar a los responsables políticos a miles de kilómetros de distancia en Washington, DC.
Y es que una Europa preparada para defenderse mejor y asumir mayor liderazgo en materia de seguridad en su propio patio trasero redunda en beneficio de los intereses estratégicos a largo plazo de Estados Unidos, permitiéndole quizás, por fin, pivotar realmente hacia el Indo-Pacífico.
Durante demasiado tiempo los países europeos han dependido de Estados Unidos y de la OTAN para su seguridad y defensa, sin invertir lo suficiente en su propio territorio y, en consecuencia, viéndose incapaces de garantizar la seguridad continental. La ampliación de la OTAN para incluir a Finlandia y, con el tiempo, a Suecia, no debe suponer el punto final de la transformación de la defensa europea; en todo caso, aumenta la urgencia y la oportunidad de hacerlo.
Ahora mismo Washington debe impulsar la mayor integración europea en seguridad y defensa, y al mismo tiempo mayor autonomía. Si no lo hace, la oportunidad se cerrará y los recursos norteamericanos se diluirán cada vez más en su intento de hacer todo en todos los teatros. Esta transformación exigirá que Washington renuncie a cierto control político e influencia en Europa y ceda espacio en la industria mundial de defensa. Pero estratégicamente merecería la pena.
Como concepto, la autonomía estratégica está cargado de significado y resulta controvertido tanto en Washington como en Europa. Aparecido por primera vez en el documento de «estrategia global» de la Unión Europea en 2016, ha seguido siendo un concepto bastante nebuloso. Un analista de seguridad en París enmarcó las actitudes europeas sobre el tema como autonomía estratégica para Francia, paciencia estratégica para Alemania y un abrazo estratégico a Estados Unidos para Polonia. En mis conversaciones con responsables políticos y diplomáticos franceses en París a principios de este verano, la autonomía estratégica en la práctica representaba todo, desde el muy ambicioso desarrollo de capacidad autónoma de transporte pesado hasta bases industriales de defensa mejor integradas en el continente (algo quizás más alcanzable).
Dejando a un lado la vaguedad conceptual y el cinismo, las aspiraciones del Presidente francés Emanuel Macron de autonomía estratégica europea deberían aprovecharse como una oportunidad para la recalibración y transformación de la política de seguridad y defensa continental que debería haberse producido hace tiempo. Fomentar la autonomía estratégica europea debería ser una política estadounidense fundamental, independientemente de la administración en el poder.
La invasión de Ucrania por parte de Rusia sirvió de llamada de atención para el continente y creó un espacio para mayor integración y mayor autonomía estratégica. Irónicamente, Ucrania podría haber sido la demostración perfecta de esta independencia. Si los aparatos de defensa y seguridad continentales hubieran estado en una posición más fuerte, Europa bien podría haber asumido mayor parte de la carga tanto antes como inmediatamente después del estallido de las hostilidades. No se trata de restar importancia a las aportaciones de países como Reino Unido, Francia, Polonia y otros, ni de cuestionar el compromiso de las naciones europeas con la defensa inmediata y la seguridad a largo plazo de Ucrania.
Washington tiene parte de la culpa por no haber fomentado la autonomía estratégica europea antes del conflicto. En lugar de verlo como una oportunidad, los responsables políticos de Washington lo desestimaron en gran medida como un acecho francés para la visión poco realista que París tenía de su poder y posición en la arquitectura continental, por no hablar de la competencia por los intereses nacionales de la industria de defensa.
La presión ejercida por Washington, en público y en privado, para que se cumplieran los objetivos de gasto en defensa de la OTAN del 2 por ciento, un compromiso reafirmado en el último comunicado, se consideró en gran medida como un medio para aumentar la compra de armamento norteamericano, más que como una oportunidad para reinvertir en la base industrial de defensa europea.
Pero más autonomía estratégica europea complementaría y apoyaría los esfuerzos de la OTAN; no se trata de perspectivas mutuamente excluyentes.
¿Cómo sería en la práctica la autonomía estratégica europea? A nivel táctico Europa y Estados Unidos harían bien en volver a aprender las lecciones de la homogeneidad y la estandarización. La proliferación de diferentes sistemas de armamento y estándares de proyectiles de artillería de 155 mm, por ejemplo, se ha puesto de manifiesto en Ucrania, obligando a Kiev a emplear una «frankenfuerza». El establecimiento de estándares comunes para las municiones, los montajes y el intercambio de datos mejoraría enormemente el rendimiento operativo, al tiempo que dejaría espacio para la competición.
Desde un punto de vista más estratégico, el conflicto convencional de alta intensidad en Ucrania ha demostrado que satisfacer las demandas de la guerra moderna está resultando difícil, si no imposible, ya que las líneas de producción estaban funcionando a niveles de sostenimiento en el mejor de los casos. Ampliar las operaciones para satisfacer la demanda en toda Europa es un proceso largo, pero que debería haber empezado mucho antes de lo que lo ha hecho. La incapacidad de los gobiernos europeos para dar las señales de demanda necesarias a la industria sigue siendo un obstáculo importante.
A largo plazo, más inversión nacional en bases industriales de defensa supondría más capacidad continental para sostener la guerra en curso en Ucrania, pero también para prepararse para el futuro. El comunicado de la OTAN de Vilna reconoce la importancia crítica de la base industrial de defensa: «Una industria de defensa fuerte en toda la Alianza, incluyendo una industria de defensa más fuerte en Europa y más cooperación industrial de defensa dentro de Europa y a través del Atlántico, sigue siendo esencial para proporcionar las capacidades necesarias».
Estados Unidos haría bien en fomentar la autonomía estratégica europea por varias razones. En primer lugar, mayor reparto europeo de la carga de la seguridad y defensa continental significa que Estados Unidos no tendría que desempeñar un papel tan importante, liberándole para otras preocupaciones estratégicas más apremiantes. Europa más autónoma desde el punto de vista estratégico tendría capacidad de disuasión, aseguraría sus fronteras y respondería a las emergencias continentales a medida que fueran surgiendo.
Las exigencias de garantizar la seguridad europea y la disuasión en el Indo-Pacífico pondrán a prueba la capacidad militar y de defensa de Estados Unidos. Contener las ambiciones hegemónicas de China y disuadir sus designios sobre Taiwán es la principal preocupación estratégica de Washington, y como tal debe centrar sus esfuerzos en ese ámbito. Aunque se trata de teatros diferentes con requisitos operativos distintos, evitar la extralimitación estratégica debería ser una prioridad fundamental para Washington. Europa más fuerte y estratégicamente autónoma ayudaría a evitar el riesgo de extralimitación.
Europa más independiente estratégicamente en un momento en el que Estados Unidos mira hacia el Indo-Pacífico no significa que Washington vaya a abandonar el continente a su suerte. Ni mucho menos. El papel de Estados Unidos cambiará y debería cambiar: en lugar de actuar como un leviatán, actuaría como primus inter pares.
Esto, sin embargo, daría lugar naturalmente a varias contrapartidas. El aumento del gasto europeo en defensa y la expansión de la base industrial de defensa europea supondrían más competencia para las empresas de defensa estadounidenses. Esto, en sí mismo, no es necesariamente malo. Mayor competencia debería conducir a mayor innovación, inversión y oportunidades de beneficio. Esto también exigirá cierta humildad estratégica a medida que Washington trabaje por, con y a través de sus socios europeos. Washington tendrá que renunciar a cierto grado de control e influencia, aunque los países europeos tendrán que dar un paso adelante para que la transformación tenga éxito.
No se trata de perder autoridad o influencia, sino de maximizar los recursos y potenciar los intereses de forma estratégica. Construir la autonomía estratégica europea requiere tiempo y recursos, y ahora es más urgente que nunca que ambos se empleen de forma inteligente para garantizar la seguridad del continente y, de paso, la de Estados Unidos.
Fte. Breaking Defense (Joshua C. Huminski)
Joshua C. Huminski es Director del Mike Rogers Center for Intelligence & Global Affairs del Center for the Study of the Presidency & Congress, y miembro del National Security Institute de la Universidad George Mason.