Irán quiere más inversiones chinas, pero Pekín quiere primero avances en la cuestión nuclear.
Detrás de las sonrisas de los líderes iraníes y chinos en Pekín, bien puede haber frustración. El presidente iraní, Ebrahim Raisi, visitó la capital china con la esperanza de apuntalar el apoyo internacional a su país y extraer ventajas económicas de la relación mutua. Por su parte, el presidente chino, Xi Jinping, quería aprovechar la visita para impulsar la resolución de las negociaciones en curso sobre el programa nuclear iraní. Por desgracia para ambos, es poco probable que consigan lo que desean.
Para Raisi, era importante demostrar que Irán no es el paria internacional que muchos en Occidente suponen. Irán también está luchando económicamente; además de hacer frente a las sanciones que se volvieron a imponer al país después de que el entonces Presidente de EE.UU. Donald Trump retirara su país Joint Comprehensive Plan of Action (JCPOA), la economía de Irán ha estado lenta, a pesar del aparente fin de la pandemia. La inflación es alta, del 40%, mientras que el crecimiento del PIB se ha ido ralentizando, del 4,7% en 2021 al 3% en 2022 y al 2% previsto para este año, según el FMI.
Es posible que Raisi esperara que la visita a China desbloqueara más fondos e inversiones. En 2021, ambos países firmaron un acuerdo de cooperación de 25 años. Aunque los medios de comunicación sugirieron (sin fuentes fiables) que las inversiones implicadas serían sustanciales, por valor de hasta 400.000 millones de dólares, hay pocos indicios de que eso esté ocurriendo. En 2022, las empresas chinas representaron sólo 185 millones de dólares, es decir, el 3% de las inversiones totales. De hecho, en los últimos años Rusia se ha convertido en mayor inversor en Irán que China. En su lugar, Raisi tuvo que conformarse con que Irán y China firmaran más acuerdos, unos 20 en total, entre ellos sobre comercio y turismo.
La vuelta al JCPOA, por el que se eliminan las sanciones a cambio de que Irán congele su programa nuclear, podría ser un primer paso útil para desbloquear más inversiones chinas. Puede que Xi estuviera pensando en eso cuando implícitamente culpó al comportamiento de Estados Unidos del actual estancamiento de las conversaciones. Ciertamente, los chinos consideran que deben ser los estadounidenses quienes den el primer paso.
Sin embargo, las palabras de Xi ocultan las posibles dificultades a las que pueden enfrentarse los chinos. Una de ellas es el desequilibrio en la relación entre ambos países. Económicamente, la situación actual beneficia más a los chinos que a Irán. Esto es especialmente notable cuando se trata de las ventas de petróleo en el período posterior al JCPOA. Desde la reimposición de las sanciones, la capacidad de Irán para vender su principal producto de exportación se ha vuelto más limitada. Cada vez más, Irán ha tenido que depender de las compras chinas, lo que ha beneficiado a ésta al permitirle adquirir petróleo iraní a un precio inferior al del mercado mundial.
La disparidad entre ambos no ha pasado desapercibida en Teherán. No sólo algunos miembros del régimen temen depender demasiado de China, sino que la opinión pública en general también se muestra escéptica.
Otra área de riesgo para Pekín es aferrarse a su posición actual sobre el JCPOA. Aunque los chinos se oponen a la proliferación de armas nucleares, siguen considerando el JCPOA como la principal herramienta para lograrlo en lo que respecta a Irán. Pero centrarse en el JCPOA puede resultar miope para Pekín, especialmente si los acontecimientos en torno al reactivado programa nuclear iraní cruzan un punto de no retorno.
Cuando se acordó el JCPOA en 2015, se diseñó para contener el programa nuclear iraní, que era ostensiblemente civil. La retirada de Estados Unidos del acuerdo no fue seguida por ninguno de los demás firmantes, incluido el propio Irán. Es de suponer, pues, que el acuerdo sigue en vigor.
Sin embargo, Irán utilizó la retirada estadounidense como luz verde para reiniciar su producción y el almacenamiento de material nuclear. Teherán siguió haciéndolo incluso mientras entablaba un diálogo indirecto con los estadounidenses. A finales del año pasado, Irán se acercaba a un umbral en el que se sospecha que dispone de material suficiente para estallar y producir una bomba nuclear.
En caso de que Irán decida fabricar una bomba o saber que puede hacerlo, se habrá cruzado una línea; las negociaciones y el propio acuerdo serán superfluos. Para China, así como para el resto de la comunidad internacional, esto supondrá una nueva prueba: Cómo manejar un Irán nuclear.
Al mismo tiempo, las implicaciones de tal acontecimiento tendrían repercusiones más allá de Irán y de la relación de China con este país. Dada la desconfianza generalizada entre los vecinos de Irán, esto podría constituir una importante transformación de la política regional, que tendría implicaciones para Pekín y sus relaciones con esos otros países.
Ante esa perspectiva, es comprensible por qué Xi habría querido apoyar a Irán manteniendo el foco en el JCPOA. Al mismo tiempo, hay pocos indicios de que los dirigentes iraníes consideren que la vuelta al acuerdo nuclear sea su principal preocupación. En consecuencia, la relación sino-iraní podría sufrir más.
Fte. The Diplomat (Guy Burton)
Guy Burton es profesor adjunto de Asuntos Internacionales en la Brussels School of Governance. Es autor de «China and Middle East Conflicts» (Routledge, 2020).