El 4 de febrero de 2022, el presidente chino, Xi Jinping, recibió a su homólogo ruso, Vladimir Putin, durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín, tras lo que, ambas partes hicieron pública una declaración conjunta, en la que afirmaban que la asociación de China y Rusia era más que una alianza tradicional y que su amistad «no conocería límites». Veinte días después, Rusia invadió Ucrania.
La descarada maniobra de Putin suscitó de inmediato el recelo de Pekín; aunque muchos observadores percibieron que la había respaldado o, en el mejor de los casos, ignorado voluntariamente. El estrecho acercamiento de Rusia a China desde entonces no es ninguna sorpresa, dada su acuciante necesidad de socios ante el aislamiento mundial. Más sorprendente es la firme negativa de Pekín a distanciarse de Moscú, a pesar de los costes para su imagen global y sus intereses estratégicos.
Incluso cuando Rusia se ha convertido en un paria, Pekín no ha interrumpido los intercambios bilaterales ni las maniobras militares conjuntas, ni ha rebajado sus exhortaciones públicas a profundizar en la coordinación estratégica con su amigo del norte.
La determinación de Pekín de mantener los lazos con Moscú es en parte práctica. Los dirigentes chinos quieren mantener de su lado a su vecino y antiguo rival, dotado de armamento nuclear, ante la perspectiva de una intensa competencia a largo plazo con Estados Unidos.
Pero el alineamiento de China con Rusia no es sólo una cuestión de realpolitik. Pekín considera a Moscú su socio más importante en el proyecto más amplio de alterar un orden mundial que percibe como injustamente sesgado hacia Occidente. En este orden, según la línea china y rusa, Estados Unidos y sus aliados establecen las reglas en su propio beneficio, definiendo lo que significa ser una democracia y respeto a los derechos humanos, al tiempo que conservan el poder de aislar y castigar a los actores que no respeten esas normas. Pekín y Moscú afirman buscar un orden multipolar «más justo» que tenga más en cuenta las opiniones y los intereses de los países en desarrollo.
Sin duda, estas aspiraciones revisionistas resuenan en el Sur global e incluso en algunos sectores del mundo desarrollado. Pero la designación por Xi de Putin como aliado clave en la lucha por un mundo menos centrado en Occidente ha supuesto, en última instancia, un revés para Pekín en la consecución de sus objetivos. La asociación de China con una Rusia revanchista no ha hecho sino llamar más la atención sobre su propia postura agresiva hacia Taiwán. La percepción de un endurecimiento del eje chino-ruso ha reforzado, a su vez, los lazos entre los aliados y socios de Estados Unidos. Y la proximidad de China a Rusia ha socavado la credibilidad de las afirmaciones de Pekín de ser un paladín de la paz y el desarrollo.
En resumen, el alineamiento chino-ruso ha demostrado ser mucho más amenazador para el orden liderado por Estados Unidos en su concepción que en su funcionamiento. No cabe duda de que la alianza todavía puede causar daños, por ejemplo, protegiendo a países como Rusia y Corea del Norte de las medidas punitivas de Naciones Unidas y permitiendo que continúen sus agresiones. Pero las prioridades contrapuestas de Pekín y Moscú y las perspectivas generalmente sombrías de este último limitan la capacidad de la pareja para revisar el orden mundial existente de forma verdaderamente coordinada y radical. No obstante, los líderes occidentales deberían aceptar que es probable que fracasen los esfuerzos por presionar a Pekín para que corte sus lazos con Moscú. A corto plazo, Estados Unidos y sus aliados deberían centrarse en evitar que la alianza se desvíe por una senda más destructiva, aprovechando el gran interés de Pekín en preservar la estabilidad mundial. En términos más generales, Washington y sus aliados deberían reconocer que China y Rusia están canalizando un descontento real con el orden internacional existente en muchas partes del mundo, y deberían ponerse manos a la obra para tender puentes entre Occidente y el resto.
Amigos por necesidad
Desde la llegada de Xi al poder en 2012, Rusia se ha convertido en uno de los principales socios de China, con un fortalecimiento constante de los lazos económicos, políticos y militares. Moscú y Pekín empezaron como aliados en los primeros días de la Guerra Fría, pero décadas de rivalidad y desconfianza siguieron a una ruptura por diferencias ideológicas que surgió a finales de la década de 1950. Pekín y Moscú han vuelto a unirse en el siglo XXI debido a los agravios compartidos con Occidente y a los claros paralelismos que perciben en sus respectivas situaciones, con Rusia acusando a la OTAN de cerco y China sintiéndose acorralada por las alianzas de Estados Unidos en Asia. Los dirigentes chinos y rusos comparten también el temor a las «revoluciones de colores», levantamientos populares que han derrocado a gobiernos autocráticos en todo el mundo, incluso en antiguos Estados soviéticos, que según ellos son intentos de cambio de régimen patrocinados por Occidente.
Durante las últimas décadas, China ha rehuido las alianzas formales por razones tanto pragmáticas como ideológicas y ha criticado la vasta red de alianzas de Estados Unidos como un «vestigio de la Guerra Fría.» Pero Pekín ha recurrido cada vez más a la gimnasia semántica para hablar de su alineamiento con Rusia. Las declaraciones chinas insisten regularmente en que la asociación bilateral «no es una alianza» y «no está dirigida» contra terceros, al tiempo que defienden que la relación entre China y Rusia «supera» a las alianzas tradicionales. Incluso antes de la declaración conjunta de febrero de 2022, Pekín había subrayado que ningún ámbito de cooperación estaba fuera de los límites y que la asociación se mantendría firme frente a los vientos en contra internacionales.
Los fuertes lazos militares han crecido paralelamente a esta camaradería retórica desde el primer ejercicio militar conjunto chino-ruso realizado en 2005. Desde 2012, las dos partes han participado en entrenamientos cada vez más ambiciosos y frecuentes, incluidas maniobras navales en los mares de China Oriental y Meridional y compromisos conjuntos con terceros, como Irán, Sudáfrica y miembros de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), una agrupación de Estados liderada por China. A finales de 2021, China y Rusia fueron noticia por la celebración de su primer ejercicio naval conjunto en el Pacífico occidental, durante el cual sus buques navegaron por vías clave en torno a Japón.
Los lazos económicos también se han estrechado en la última década, en la que ambas partes han firmado docenas de acuerdos de cooperación en materia de energía, infraestructuras, agricultura, finanzas y tecnología. El volumen del comercio bilateral ha aumentado en las dos últimas décadas, pero también se ha desequilibrado cada vez más, ya que la economía china ha eclipsado rápidamente a la rusa. En 2021, China representaba el 18% del comercio total de Rusia, mientras que Rusia sólo representaba el 2% del de China. Las principales exportaciones de Rusia a China son recursos naturales, como gas, petróleo y carbón, que pueden ser importantes hoy en día, pero lo serán menos a medida que Pekín se oriente más hacia las fuentes de energía renovables. Las principales exportaciones de China a Rusia, sin embargo, son en gran medida productos manufacturados, como maquinaria y electrónica. Rusia depende abrumadoramente de la economía china, más avanzada, para importar tecnología, desde semiconductores hasta equipos de telecomunicaciones.
Aspirantes a revolucionarios
Esta relación material coexiste con un alineamiento ideológico cada vez más intenso. Tanto China como Rusia pretenden desafiar lo que perciben como un orden mundial dominado por Occidente que permite a Estados Unidos y sus aliados imponer sus intereses a los demás. Los dos países han protestado con frecuencia contra la primacía de los «valores occidentales» en los foros internacionales y han abogado por un entendimiento condicional de los derechos humanos y la democracia, definidos «de acuerdo con la situación específica de cada país». En su declaración conjunta de febrero de 2022, China y Rusia insistieron en que ellos también son democracias y arremetieron contra «ciertos Estados» por usar el «pretexto de proteger la democracia y los derechos humanos» para sembrar la discordia entre otros países e intervenir en sus asuntos internos.
Pekín y Moscú acusan a Washington de recurrir injustamente su poder económico, incluida la posición privilegiada del dólar estadounidense en el sistema financiero mundial, para imponer medidas punitivas a sus rivales. China y Rusia se han opuesto a las sanciones occidentales, a pesar de emplear ellas mismas la coerción económica contra otros. Pekín ha argumentado que las sanciones impuestas fuera de los auspicios de la ONU violan el «derecho al desarrollo» de los Estados, un concepto que tiene sus raíces en los esfuerzos del Partido Comunista Chino, tras las protestas de 1989 en la plaza de Tiananmen, por dar prioridad al «derecho a la subsistencia» por encima de las libertades civiles y políticas. Aunque China ya no lucha contra la preocupación por la subsistencia básica, Pekín ha criticado las restricciones a la exportación de alta tecnología y otras medidas de desvinculación adoptadas por Estados Unidos y sus aliados por considerar que limitan injustamente el desarrollo y el «derecho al rejuvenecimiento» de China. Pekín también ha usado este lenguaje para oponerse a las sanciones occidentales a Rusia, independientemente de sus ofensas, alegando que las sanciones infringen los derechos económicos de Rusia y tienen efectos secundarios perjudiciales para los países en desarrollo.
En el Sur global, China sigue presentándose como defensora apolítica del desarrollo, una postura que Rusia apoya. Ambos han ensalzado las virtudes de los proyectos chinos, como la Belt and Road Initiative, un vasto programa de desarrollo de infraestructuras, y la más recientemente anunciada Global Development Initiative, un plan todavía vagamente definido que se considera sucesor de la Belt and Road Initiative y que, según Pekín, «devuelve» el desarrollo al centro de la agenda mundial. Estas iniciativas, junto con los mensajes chinos sobre el desarrollo, han encontrado un público receptivo en el Sur global, dado que muchos países de renta baja desean un desarrollo rápido, pero siguen siendo reacios al escrutinio internacional sobre su gobernanza nacional.
Xi y Putin se han reunido en persona 39 veces desde 2012.
A lo largo de los años, Pekín y Moscú han impulsado diversas medidas para debilitar el control estadounidense de la economía internacional. Han cooperado para crear instituciones y mecanismos financieros alternativos que hagan mella en el dominio del dólar y atenúen el impacto de las sanciones occidentales. Este esfuerzo ha cobrado mayor urgencia desde la invasión rusa de Ucrania y el posterior aislamiento de los principales bancos rusos del sistema internacional de pagos SWIFT. Desde que Pekín y Moscú acordaron en 2019 impulsar el uso de las monedas nacionales en el comercio transfronterizo, el banco central ruso ha reducido significativamente sus tenencias de dólares y ha aumentado su inversión en yuanes chinos. Alrededor de una cuarta parte del comercio chino-ruso se liquida ahora en renminbi y rublos, y este porcentaje aumentará tras el anuncio el pasado otoño de que China empezará a pagar el gas ruso mitad en renminbi y mitad en rublos. Los esfuerzos de Pekín y Moscú por reducir el dominio del dólar han sido muy bien acogidos en agrupaciones amigas como la OCS y el BRICS, que reúne a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.
En el centro de la alineación ideológica de China y Rusia está el deseo común de debilitar la vasta arquitectura de alianzas liderada por Estados Unidos en Europa y Asia. Ambos países acusan a Washington y a sus aliados de violar el principio de «seguridad indivisible» al promover sus intereses de seguridad a expensas de los de los demás. El Kremlin ha empleado este argumento para justificar su guerra en Ucrania y desviar la culpa del conflicto hacia la OTAN. Y esta narrativa ha calado en muchas partes del Sur global, gracias en parte a los medios de comunicación estatales chinos que amplifican los argumentos rusos.
En Asia, Pekín ha señalado el fortalecimiento de la red de alianzas de Estados Unidos, incluido el Diálogo Cuadrilateral de Seguridad, una asociación de seguridad entre Australia, India, Japón y Estados Unidos, y AUKUS, una asociación entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos, como prueba de la contención de China liderada por Estados Unidos. Pero Pekín se enfrenta a una ardua batalla para desafiar la presencia estadounidense, dado que muchos gobiernos asiáticos están preocupados por el comportamiento agresivo de China y acogen con satisfacción el papel equilibrador de Estados Unidos en la región.
A pesar de intentar cambiar elementos del actual orden mundial, Pekín y Moscú no desean revisar todos los elementos de la arquitectura existente. Siguen insistiendo en que Naciones Unidas y Consejo de Seguridad de la ONU deben desempeñar un papel de liderazgo en la escena internacional. Esta postura no resulta sorprendente, dados los privilegios de los que gozan China y Rusia como miembros permanentes del Consejo de Seguridad y su capacidad para reunir a socios del mundo en desarrollo en la ONU.
Fte. Foreing Affairs