La gente lo llama ahora Mukhayyam al-Shuhada: el Campo de los Mártires. Situado en el Líbano entre pintorescas colinas y huertos de cítricos cerca de la frontera israelí, el asentamiento de refugiados albergaba un amplio aparato de servicios sociales, políticos y de reclutamiento de militantes creado por organizaciones palestinas.
Por eso, cuando comenzó la invasión, el campo ocupaba un lugar destacado en la lista de Israel. Primero, paramilitares apoyados por Israel rodearon la comunidad, atrapando a los civiles en su interior. A continuación, llegaron dos docenas de tanques de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF, siglas en inglés). Según los testigos, los tanques dispararon contra las escaleras de los edificios, a menudo el punto más débil de una estructura, para destruir las vías de escape y penetrar en los refugios subterráneos. A esto siguieron intensos bombardeos aéreos. Una bomba alcanzó un centro comunitario; de los 96 civiles que se refugiaban allí, sólo sobrevivieron dos. Los milicianos palestinos del campo resistieron durante tres días y medio. Finalmente, las IDF también usaron fósforo blanco para reducirlos. Los supervivientes dicen que recuerdan las estelas turbias que el producto químico dejaba en el aire, junto con las quemaduras negras en forma de cráter que dejaba en la piel de la gente. Según los líderes de la comunidad, en la batalla murieron aproximadamente 2.600 de los 16.000 residentes del campo.
Este ataque bien podría ser una escena de la actual guerra de Israel en Gaza, donde las IDF emplean tanques, ataques aéreos y (según grupos de derechos humanos) fósforo blanco en sus ataques contra ciudades y campos de refugiados palestinos. Pero la batalla ocurrió en realidad durante un conflicto que tuvo lugar hace 41 años. El asalto a Burj al-Shamali, nombre formal del Campo de los Mártires, fue una de las primeras urbanas durante la invasión israelí de Líbano en 1982. La guerra comenzó después de que un grupo marginal palestino intentara asesinar al embajador de Israel en Reino Unido. El objetivo inmediato de la invasión era erradicar la Organización para la Liberación de Palestina, sus facciones guerrilleras (entre ellas Fatah y el Frente Popular para la Liberación de Palestina) y otros grupos militantes palestinos. Pero las autoridades israelíes también tenían otras ambiciones. Al tiempo que atacaban la infraestructura militar y civil palestina en el sur de Líbano, esperaban crear una zona tampón a lo largo de la frontera entre Israel y Líbano, poner fin a la presencia de Siria en Líbano e instalar un gobierno cristiano de derechas en Beirut.
Las similitudes entre la invasión israelí de Líbano y sus operaciones en Gaza van más allá de la mera elección de tácticas. Entonces, como ahora, la invasión comenzó tras un impactante ataque palestino. Entonces, como ahora, los líderes israelíes optaron por una respuesta maximalista. Entonces, como ahora, gran parte de los combates tuvieron lugar en zonas urbanas densamente pobladas, con militantes a menudo entremezclados entre civiles. Y entonces, como ahora, las IDF usaron fuerza desproporcionada.
Este paralelismo no es alentador. Si Líbano sirve de guía, la guerra de Israel en Gaza acabará mal tanto para los palestinos como para los israelíes. A pesar de su superioridad militar, Israel nunca consiguió erradicar a la OLP. En su lugar, los principales logros de las IDF fueron matar a decenas de miles de civiles, fragmentar los grupos palestinos en células más pequeñas que pasaron años realizando operaciones de ataque y fuga, inspirar el ascenso de un nuevo partido militante libanés, Hezbolá, y perder a más de 1.000 de sus propios ciudadanos en una ocupación que se prolongó hasta el año 2000. Es un patrón que ya se está repitiendo. Hasta el 12 de noviembre, cuando el asalto de las IDF cortó las comunicaciones con muchos hospitales de Gaza, al menos 11.000 civiles palestinos habían muerto a causa de los combates, una cifra que seguirá aumentando. El ataque de Hamás del 7 de octubre masacró a unos 1.200 israelíes, la mayoría civiles, y Hamás ha afirmado que algunos de los 240 rehenes israelíes tomados durante la incursión han perecido en bombardeos de las IDF. El Ejército israelí también ha perdido al menos 39 soldados en Gaza.
Al fin y al cabo, es poco probable que Israel acabe con Hamás o la Yihad Islámica. Puede debilitarlos significativamente, como hicieron las IDF con la OLP y muchas facciones guerrilleras en 1982. Pero los grupos se reharán y surgirán otras organizaciones para llenar cualquier vacío, al igual que hicieron los grupos islamistas a finales de la década de 1980. En cambio, lo que descubrirán los responsables israelíes es algo que ya deberían haber comprendido y que los expertos regionales saben desde hace años: no existe una solución militar al conflicto palestino-israelí.
El Vietnam de Israel
Los refugiados palestinos viven en Líbano desde la Nakba -o «catástrofe»- de 1948, cuando más de 700.000 palestinos fueron expulsados de sus tierras que se convertirían en Israel. Entre 100.000 y 130.000 de estos refugiados huyeron a Líbano. Allí, la mayoría de los palestinos se asentaron, temporalmente, supusieron, en ciudades costeras libanesas. Los más pobres fueron a campos de refugiados. Las leyes impedían a los palestinos tener propiedades, trabajar en 72 profesiones diferentes o naturalizarse, relegando a muchos a la pobreza permanente y a un estatus de segunda clase.
En 1969, las autoridades libanesas y palestinas firmaron el acuerdo de El Cairo, por el que una rama de los servicios de inteligencia libaneses cedía a la OLP el gobierno de los campos de refugiados. La OLP pasó entonces años creando un vasto aparato de gobierno y servicios sociales en Líbano, incluso a través de sus facciones militantes constituyentes. Esas facciones guerrilleras, como Fatah y el Frente Democrático para la Liberación de Palestina, construyeron guarderías y clínicas médicas, al tiempo que patrocinaban tropas de exploradores y gupos de baile. Al mismo tiempo, dirigían campos de entrenamiento y reclutaban en gran medida entre la población refugiada marginada, así como entre las comunidades libanesas, convirtiendo el sur del Líbano en una base desde la que lanzar cohetes Katyusha y mortíferas operaciones insurgentes contra las ciudades del norte de Israel. Israel tomó represalias bombardeando repetidamente campos palestinos y pueblos fronterizos libaneses, así como con asesinatos selectivos e incursiones de comandos.
Las IDF también llevaron a cabo operaciones de mayor envergadura, de las cuales «Paz para Galilea», el nombre israelí de su invasión de 1982, no fue la primera. De hecho, las IDF habían invadido el sur de Líbano cuatro años antes en respuesta a un secuestro de autobús transfronterizo dirigido por Fatah en el que murieron docenas de israelíes. La invasión de 1978 fue menor que la de 1982, pero aun así desplazó a más de 285.000 personas del sur del Líbano y mató a miles de ciudadanos libaneses y palestinos. Terminó con la adopción de dos resoluciones de la ONU que exigían la retirada de Israel, el establecimiento de la Fuerza Provisional de la ONU en Líbano para hacer cumplir esas resoluciones y un acuerdo de alto el fuego entre Israel y la OLP. Pero no debilitó al movimiento militante palestino.
La Operación Paz para Galilea fue diseñada para ser más amplia y definitiva que el plan de 1978. Pero inicialmente también debía ser rápida. Los responsables militares y de inteligencia la planearon originalmente como una misión de 48 horas en la que las IDF erradicarían la infraestructura de la OLP y las instalaciones de la guerrilla dentro de una zona fronteriza de 40 kilómetros antes de retirarse.
Pero cuando se puso en marcha a principios de junio, la Operación se vio inmediatamente afectada por la desviación de la misión y el pensamiento de grupo. Rafael Eitan, Jefe del Estado Mayor de las IDF, y Ariel Sharon, Ministro de Defensa, se mostraron especialmente beligerantes y presionaron para que los militares se adentraran en territorio libanés mucho más de lo previsto. Sharon, al igual que el actual primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, fue acusado de perseguir la guerra para servir a sus propios intereses políticos. (Las encuestas nacionales israelíes muestran niveles abismales de apoyo a Netanyahu, que está siendo juzgado por corrupción y podría ser destituido cuando termine la guerra).
El gabinete de Netanyahu, al igual que el del Primer Ministro israelí Menachem Begin en 1982, está dominado por partidarios de la línea dura, por lo que la guerra está siguiendo una senda agresiva. Las fuerzas israelíes ya están luchando dentro de la ciudad más grande de Gaza, y el objetivo maximalista del gobierno, exterminar a Hamás, significa que no hay una estrategia aparente sobre cómo y cuándo deben terminar los combates. En Líbano, una estrategia igualmente beligerante e imprecisa costó decenas de miles de vidas civiles y destrozó la infraestructura del país. Sharon y Eitan incluso ordenaron a las IDF que sitiaran Beirut durante el verano de 1982, cortando el suministro de agua, alimentos, electricidad y transporte a la población de la capital, de más de 620.000 personas, durante más de un mes. Finalmente, Israel obligó a la OLP y a la guerrilla a retirarse, pero sólo después de matar al menos a 6.775 residentes de Beirut, entre ellos más de 5.000 civiles.
Israel está llevando a cabo un asedio aún más exhaustivo de Gaza, y con resultados igualmente desastrosos. Pero a los dirigentes israelíes no parecen preocuparles los costes humanitarios. El ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, por ejemplo, declaró que su país estaba luchando contra «animales humanos» y que actuaría en consecuencia. Su línea se hace eco del sentimiento de Eitan, que se jactó en abril de 1983 de que una vez que los israelíes «colonizaran la tierra, todo lo que los árabes podrán hacer al respecto será escabullirse como cucarachas drogadas en una botella».
La asombrosamente deshumanizada valoración de Eitan ilustra en parte por qué las IDF tuvieron tantos problemas en el sur del Líbano. Convencidos de su superioridad, los líderes militares israelíes no esperaban ni se entrenaron adecuadamente para una intensa resistencia palestina o libanesa. Como resultado, cuando las fuerzas israelíes avanzaron por la carretera costera que une las principales ciudades de Líbano, a menudo se vieron desbordadas por la feroz oposición que encontraron en los campos de refugiados, densamente poblados y empobrecidos, y en las comunidades libanesas locales. Incluso cuando muchas unidades del Ejército de Liberación de Palestina se derrumbaron y los comandantes de las guerrillas huyeron bajo el fuego de las IDF, las milicias de los campos, es decir, los grupos dedicados a la defensa de sus comunidades de origen, consiguieron, individualmente, mantener a raya a las IDF durante días empantanándolas en la guerra urbana, volando tanques y matando a múltiples oficiales israelíes.
Pensemos, por ejemplo, en la batalla por Ain al-Hilweh, un campo de refugiados en la ciudad de Sidón. Durante toda una semana, grupos de milicianos palestinos desbarataron las maniobras israelíes sorteando sinuosos callejones, edificios ocupados y túneles subterráneos antes de tender emboscadas a las fuerzas israelíes. Hicieron estallar los vehículos blindados de transporte de tropas y los tanques de las IDF únicamente armas ligeras. Al menos un joven palestino se hizo famoso por su habilidad para atacar las torretas de los tanques en el punto exacto con granadas propulsadas por cohetes, destruyendo las articulaciones de los tanques, inutilizando los vehículos y dejando al descubierto a los soldados que se encontraban en su interior. El campo era tan letal para los israelíes que las IDF se retiraban cada noche por seguridad, sacrificando las ganancias territoriales que conseguían durante el día. Finalmente, recurrieron al bombardeo del campo con munición convencional y armas incendiarias, incluido el fósforo blanco, para tomarlo, arrasar las ruinas y seguir avanzando hacia el norte.
Los combates terrestres no fueron la única forma en que Israel trató de eliminar la resistencia. También recurrió a los arrestos masivos, deteniendo a 9.064 palestinos y libaneses en un solo campo de prisioneros sólo en 1982. Pero esto también fue contraproducente para las IDF. Sometidos a interrogatorios y palizas, los presos, no todos militantes, protagonizaron levantamientos y fugas. Muchos de los que eran guerrilleros volvieron a sus facciones anteriores y siguieron luchando. El encarcelamiento masivo y la destrucción de los campos también crearon una amplia población de mujeres, niños y ancianos palestinos sin hogar a los que las fuerzas israelíes no estaban preparadas para ayudar, y que se convirtieron en algunos de los críticos más poderosos de las IDF. Un movimiento de protesta encabezado por mujeres palestinas de Ain al-Hilweh, por ejemplo, se puso en contacto con grupos internacionales de derechos humanos, organizaciones de medios de comunicación y Naciones Unidas para llamar la atención sobre su difícil situación. Organizaron manifestaciones, bloquearon carreteras y quemaron simbólicamente las tiendas de campaña inadecuadas que las Naciones Unidas les proporcionaron, actos de los que informaron periodistas y organizaciones de derechos humanos. La reputación internacional de Israel, ya de por sí deteriorada, sufrió un nuevo golpe.
Hoy, la reputación de Israel no va mucho mejor. Tras el derroche de simpatía que siguió al brutal ataque de Hamás, las noticias sobre el conflicto se han centrado cada vez más en la matanza causada en Gaza. Los medios internacionales también han publicado historias sobre la violencia de las milicias de colonos israelíes en Cisjordania. Según informes de The New York Times, The Washington Post, Reuters y organizaciones de derechos humanos, los colonos de Cisjordania han matado a ocho palestinos desde el 7 de octubre, entre ellos un niño. Las IDF, que protegen a los colonos, han matado al menos a otros 167, entre ellos 45 niños. Además de asesinar a palestinos, los colonos han recurrido a incendios provocados, asaltos a mano armada y amenazas de muerte para expulsar a casi 1.000 de ellos de sus aldeas. Estos ataques se parecen a la violencia llevada a cabo por las milicias libanesas de derechas en 1982 y 1983, que amenazaron y expulsaron a las poblaciones palestinas de Sidón, de nuevo bajo la vigilancia de las IDF.
De hecho, la alianza entre las IDF y las milicias ayudó a producir lo que se convirtió en la masacre más infame de la Operación Paz para Galilea. Después de que una bomba matara al aliado israelí y presidente electo libanés Bashir Gemayel en septiembre de 1982, las IDF ocuparon el oeste de Beirut y rodearon su campo de refugiados de Sabra-Shatila, de donde impidieron a los palestinos entrar o salir del campo o de los barrios circundantes, pero dejaron entrar en la zona a milicianos libaneses cristianos aliados. Durante dos días seguidos, estos milicianos arrasaron el distrito que rodea el campo de Sabra-Shatila, matando al menos a 2.000 civiles palestinos y cometiendo otras muchas atrocidades, como torturas y actos de violencia sexual. Los soldados de las IDF, mientras tanto, bombardearon el distrito y lo iluminaron con bengalas.
La masacre indignó a todo el mundo, incluso dentro de Israel. Unos 350.000 israelíes se unieron a una protesta nacional que pedía la dimisión de Begin y Sharon, lo que llevó al gobierno a realizar una investigación pública sobre la masacre. La Comisión Kahan resultante declaró que Sharon era personalmente responsable de la violencia, y declaró que las acciones de Eitan eran «equivalentes a un incumplimiento del deber». Sharon se vio obligado a dimitir y Eitan se retiró, ambos en 1983. Begin dimitió ese mismo año.
Fte. Foreing Affairs (Sarah E. Parkinson)
Sarah E. Parkinson es Profesora Adjunta Aronson de Ciencias Políticas y Estudios Internacionales en la Universidad Johns Hopkins. Es autora de Beyond the Lines: Social Networks and Palestinian Militant Organizations in Wartime Lebanon.