En un mundo alborotado y cuya economía se encasquilla, muchos opinan que la Unión Europea no debe despreciar la crisis para recomponerse, pues es la potencia tractora que evitará el descarrilamiento de algún vagón desenfilado.
Las pandemias, como las guerras mundiales, afectan a toda la humanidad y siguen siendo una constante en la historia. Antes se diferenciaban más. Unas mataban a bombazos y otras en silencio. La guerra se hizo sigilosa, híbrida, asimétrica; pero, como siempre, utiliza todos los recursos. Ahora integrados y amplificados por el conocimiento y la técnica hasta límites ¿insospechados?. Por su escala, ambas se convierten en fenómenos geopolíticos . Con ellos, el caleidoscopio del mundo reposiciona a las naciones. La recomposición se logra se manera directa, cuando el enemigo o el rival se ve dañado o se le quita la moral; o indirecta, al extraer consecuencias, aprovechar las oportunidades y forjar nuevas alianzas. Este poder reestructurador era el que aconsejaba a Winston Churchill “no despreciar nunca una buena crisis”.
Chimérica sucedió a la guerra fría. Era la palabra que reunía China y América, para definir el vínculo que asociaba a la nación más poderosa con la emergente. Esta financiaba a la otra y mientras tanto crecía. Como en la guerra fría, si alguna rompía la alianza, aseguraba la destrucción mutua. Pero el crecimiento de la emergente se hizo muy evidente, como se expresó en el XIX Congreso Nacional del Partido Comunista de China, cuando su secretario general anunció que abría la “nueva era”, en la que el objetivo era, además de llegar a Marte y tallar de nuevo al Everest, colocarse en el podium global a mediados del siglo. Para un peculiar presidente americano, que busca la reelección separándose de la corriente de las administraciones anteriores, la estrategia Chimérica conduce a la derrota. Y, como no quiere perder, toma medidas. Económicas, manteniendo a todo vapor el sistema productivo y lanzando unos billones de dólares a la economía. Científico-tecnológicas, fichando facultativos para ser el primero en tener la vacuna. Medíaticas, y quizás legales, derivadas de la acusación a China de negligencia o malevolencia facilitadora de la expansión vírica.
Un panorama de actores globales
Y al revés. Oficiales de la administración china ven la larga mano norteamericana en sus males. Que ellos han sido los primeros en superar. Aunque no hayamos conocido la dimensión real de su problema, pues su fuerte no es la transparencia informativa. En cualquier caso. ¿Qué consecuencias tendrán estas declaraciones?. ¿Es una escalada en la ruptura de Chimérica o un arma electoral de uso momentáneo?. China, recientemente ha mostrado al mundo, en el mayor desfile militar de la historia, que su ejército, por ahora, no es invasor sino territorial, que sirve para asenderar a su inmensa población por el camino comunista-ultracapitalista trazado por el partido-pastor, sin que desde dentro a ninguno se le ocurra cambiarlo; si no le bastase el crecimiento que, hasta ahora, antepone a todo. Hacia fuera se le ha presentado la ocasión de mostrar que su sistema, autoritario y burocrático, aparentemente es capaz de contener una amenaza. Hecho lo cual dispone su gran aparato productivo para ofrecer apoyo a sus amigos más leales y a los que podrían serlo, aunque militen en otros clubes de una liga planetaria cuya economía se encasquilla.
Entre tanto, Rusia aspira a recuperar su dignidad conducida por su redentor. Si China lo cifra todo al crecimiento para saludar al mundo desde el palco planetario. Rusia se fija en mostrar el poderío que le permita reconstruirse como lo que fue: un imperio regional, unido por una autoridad al modo no exactamente europeo, sino propia de las ricas estepas del petróleo y del gas que, junto con protección, y desinformación, ofrece, a la menor oportunidad, a quien venga con ella.
Europa oscila, presionada. Desde fuera y desde dentro. Acostumbrada a torear de salón, ahora le ha salido un cuatreño astifino, al que habrá de lidiar, cooperando cuadrilla, respetable y empresa. La Unión tiene que demostrar que lo es, mediante una respuesta colectiva y solidaria, o ser derrotada por los egoísmos nacionales, y con ellos algunas formas de populismo, más o menos autoritario. Alemania da señales de que ejercerá su liderazgo europeo con sensatez y solidaridad. Falta hará, ya que un plan anunciado por el gobierno español equivalía al PIB anual de Portugal. El Brexit le hizo un costurón a la Unión y le arrancó un fragmento nunca bien soldado. El Reino Unido apoya sus relaciones exteriores en tres patas: el sagrado vínculo atlántico, con los EEUU; la Commonwealth, con sus antiguas colonias; y la UE. Ha elegido la primera y será correspondido. Entretanto sigue comerciando con EEUU y China en mejores condiciones que los demás europeos.
Hispanoamérica se ve afectada, en mayor o menor grado en función del perfil de desorganización interna de sus administraciones, cuyas direcciones políticas adolecen de credibilidad y capacidad. Sus megaciudades, desurbanizadas, son un buen ecosistema para que el virus actúe. Aparentemente en la inmensa India también, aunque como en África, ¿quién sabe distinguir las proporciones de una nueva crisis? , ¿será que la población de sus 54 países es inmune, que funcionan las medidas de aislamiento externo, o que no recuentan?.
COVID-19 parece la matrícula de un largo tren que esperaba en la estación. La casualidad, o lo que sea, se introdujo en la cabina del maquinista, y liberó el freno, con lo que el tren echó a andar. Los vagones, que no estaban preparados para salir, topetan unos contra otros; hay una gran ruido y confusos movimientos, pero el tren sigue avanzando. Los topetazos en los vagones menos preparados se hacen mayores y puede ocurrir que el tren se corte y algún vagón descarrile. Europa tiene sus papeletas. Pero no será vencida por un coronavirus. Sin embargo, tendrá que sacar consecuencias. Una de ellas es que la solidaridad de los donantes debe conjugarse con la responsabilidad de los receptores. Y ambas acreditarse ante las instituciones de la Unión, que debe moverse como un tren coherente, cuyos vagones-Estados transportan 500 millones de ciudadanos, que no conviene compartimentar, pues siguen siendo unidades para estabilizar un mundo que se descontrola con facilidad. Que es vulnerable a la crisis sistémica, a cuyo control contribuyen las organizaciones supra-estatales con cooperación, masa crítica y organización eficiente, y ésta es la que se asegura con libertad, seguridad y autonomía de los ciudadanos, además de fiabilidad de las instituciones. Precisamente, los materiales con los que se ha construido la Unión Europea, cuya potencia tractora evita el descarrilamiento de algún vagón desenfilado.
Dr. Fermín Rodríguez Gutiérrez
Catedrático de Geografía y Ordenación del Territorio
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