Durante un período del conflicto sirio, Estados Unidos empleó todos los métodos posibles para derrocar al indeseado gobierno de Assad. Al principio, Washington proporcionó apoyo financiero y militar a la oposición moderada, pero cuando una serie de grupos armados respaldados por Estados Unidos no estuvieron a la altura de las expectativas, la Casa Blanca prestó atención a los kurdos sirios, que suponían una fuerza consolidada y mucho más fiable.
Tras obtener el apoyo de Washington, los grupos kurdos rechazaron por completo las negociaciones con Assad y comenzaron a coordinar sus acciones únicamente con las autoridades estadounidenses, que los utilizaron como fuerza principal en la lucha contra el ISIS. A cambio de su lealtad, las fuerzas democráticas sirias esperaban realizar su sueño bajo la protección de Estados Unidos: crear su propio estado en las regiones del norte de Siria.
Como resultado de la colaboración con los kurdos se logró un avance en la lucha contra Daesh, se tomó una parte importante del país árabe, se creó la administración autónoma del norte y el este de Siria y se comenzó a cooperar con varios países occidentales e incluso con algunas organizaciones internacionales.
En 2018 Donald Trump declaró la victoria final sobre los terroristas en Siria y comenzó la retirada de los militares estadounidenses de Siria, dejando únicamente una pequeña fuerza, cuyo objetivo principal es la protección de los campos de petróleo y gas de posibles ataques terroristas.
Sin embargo, ese equilibrio de poder no le ha sentado bien a Turquía, el aliado clave de Estados Unidos de la OTAN en la región que, por su parte, considera al Partido de los Trabajadores del Kurdistán y a todas las unidades kurdas que operan en Siria como organizaciones terroristas, por lo que llevó a cabo una serie de operaciones militares destinadas a mantener la estabilidad y la seguridad cerca de su frontera sur.
Como resultado de las operaciones «Olive Branch» y «Peace Spring», Turquía y sus grupos armados respaldados apartaron a las unidades kurdas y tomaron bajo su control el cantón de Afrin y los distritos del norte de las provincias de Raqqa y Hasakah. Al mismo tiempo que las autoridades estadounidenses decidieron no enfrentarse a su socio de la OTAN y dejaron a las Syrian Democratic Forces (SDF) a merced del destino.
Hasta la fecha, las unidades de las SDF realizan tareas encomendadas por la Casa Blanca recibiendo, en cambio, un escaso apoyo. En las condiciones actuales su situación es poco envidiable, ya que no sólo Turquía, sino también los representantes de las tribus árabes locales descontentos con sus acciones pretenden destruirlas, y el hecho de la ausencia de ayuda militar esencial por parte de Estados Unidos agrava esta situación.
Al depender de un «aliado» tan poco fiable como Washington, los kurdos se han visto acorralados y ahora tienen que proteger sus territorios de las fuerzas turcas y sus aliados, por un lado, y mantener la autoridad sobre la población árabe que vive en los territorios controlados por ellos, por otro. Hasta ahora se las arreglan para realizar distracciones y ataques terroristas contra las fuerzas turcas con el objetivo de debilitar su influencia en Siria. Pero, ¿podrán continuar con este enfrentamiento armado? Es evidente que Estados Unidos no entrará en un conflicto directo con Turquía por el bien del destino del pueblo kurdo, teniendo en cuenta que tales acciones pueden conducir a la terminación de la futura asociación militar y también amenazarán la integridad de la OTAN.
Fte. Modern Diplomacy