Grandes flotas atravesaron el Atlántico durante más de dos siglos en la llamada Carrera de Indias. En el regreso a la metrópoli venían cargadas con metales preciosos, por lo que se las conocía como flotas de la plata. La Corona las esperaba como agua de mayo, ya que era frecuente, ante la permanente necesidad de recursos, el utilizar su carga como garantía de préstamos bancarios. Se puede comprender fácilmente que para los enemigos de España la captura de estas flotas era objetivo preferente, pues además del éxito de la empresa para el depredador, provocaba en el contrario un desastre económico nacional de primera magnitud.
Evolución de la Carrera de Indias
Las primeras navegaciones al Nuevo Mundo durante el siglo XVI comenzaron a regularizar su estructura a mediados de siglo, al diseñar el almirante Pedro Martínez de Avilés una flota de buques mercantes agrupados y escoltados por una fuerza de buques de guerra. Esta disposición aseguraba una defensa eficaz ante la que por parte del enemigo solo cabía oponer una agrupación naval de suficientes velas para tener alguna posibilidad de éxito. Contra este dispositivo, corsarios y piratas tenían poco que hacer, salvo la captura de buques rezagados. Las flotas seguían unas derrotas muy definidas y los tiempos de paso eran fáciles de calcular, ya que la época de huracanes del Caribe ponía límites a la partida desde La Habana; la segunda mitad de agosto marcaba la fecha final para dar a la vela. Este puerto era el lugar de reunión habitual de las flotas de Tierra Firme, que habían partido de Cartagena de Indias, y las de Nueva España, procedentes de Veracruz, para su regreso conjunto a la península una vez finalizadas las ferias de Portobelo y Méjico.
Los lugares de acecho más frecuentados por parte de fuerzas enemigas eran las costas próximas a la bahía gaditana, así como el archipiélago de las Azores; otro lugar menos habitual se situaba en las inmediaciones del puerto cubano. Para enfrentarse a estas posibles amenazas ante la proximidad de las flotas de la plata se destacaban a estos lugares embarcaciones rápidas, que tenían por misión explorar el océano en busca de enemigos para poder generar señales de alerta y así inducir un cambio de derrota o puerto de destino. En ocasiones, se enviaban a estas zonas flotillas de apoyo de cierta entidad que se sumaban a los escoltas hasta su entrada en puerto.
El trofeo buscado
Las primeras flotas que regresaban a mediados del siglo XVI traían un cargamento de metales preciosos en los que predominaba por su valor el oro, pero al descubrirse en la década de los cincuenta las minas de plata más importantes (Potosí, Guanajuato, Zacatecas…) y, ya no digamos, cuando en los setenta se comienza a aplicar el método de extracción llamado de “patio”, basado en el mercurio, el valor de la plata superaba en mucho al del oro, de ahí la denominación de “flotas de la plata”. La producción de las minas de plata americanas, de las que la Corona percibía un quinto de lo extraído, suponía un ochenta por ciento de la producción mundial. Gracias a este metal el comercio europeo levantó cabeza ya que las minas de plata europeas estaban prácticamente exhaustas y, curiosamente, también China se benefició a través del comercio con el Galeón de Manila.
Una sola flota capturada
Durante la Carrera de Indias la potencia naval de España sufrió diversos vaivenes. Los reinados de Carlos I, Felipe II y Felipe III, podían presumir de unas fuerzas navales potentes sin apenas rivales de consideración, pero durante el reinado de Felipe IV y, concretamente, a partir de la derrota de Las Dunas en 1639 contra las Provincias Unidas, el poder naval español comenzó un periodo de declive que solo se frenó con la llegada de los borbones en el siglo XVIII. Durante este siglo se produjo el renacimiento de la flota hasta conseguir igualar a la marina francesa a finales de la centuria, aunque a mucha distancia del poder naval británico.
Se puede considerar, por tanto, un éxito, que al tener como enemigos a fuerzas navales más poderosas se haya podido mantener a salvo estas flotas, excepto en 1628, en que fue capturada la que procedía de Veracruz por una flota holandesa con veinticinco velas bajo el mando del almirante Piet Heyn. Antiguo corsario, capturado y condenado a galeras durante cuatro años, era un buen conocedor del Caribe y de las rutas de las flotas, por lo que situó sus buques cerca de La Habana a la espera de las flotas de Veracruz y Cartagena que transportaban la plata de los particulares y de la Corona.
Era imposible ocultar su presencia al gobernador cubano, por lo que conociendo los procedimientos habituales dispuso de rápidas embarcaciones que debían interceptar los avisos cubanos a las dos flotas. Los que partieron para Veracruz fueron capturados, pero no pasó lo mismo con los de Cartagena, que dieron la alerta por lo que la flota permaneció en puerto. Por el contrario, la flota de Veracruz, con una reducida escolta, partió sin temor alguno para caer en manos de Piet Heyn, ofreciendo una defensa desastrosa que llevó a su general al mando Juan Benavides, a ser encarcelado y luego ajusticiado en Sevilla. La flota de Heyn, perteneciente a la Compañía de las Indias Occidentales, repartió un jugoso dividendo entre los accionistas y permitió, con los beneficios adquiridos, preparar una potente flota con vistas a instalarse en el Brasil portugués.
Otros casos menores
En otras dos ocasiones la flota de la plata fue destrozada, pero no capturada. En 1656, al inicio de un conflicto bélico con Inglaterra, el almirante inglés Blake capturó frente a Cádiz la nave capitana de la flota de Tierra Firme haciéndose con un botín de dos millones de pesos. Meses más tarde, al conocer que la flota de Nueva España se dirigía a las Canarias, entró en el puerto de Santa Cruz de Tenerife hundiendo la mayor parte de los navíos que habían burlado el bloqueo inglés y desembarcado la carga transportada.
Por último, en 1702, al comienzo de la Guerra de Sucesión a la Corona española, la flota de Nueva España fue alertada en Azores de la presencia de una flota angloholandesa en las cercanías de Cádiz, por lo que alteró el rumbo a Vigo donde pudo desembarcar los metales preciosos. Cuando la potente flota angloholandesa conoció el puerto de arribada, marchó sobre la ría de Vigo enfrentándose a los galeones españoles, que habían navegado con la protección de una escolta francesa. Ante la desproporción de fuerzas la mayoría de los galeones españoles fueron incendiados para evitar su captura.
Conclusión
Que a lo largo de más de dos siglos solamente una flota de la plata fuese capturada por el enemigo puede considerarse como un éxito rotundo. Si, además, consideramos que durante una buena parte del siglo XVII y XVIII las fuerzas navales españolas se encontraban en inferioridad de condiciones respecto al enemigo, hay que concluir que los planteamientos realizados para proteger las flotas fueron realmente eficaces. Ante la falta de unidades de escolta jugaron un papel muy importante los buques corsarios españoles armados por las autoridades caribeñas, que conocían perfectamente sus aguas e incordiaban en todo momento al enemigo.
Enrique Tapias Herrero
Capitán de Navío (RR)
Doctor en Historia de América
Asociación Española de Militares Escritores (AEME)