La agresión rusa a Ucrania ha revalorizado, de forma abrupta y dramática, la importancia de la alianza estratégica transatlántica. Hasta hace poco, la OTAN era considerada una organización en declive, una vez que Washington había transferido su prioridad política y estratégica al área Indo-Pacífica, llegando incluso a establecer una nueva alianza con Australia y el Reino Unido (Aukus). Ahora, en cambio, se está reconsiderando seriamente el contenido que debe recoger el nuevo concepto estratégico, pendiente de aprobarse en el Consejo Atlántico del próximo Junio.
Sin duda, la creación de la OTAN respondió a la necesidad de enfrentar la amenaza del comunismo soviético, de acuerdo con la doctrina norteamericana de contención. No obstante, Estados Unidos quiso expresamente evitar un compromiso estratégico mundial, restringiendo su aplicación al área euro-atlántica.
Durante medio siglo, la OTAN desempeñó eficazmente su función de garante de la seguridad transatlántica mediante la disuasión, tanto nuclear como convencional, y llegado el caso mediante la intervención militar, como en Kosovo (1999). Sin embargo, en el concepto estratégico aprobado ese mismo año se introdujo la modificación de autorizar las operaciones de gestión de crisis, no amparadas por el art. 5, y realizadas fuera del área euro-atlántica tal y como se define en el art. 6 del Tratado. Entre ellas destacan las operaciones de ISAF y Resolute Support MIssion, ambas en Afganistán (2001-2021), la NATO Training Mission in Iraq (2004-2011), la Operation Unified Protection en Libia (2011) y la Ocean Shield contra la piratería en el Índico (2009-2016).
A la vista de estos hechos, resulta evidente que por la vía consuetudinaria la OTAN ha modificado dos de los artículos fundamentales del Tratado de Washington. Ello obliga a considerar nuevos escenarios de posibles intervenciones aliancistas en la región Indo-Pacífica, dada la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China pero también debido a que en dicha región Estados Unidos y Francia poseen parte de sus territorios y población que pueden verse directamente amenazados en circunstancias extremas de tensión.
En efecto, superada la etapa de las históricas rivalidades fronterizas entre la URSS y China por los acuerdos de Shanghai (1996) y Moscú (1997), las relaciones entre ambas potencias se han ido fortaleciendo a través de los flujos comerciales, la cooperación energética y las medidas de confianza gracias a la participación en la Organización de Cooperación de Shanghai, como el principal instrumento de seguridad regional asiática al margen de Estados Unidos y sus países aliados en la zona.
Esta aproximación entre Beijing y Moscú, unido al espectacular aumento del poder económico mundial de China, su incremento del gasto en defensa, con el corolario de la modernización y ampliación de las capacidades militares convencionales y nucleares, así como una política cada vez más agresiva en el mar meridional de China y respecto de Taiwán, han alertado a las autoridades norteamericanas. El Consejo Atlántico ha aprobado un posicionamiento explícito sobre las amenazas que para la seguridad de los países miembros de la OTAN puede suponer la evolución del poder chino.
En la Declaración del 14 de Junio de 2021 se afirmaba literalmente: “La creciente influencia y las políticas internacionales de China pueden presentar desafíos a los que debemos responder conjuntamente como Alianza. (…) Las ambiciones declaradas de China y su asertividad presentan desafíos sistémicos para el orden internacional fundado sobre reglas y en ámbitos que resultan importantes para la seguridad de la Alianza.”
La reciente Declaración conjunta de Putin y Xi Jinping del 4 de Febrero de 2022, veinte días antes de la invasión rusa de Ucrania, incluye un párrafo específico de oposición a la ampliación de la OTAN que, a la vista de los acontecimientos posteriores, ha resultado revelador del compromiso estratégico alcanzado por ambos dirigentes sobre el futuro de la Alianza.
En efecto, no cabe duda de que China y Rusia comparten una concepción revisionista del orden internacional, acorde con sus particulares concepciones estatales, que cuestiona, cuando no socava abiertamente, los fundamentos de cooperación multilateral y seguridad colectiva que lo sustentaban desde el fin de la bipolaridad. En ambos casos, sus planteamientos revisionistas tienen mucho que ver con la oposición al poder hegemónico ejercido por Estados Unidos y sus aliados occidentales desde la Segunda Guerra Mundial.
En semejantes circunstancias y a la vista de las peligrosas consecuencias que tales concepciones revisionistas están ya acarreando para la seguridad mundial, resulta imprescindible que la OTAN fije su posición estratégica ante “el desafío sistémico” que representa China.
Esta posición estratégica atlantista debería tomar en consideración las vulnerabilidades estructurales del régimen comunista chino. La primera de ellas es la gestión de una población diez veces la de Rusia con un territorio ligeramente superior a la mitad del ruso. Esta realidad geopolítica, que le ha permitido convertirse en la segunda potencia económica mundial aprovechando su mercado interior, también le obliga a mantener un constante y elevado crecimiento del PIB para ir mejorando el reducido nivel de vida de su población con una renta per cápita anual de 9.122 € en 2020.
La segunda debilidad estructural deriva de la alta dependencia de las importaciones de materias primas y energía que posee la economía china para garantizar su crecimiento productivo y, al mismo tiempo, su inevitable necesidad de expansión comercial y financiera a escala mundial. Ello exige unas condiciones internacionales de estabilidad estratégica, gestión pacífica de los conflictos de intereses y previsibilidad funcional de los flujos transnacionales, que casan mal con las reivindicaciones revisionistas impuestas por la fuerza, como acaba de hacer Rusia en Ucrania.
El escenario de un estancamiento de la economía real china, provocaría en poco tiempo una creciente inestabilidad social interior del régimen comunista y con ello un escenario de crisis política estatal a medio plazo, como ya ocurrió en el caso soviético, que los dirigentes chinos consideran un riesgo que debe conjurarse a toda costa.
Ello nos remite a la tercera vulnerabilidad estructural, la de un régimen político dominado por un partido comunista cuya gestión autocrática de las instituciones y de la población, dificulta la eficacia y eficiencia requeridas por el capitalismo estatal y su creciente internacionalización. Ya no se trata sólo de la violación o de las restricciones de los derechos humanos y las libertades civiles, es ya una cuestión de incompatibilidad entre una mejora de las condiciones sociales y económicas de vida de una creciente clase media urbana y la perpetuación de unas restricciones políticas impuestas por un régimen cada vez más cerrado y rígidamente elitista.
Esta contradicción del régimen político chino es la que sustenta su cuarta y última vulnerabilidad, la que atañe a la ansiada reunificación con Taiwán. La experiencia represiva de Hong Kong, constituye un recordatorio para la población taiwanesa del futuro que pueden esperar como consecuencia de su integración con la República Popular China. Un conflicto de intereses políticos que es susceptible de escalar militarmente y para el que la OTAN debería prepararse.
Sería razonable que el nuevo concepto estratégico de la OTAN tomase en consideración las posibles amenazas estratégicas y riesgos económicos asociados a la actual política del gobierno chino, incluida su alianza con Rusia. También debería especificar las respuesta adecuadas a la necesaria disuasión y, llegado el caso, la correspondiente represalia defensiva, pero teniendo siempre presente que la primera línea de defensa es siempre una diplomacia eficaz.
Rafael Calduch Cervera
Catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales
Universidad Complutense de Madrid