La superioridad tecnológica ha constituido históricamente y sigue constituyendo un factor determinante para multiplicar las opciones de victoria de los contendientes en el campo de batalla. Un claro ejemplo del resultado de disponer de una ventaja diferencial en la superioridad tecnológica frente al enemigo quedó patente en el dominio ejercido por los ejércitos españoles en sus campañas europeas a lo largo de los siglos XV y XVI. En buena medida, esta capacidad operativa fue el resultado de disponer de una tecnología superior tanto en el campo de producción de nuevas y mejores armas, como en el de la organización y estructura de sus unidades militares frente a las de sus oponentes. El ejemplo español, aunque aparentemente alejado de nuestro tiempo, nos deja entrever, entre otras, algunas importantes lecciones que no deberíamos olvidar.
La primera de ellas la acabamos de resaltar, y es el hecho de que el factor tecnológico es determinante en el desarrollo de capacidades, productos y procesos que suponen una ventaja comparativa en relación con otras naciones o grupos de poder con las que nos podamos encontrar en competencia, unas veces de manera consciente y otras de forma interpuesta menos evidente, pero más peligrosa aún si cabe. La segunda es que la combinación de factores económicos, productivos, tecnológicos, estratégicos, políticos, sociales y militares, determinan un ecosistema dinámico y en continua interacción estratégica, que a su vez impulsa a diferentes niveles y con distinta intensidad los mecanismos evolutivos y transformadores de la acción humana y del entorno en el que se desarrolla. La tercera, pero no por ello menos importante, es consecuencia del momento histórico, entendido como escenario espacio-temporal de un contexto de cambio progresivo y ruptura final, más o menos abrupta, con el paradigma de la geotecnoeconomía y de la geotecnoseguridad mundiales vigentes hasta ese momento.
Podría decirse que, a pesar del paso de los siglos, el tiempo que nos ha tocado vivir nos ha colocado en una encrucijada espacio-temporal, que en cierto modo recuerda tiempos pretéritos. No debemos olvidar que precisamente los siglos XV y XVI fueron considerados los siglos de las invenciones y de los descubrimientos. Se cuentan precisamente entre las primeras la imprenta y, entre los segundos, el descubrimiento y conquista de América. Tanto la invención de la imprenta como el descubrimiento del Nuevo Mundo no sólo representaron grandes cambios en los campos de la geopolítica, la economía, el comercio, las finanzas y la seguridad, sino de la acción humana en general y del ecosistema militar en particular. Estos hitos fueron el origen y la causa del desencadenamiento de nuevas y poderosas fuerzas transformadoras, que arrastraron la desaparición del paradigma medieval para dar paso a inicio de la Edad Moderna.
Si observamos nuestra historia más reciente, veremos que el siglo XX ha establecido las bases de un cambio de paradigma transformador con importantes paralelismos con los anteriormente descritos, y el siglo XXI en el que nos encontramos inmersos, está viendo despegar una frenética carrera tanto para el descubrimiento de nuevos mundos más allá de nuestras fronteras naturales conocidas, como por el desarrollo y control de los nuevos universos tecnológicos que nos están abriendo las nuevas innovaciones de realidad virtual algorítmica, y cuyos efectos sobre nuestras capacidades físicas e intelectuales están aún por determinar y evaluar.
Dentro de este complejo y cambiante entorno, el ecosistema geotecnoeconomicomilitar, constituye y conforma un pilar fundamental en la estructura y funcionamiento de nuestras sociedades, al proporcionarles los niveles necesarios de seguridad y estabilidad para para su adecuado funcionamiento. La manera de incardinar la forma de participación y las modalidades de colaboración y actuación de unas Fuerzas Armadas modernas, así como su coordinación con el resto de estructuras institucionales y poderes del Estado por los que se rigen y gobiernan nuestras sociedades democráticas, en el caso de España se materializan a través de la Ley Orgánica que regula los criterios básicos de la Defensa Nacional, así como de las Directivas y Estrategias que la acompañan. En este contexto, la Directiva de Defensa Nacional, se configura como la herramienta básica y especifica en el planeamiento de la defensa, determinando las grandes líneas estratégicas de esta política, en perfecta sintonía con las directrices descritas en la correspondiente Ley Orgánica, e identificado en cada momento los principales objetivos a alcanzar en materia de Política de Defensa, dependiendo del escenario geotecnoeconómico y geotecnomilitar existente y previsible.
Siguiendo los principios arriba mencionados, la actual Directiva de Defensa Nacional 2020, publicada el 11 de junio de este año, cumple tanto con lo que son las líneas estratégicas descritas en la Ley Orgánica 5/2005, como con iniciar un nuevo ciclo de planeamiento destinado a revisar y modernizar las directrices de la Política de la Defensa apoyadas en la Ley de Seguridad Nacional de 2015 y en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2017. Por lo tanto, no resulta extraño entender que uno de los objetivos principales de esta Directiva sea precisamente el de poner las bases para hacer frente a los riesgos, crisis, amenazas y conflictos derivados del espectacular cambio metatecnológico e innovador que están sufriendo nuestras sociedades y que amplía el conjunto de riesgos y amenazas tradicionales, que están poniendo a prueba el límite de nuestras capacidades militares.
El peso que se da en la Directiva al factor tecnológico e innovador y a los diferentes elementos que se derivan de este, se puede apreciar desde la introducción, cuando se identifica la atracción del talento como un parámetro determinante en un mundo dominado por la tecnología, para hacer de nuestras Fuerzas Armadas un ejemplo de modernidad y excelencia profesional. Otro factor crítico, derivado del desarrollo de las nuevas y múltiples capacidades criminales que permite proyectar el actual ecosistema tecnológico, es consecuencia de las amenazas hibridas, identificadas en la Directiva como acciones de desinformación, la protección de los datos privados y las agresiones en el ciberespacio.
Aquí la Directiva pone el acento en la necesidad de garantizar la seguridad en el escenario digital, al tratarse de un teatro de operaciones que crece de manera exponencial, al permitir unos niveles de autonomía, anonimato, flexibilidad, adaptabilidad e imprevisibilidad de actuación desconocidos hasta el momento. Esto supone que los que fueron los escenarios clásicos de conflicto durante la Guerra Fría, que necesitaban de terceros países para evitar la confrontación directa entre las grandes potencias, hayan evolucionado y sean ahora precisamente sus fronteras y territorios digitales el objeto de las nuevas operaciones militares y criminales, independientemente de su poder económico y de sus capacidades militares.
Ha sido precisamente el cambio de paradigma en la geotecnoseguridad mundial consecuencia del final de la Guerra Fría, lo que ha marcado el inicio del actual camino, en el que se ha intercambiado el orden de los factores en el proceso de planeamiento de las necesidades y los recursos militares. El anterior paradigma ponía el acento en disponer de una base fundamentalmente productiva que iba acompañada de un conjunto de capacidades tecnológicas dentro del propio modelo. Aquel paradigma estaba representado por un proceso que alcanzó categoría propia y que se conoció como carrera de armamentos, que encajaba con un proceso de confrontación perfectamente definido y altamente previsible y controlable. Dicho cambio dio paso a un giro en los equilibrios creados con el modelo fordista de producción masiva de bienes industriales, que hacían del entorno militar un generador de tecnología e innovación que se difundía osmóticamente a los sectores civiles.
Con el cambio en la percepción de las amenazas y con los nuevos criterios de gasto público, se ha ido desarrollando un proceso por el cual la importancia del factor tecnológico ha pasado de ser un elemento de acompañamiento de la producción en masa para convertirse en el parámetro principal de la ecuación, haciendo de este modo que los mercados civiles se hayan convertido en los principales catalizadores e impulsores del ecosistema tecnológico con el fin de potenciar el crecimiento de la economía en su conjunto y servir de apoyo a las nuevas necesidades militares. Ello, no significa que no sea necesaria una base productiva de Defensa y Seguridad, al contario, lo que queda reflejado sin género de dudas en la nueva Directiva de Seguridad Nacional es el compromiso con la renovación y el sostenimiento de las capacidades militares que necesita España para mejorar y garantizar nuestra Seguridad Nacional y reforzar nuestro liderazgo en el exterior.
Antonio Martínez González
Profesor de Economía Aplicada de la Universidad Rey Juan Carlos
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