Casi un año después de la invasión de Ucrania, el presidente ruso Vladimir Putin no ha logrado ninguno de sus principales objetivos. No ha unificado la supuesta única nación eslava, no ha «desnazificado» ni «desmilitarizado» Ucrania, y no ha detenido la expansión de la OTAN. A cambio, el Ejército ucraniano ha mantenido a las tropas rusas fuera de Kiev, defendido la segunda ciudad más grande de Ucrania, Kharkiv, y lanzado exitosas contraofensivas en otoño, de modo que a finales de 2022 había liberado más del 50 por ciento del territorio previamente capturado por los soldados rusos ese año. En enero, Putin destituyó al general a cargo de la guerra en Ucrania, Sergei Surovikin, a quien había nombrado apenas unos meses antes. Los líderes en tiempos de guerra sólo cambian a sus principales generales cuando saben que están perdiendo.
Ucrania lo está haciendo tan bien, en parte gracias a la respuesta unificada de Occidente. A diferencia de las reacciones a la invasión rusa de Georgia en 2008 o de Ucrania en 2014, la respuesta occidental a la última guerra de Putin ha sido contundente en múltiples frentes. La OTAN reforzó sus defensas orientales e invitó a Suecia y Finlandia a unirse a la Alianza. Europa ha dado cobijo a cientos de miles de refugiados ucranianos. Liderado por la administración Biden, Occidente ha proporcionado cantidades masivas de apoyo militar y económico a una velocidad asombrosa, ha impuesto sanciones punitivas y ha iniciado un difícil alejamiento de la energía rusa. Incluso el líder chino, Xi Jinping, sólo ha ofrecido a Putin un débil apoyo retórico a su guerra. No ha proporcionado armas a Rusia y ha evitado cautelosamente violar el régimen mundial de sanciones.
Estas son las razones para el optimismo. La mala noticia, sin embargo, es que la guerra continúa y Putin no ha dado muestras de querer ponerla fin. En su lugar, está planeando una gran contraofensiva este año. «Los rusos están preparando unos 200.000 soldados nuevos», advirtió en diciembre el general Valerii Zaluzhnyi, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas ucranianas. «No me cabe duda de que volverán a atacar Kiev». Aunque Putin entienda ya que los ucranianos están dispuestos a luchar el tiempo que haga falta para liberar a su país, sigue creyendo que el tiempo está de su parte. Esto se debe a que espera que los gobiernos y las sociedades occidentales pierdan la voluntad y el interés por seguir ayudando a Ucrania. Si Putin o sus ayudantes vieran al personaje televisivo Tucker Carlson en Fox News o vieran las protestas del pasado otoño en Praga, se confirmaría su corazonada sobre la disminución del apoyo occidental.
Si Rusia empieza a ganar en el campo de batalla, o incluso llega a un punto muerto, pocos recordarán el notable liderazgo del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, a la hora de galvanizar al mundo para ayudar a Ucrania en 2022. Por eso, los líderes occidentales deben cambiar su forma de abordar el conflicto. A estas alturas, es probable que la ampliación gradual de la ayuda militar y económica sólo prolongue la guerra indefinidamente. En su lugar, en 2023, Estados Unidos, la OTAN y el mundo democrático en general deberían tratar de apoyar un avance decisivo, lo que significa más armamento avanzado, más sanciones contra Rusia y más ayuda económica a Ucrania. Nada de esto debe hacerse de forma gradual sino rápidamente, para que Ucrania pueda ganar de forma decisiva en el campo de batalla este año. Sin un apoyo mayor e inmediato, la guerra se estancará, lo que sólo beneficiaría a Putin. Al final, Occidente será juzgado por lo ocurrido durante el último año de la guerra, no por lo ocurrido en el primero.
La Teoría del Big Bang
El paso más importante que Estados Unidos y los aliados de la OTAN pueden dar este año es proporcionar a Ucrania armas que le permitan pasar a la ofensiva antes y con más éxito en el este de Ucrania. Este año comenzó con muchas noticias alentadoras: Estados Unidos, Francia y Alemania anunciaron sus planes de proporcionar a Ucrania vehículos de combate de infantería, incluyendo Bradleys M2 y Strykers, AMX-10 RC y Marders, respectivamente; Reino Unido decidió proporcionar una docena de tanques Challenger II y 30 obuses autopropulsados AS-90 de 155 milímetros; Estados Unidos y Alemania anunciaron sus planes de entregar a Ucrania una batería cada uno del sistema de defensa antiaérea Patriot; y Holanda se comprometió a aportar misiles y lanzadores Patriot; por último, Estados Unidos tomó la decisión la semana pasada de proporcionar a Ucrania unas docenas de tanques M1 Abrams, lo que allanó el camino para que Alemania y otros países europeos enviaran los codiciados tanques Leopard 2 de fabricación alemana.
Es una buena forma de empezar el año, pero nuestro apoyo no debe detenerse ahí. Ucrania necesita más de todo lo que ya se le ha suministrado. Especialmente necesita más Sistemas de Cohetes de Artillería de Alta Movilidad (HIMARS) y más municiones de Sistemas de Cohetes de Lanzamiento Múltiple Guiados (GMLR), que tan eficaces han demostrado ser en el campo de batalla. Si no se dispone de más HIMARS, Estados Unidos debería enviar Sistemas de Cohetes de Lanzamiento Múltiple M270. Cuantas más municiones de merodeo puedan suministrarse a Ucrania, mejor. El número de carros de combate anunciado hasta ahora es considerable, pero sigue estando muy por debajo de lo que el Ejército ucraniano necesita para expulsar a los ocupantes rusos de su país, especialmente porque los carros Abrams tardarán meses para construirse, entrenarse y desplegar. Ucrania también podría emplear varios cientos de vehículos de combate de infantería, número que supera con creces los prometidos por Estados Unidos y otros aliados de la OTAN en enero. Ucrania también podría utilizar más baterías Patriot, sistemas nacionales avanzados de misiles tierra-aire y otros sistemas de defensa antiaérea.
Además de mayor cantidad de armamento, Estados Unidos y sus aliados deberían mejorar la calidad de las armas suministradas. A la cabeza de esta lista debería estar el sistema de misiles de largo alcance denominado ATACMS. Dispara misiles que pueden alcanzar casi 200 millas, que permitirían a las fuerzas ucranianas atacar aeródromos y depósitos de municiones rusos en Crimea y otros lugares que ahora están fuera de su alcance y ofrecen santuario a los soldados rusos que emplean armas de largo alcance para atacar ciudades ucranianas. El suministro de armas de ataque de largo alcance, incluida la Ground-Launched Small Diameter Bombdesde, podría cambiar las reglas del juego en una ofensiva ucraniana esta primavera. El Ejército ucraniano también necesita capacidad aérea ofensiva mucho mayor, que incluya cazas MiG-29 de fabricación soviética y drones avanzados como los modelos estadounidenses Gray Eagle y Reaper.
Putin sigue creyendo que el tiempo juega a su favor
Los pilotos ucranianos también deberían empezar a entrenarse para pilotar cazas F-16. Con el tiempo, ya sea en etapas posteriores de esta guerra o para mejorar la disuasión después de la guerra, la Fuerza Aérea de Ucrania tendrá que cambiar los aviones de fabricación soviética o rusa por aviones de combate estadounidenses. A cambio de recibir estas armas, el Presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy podría firmar un acuerdo legalmente vinculante para no emplearlas para atacar objetivos dentro de Rusia.
La forma en que se anuncie esta nueva ayuda militar también es importante. En vez de suministrar ATACM en marzo, Reapers en junio y jets en septiembre, la OTAN debería hacer un Big Bang. Los planes para proporcionar todos estos sistemas deberían anunciarse el 24 de febrero de 2023, el primer aniversario de la invasión de Putin. Un anuncio de esta envergadura producirá un importante efecto psicológico dentro del Kremlin y de la sociedad rusa, señalando que Occidente está comprometido con la ambición de Ucrania de liberar todos los territorios ocupados. Los propagandistas del Kremlin ya se lamentan en televisión de que están luchando contra una OTAN bien armada y rica, que dispone de mayores recursos que Rusia. El 24 de febrero, Biden y los aliados de la OTAN podrían alimentar esta percepción de que sería inútil que Rusia continuara su lucha.
Cálculo de riesgos
Poco después de que comenzara la guerra, muchos observadores, entre los que me incluyo, temían que Putin considerara el suministro de este tipo de armas ofensivas como una escalada. Y sin embargo, tras el despliegue de estos importantes sistemas de armas, Putin todavía no ha escalado. La razón es sencilla: Putin no tiene la forma de hacerlo bien. Ya está consumiendo misiles de crucero muy caros para atacar edificios de apartamentos. No puede atacar a la OTAN, para no arriesgarse a una guerra más amplia que Rusia perdería rápidamente. Eso le deja sólo la opción nuclear, pero ni siquiera eso le serviría. Todo el mundo está de acuerdo en que un ataque nuclear contra Estados Unidos u otros países de la OTAN está descartado porque la destrucción mutua asegurada sigue vigente.
Las probabilidades de que Putin recurra al arma nuclear táctica dentro de Ucrania también son muy improbables, ya que no serviría a ningún objetivo obvio del campo de batalla. No haría que los ucranianos dejaran de luchar. Todo lo contrario: volverían a comprometerse a derrotar a Rusia, e incluso desencadenarían más ataques, incluidas operaciones encubiertas contra objetivos dentro de Rusia. El uso de un arma nuclear en Ucrania también suscitaría mayor oposición a la guerra en todo el mundo, incluso en Pekín, dentro de la sociedad rusa y puede que incluso entre los generales rusos. Obviamente, los ucranianos serían los más perjudicados por un ataque de este tipo y, sin embargo, son los que instan a Occidente a no dejarse disuadir por el chantaje nuclear de Putin.
Proporcionar más y mejores armas a Ucrania tiene sus riesgos, pero también los tiene no hacerlo. Si la guerra en Ucrania se prolonga durante años, morirá mucha más gente, sobre todo ucranianos, pero también rusos. El «estancamiento» en el campo de batalla es un eufemismo para la muerte y la destrucción continuas. Este es el coste del incrementalismo.
Una guerra prolongada también corre el riesgo de perder el apoyo público en Estados Unidos y Europa. A finales de 2022, Biden promulgó un nuevo paquete de ayuda de 45.000 millones de dólares para Ucrania. Esto debería financiar la ayuda militar estadounidense hasta finales de este año, incluyendo nuevos sistemas de armamento como los ATACM y los cazas de combate, en caso de que reciban luz verde. Pero ahora que la Cámara de Representantes está bajo control republicano, las asignaciones futuras podrían ser menos fluidas. Si la guerra se prolonga hasta finales de año sin grandes victorias ucranianas, el gobierno de Biden tendrá dificultades para obtener la renovación del Congreso para un nuevo paquete de ayuda militar y económica, especialmente a medida que se calientan las elecciones presidenciales con al menos un candidato importante, Donald Trump, que no es partidario de la ayuda a Ucrania. El debate sobre la ayuda también será más intenso en las capitales europeas si en 2023 sólo se producen pequeños cambios en el campo de batalla. Los peligros del incrementalismo crecen con el tiempo.
Apretar las tuercas
Los gobiernos que apoyan a Ucrania también deben endurecer drásticamente las sanciones con Estados Unidos abriendo el camino designando a la Federación Rusa como Estado patrocinador del terrorismo. De este modo, en primer lugar, se amplificaría la condena estadounidense de los actos terroristas rusos en Ucrania y otros países. Pero también tendría efectos prácticos: los ciudadanos y empresas estadounidenses ya no podrían realizar transacciones financieras con el Gobierno ruso. Las transacciones con bancos estatales rusos, empresas estatales e individuos relacionados con el gobierno serían objeto de mayor escrutinio. Se reforzarían los controles sobre las exportaciones, reexportaciones y transferencias de productos de doble uso.
Pero la designación terrorista no cerraría todas las lagunas. Estados Unidos, junto con otros países de la coalición de sanciones, debería promulgar sanciones de bloqueo total contra todos los grandes bancos rusos, como Gazprombank, así como contra todas las empresas estatales, todas, incluida Rosatom, la empresa estatal rusa de energía nuclear. Por supuesto, deben mantenerse las exenciones para la financiación de las exportaciones rusas de alimentos y fertilizantes, pero Occidente debe dificultar, y por tanto encarecer, las transacciones de las empresas rusas con el exterior.
Deben imponerse nuevas sanciones para cortar todas las tecnologías críticas que ayudan a la maquinaria bélica de Putin, desde los microprocesadores necesarios para construir armas inteligentes hasta todas las formas de tecnología de la información importada de la que dependen el gobierno y la economía rusos. El G-7 debe reducir aún más el precio máximo de las exportaciones de petróleo ruso, del límite actual de 60 dólares a 30 dólares por barril, e introducir mayores sanciones para las compañías navieras, las agencias de seguros y los bancos que violen el precio máximo. Y deben presionar más a las empresas estadounidenses y europeas que aún hacen negocios en Rusia o con Rusia. Estas empresas no pueden seguir pagando impuestos a un Estado terrorista. Deben marcharse.
Los peligros del incrementalismo crecen con el tiempo
Las sanciones individuales deben ampliarse drásticamente para incluir a todos los oligarcas rusos que aún no han sido sancionados pero que apoyan a Putin, a todos los funcionarios gubernamentales, a todos los altos directivos y miembros de los consejos de administración de las empresas estatales, a todos los propagandistas que abogan por la guerra, a todos los soldados rusos que luchan en Ucrania y a los familiares de todos los incluidos en estas categorías. Sancionar a categorías de personas, miembros del partido Rusia Unida, funcionarios del gobierno, soldados, etc., y no a individuos concretos tiene la ventaja añadida de dar a los rusos la opción de dimitir como forma de salir de la lista de sanciones. Como mínimo, los países implicados en el régimen de sanciones podrían empezar a ampliar sus listas para incluir a todas las personas ya identificadas por la Agencia Nacional de Prevención de la Corrupción de Ucrania como merecedoras de sanciones. Los países que imponen sanciones también deben coordinar sus actividades para que, si un ruso es sancionado en un país, esa persona aparezca inmediatamente en la lista de sanciones de todos los países que participan en el régimen de sanciones.
También deben imponerse nuevas restricciones de viaje a todos los ciudadanos rusos. Una opción es prohibir totalmente los viajes a todos los países democráticos, aunque se corre el riesgo de alienar a los rusos que se oponen a la guerra. Otra es obligar a todos los rusos que quieran viajar a países democráticos a pagar una «tasa de reconstrucción de Ucrania» adicional al coste de sus visados. Si no quieren pagar esa tasa por miedo a que sea una señal de apoyo a Ucrania, pueden irse de vacaciones a Minsk en lugar de a Barcelona. La forma de anunciar estas nuevas sanciones también importa. Lo mejor es que los países participantes lo hagan de una vez el 24 de febrero.
Al mismo tiempo, las democracias deberían facilitar la deserción de los rusos que se oponen a la guerra. Las decenas de miles de los mejores y más brillantes rusos que ya han huido deberían recibir visados de trabajo para permanecer en Europa y Estados Unidos. Los hombres que huyeron de Rusia para evitar el servicio militar obligatorio deberían recibir incentivos para no regresar hasta que termine la guerra. Los líderes de la oposición rusa y los periodistas independientes que viven en el exilio deberían poder obtener visados y permisos de trabajo, abrir cuentas bancarias, usar tarjetas de crédito y monetizar sus canales de YouTube con mucha mayor facilidad de la que se puede hacer hoy en día.
Dinero y mensajes
Ucrania necesita más dinero, y Occidente tiene que encontrar nuevas formas de proporcionárselo. El punto de partida obvio es transferir al Gobierno de Ucrania los más de 300.000 millones de dólares en reservas del banco central ruso que actualmente están en manos de Occidente. Los funcionarios del Tesoro y de finanzas de Estados Unidos y Europa están nerviosos ante tales movimientos. Pero los activos estatales ya han sido confiscados legalmente en el pasado, en lugares como Irak y Afganistán, y debería hacerse ahora. (Además, hacerlo ahora tiene la ventaja añadida de enviar un mensaje disuasorio a China sobre la invasión de Taiwán, ya que Pekín tiene muchas más reservas financieras invertidas en Occidente). Además, siguiendo el ejemplo del gobierno canadiense, también debería considerarse la confiscación y transferencia a Ucrania de los activos congelados de los oligarcas rusos. Los países occidentales deberían imponer un impuesto a la importación de todos los bienes rusos y un impuesto a la exportación de todos los bienes y servicios suministrados a Rusia, cuyos ingresos se transferirían a un fondo de reconstrucción ucraniano. Y la planificación global de los cientos de miles de millones de dólares que costará la reconstrucción de Ucrania tras la guerra debería comenzar hoy mismo, un esfuerzo que debería incluir una conferencia internacional de donantes.
El endurecimiento de las sanciones sirve para aislar a Rusia del mundo, pero Occidente debería hacer más para llegar a los corazones y las mentes de los rusos. Radio Free Europe/Radio Liberty, financiada por el gobierno de Estados Unidos, casi triplicó su audiencia, la mayor parte en Rusia y Ucrania, tras el comienzo de la guerra. Los medios independientes rusos que ahora operan fuera de Rusia también ampliaron su audiencia. La audiencia de los canales de YouTube gestionados por colegas del líder opositor encarcelado Alexei Navalny también se disparó en 2022. Los dos canales creados originalmente por Navalny tienen al menos 9,5 millones de suscriptores. Pero cada uno de estos medios se beneficiaría de más recursos, nuevos métodos de financiación, un acceso más fácil a los visados de trabajo y tecnologías que les ayudaran a penetrar el telón de acero informativo de Putin. Deberían intentarse nuevas modalidades para llegar a los rusos, ya sea a través de mensajes de texto, mayor uso de los canales TikTok y Telegram, o mensajes culturales más sutiles en lugar de noticias directas.
Mientras los soldados rusos ocupen su país, los ucranianos lucharán. Lucharán con o sin nuevas armas avanzadas, con o sin sanciones más duras, con o sin dinero que les ayude a dirigir su país. Comprender esta idea clave sobre la mentalidad ucraniana actual conduce a una recomendación política obvia para Occidente: ayudar a Ucrania a ganar lo más rápidamente posible.
La mejor manera de conmemorar el 24 de febrero, aniversario de la invasión de Putin, es dejar claro que ésta es la estrategia de Occidente. Esto requiere un despliegue, coordinado por docenas de países el mismo día, de más y mejores armas, sanciones más duras, nueva ayuda económica, mayores esfuerzos de diplomacia pública y un compromiso creíble con la reconstrucción de posguerra. Esta es también la mejor manera de evitar estar en el mismo lugar cuando llegue el 24 de febrero de 2024.
Fte. Foreing Affairs (Michael McFaul)
Michael McFaul es catedrático de Ciencias Políticas, miembro sénior de la Hoover Institution y director del Instituto Freeman Spogli de Estudios Internacionales de la Universidad de Stanford. Trabajó durante cinco años en la Administración Obama, entre 2012 y 2014 como embajador de Estados Unidos en Rusia. Es autor de From Cold War to Hot Peace: A U.S. Ambassador in Putin’s Russia.