Las reiteradas llamadas para establecer unas Fuerzas Armadas integradas bajo la potestad de las autoridades de Bruselas es una especie de serpiente de verano que, al igual que el rio Guadiana, aparece y desaparece con cierta frecuencia en diferentes foros y medios de comunicación de España y del conjunto de los países de la Unión Europea.
Juan Pons
Sin embargo, el asunto del coloquialmente denominado Ejército europeo ha pasado sin pena ni gloria en las presentes elecciones al Parlamento Europeo, a pesar de citas expresas en el programa electoral del PSOE y alguna referencia de soslayo en los del PP, Ciudadanos y Podemos.
Ningún partido político ha esgrimido el tema, pero cuando a algún candidato al parlamento de Estrasburgo se le ha preguntado al respecto, en su inmensa mayoría se han mostrado firmes partidarios de la creación de un Ejército europeo “a largo plazo”, como expresa el programa electoral del PSOE.
Y es que los 27 países que conforman la Unión comparten los valores esenciales de la civilización occidental, pero sus intereses geoestratégicos no son ni muchos menos coincidentes ni tampoco semejantes y hasta, en algunos casos, incluso llegan a ser contrapuestos.
Las naciones centroeuropeas contemplan a Rusia con sentimiento de inseguridad e incluso de miedo y les preocupa mucho menos el flanco sur. En cambio, las naciones de la vertiente mediterránea tienen sus ojos puestos en las amenazas a la libertad y los derechos humanos que representa el terrorismo yihadista y están volcados en detener su expansión desde los países del Sahel.
Los argumentos principales que se abogan para constituir unas Fuerzas Armadas de la Unión Europea se basan principalmente en aspectos económicos y en la voluntad de reforzar el potencial que una sólida organización militar aportaría a la influencia política de Bruselas en la esfera mundial.
Se expone, por ejemplo, que Estados Unidos tiene en su arsenal un solo modelo de carro de combate mientras en los países de la Unión poseen 18 tipos diferentes. O que Washington cuenta con 6 modelos de aviones de combate mientras que los europeos suman 20 opciones diferentes. Y que el ahorro que supondría contar con unas Fuerzas Armadas europeas armados con solo un modelo de tanque supondría un ahorro de miles de millones de euros.
Por si lo anterior fueran pocas divergencias, el presidente Donald Trump ha espoleado a los líderes europeos a que contribuyan con más ímpetu en su propia seguridad y a incrementar sus presupuestos de defensa hasta el 2% de sus respectivos PIB.
El camino de la Europa de la Defensa
En los últimos 15 años, los temas de defensa han pasado a formar parte de la política de cohesión de la Unión. Por ver primera se ha establecido una Política Común de Seguridad y Defensa, se ha puesto en marcha la llamada Cooperación Estructurada Permanente (PESCO) y un Plan de Acción Europeo de la Defensa (EDAP), se está en la línea de potenciar las capacidades de I+D+i en el ámbito de la defensa e incluso está a punto de ver la luz un primer Fondo Europeo de Defensa (EDP).
Todas estas iniciativas buscan reforzar una sólida base tecnológica que aminore la fragmentación industrial del sector, fomente la cooperación en el desarrollo y producción de sistemas de armas y cree las condiciones para competir con garantías de éxito en el mercado mundial de armamento.
Países como España están inmersos en costosos programas de armamento, como el desarrollo del futuro avión de combate FCAS y el actual EF-2000 Eurofighter, en el avión de transporte militar A400M, en el tanquero A-330 MRTT, en la nueva generación de helicópteros Tigre, en los misiles Iris-T y Meteor, en las fragatas polivalentes FREMM, en el vehículo blindado Boxer, en los misiles tierra-aire FSAF-PAAMS, en el dron EuroMALE… Pero, una vez operativos, cada país es dueño del número que compre y los emplea en función de sus intereses.
Pero una cosa es estrechar el grado cooperación para desarrollar costosos sistemas de armas inasumibles por un solo país ‒algo en cuya línea está el Fondo Europeo de Defensa (EDAP), que debe ser aprobado en próximas fechas‒, y otra muy distinta asignar de forma permanente fuerzas militares con doctrinas diferentes bajo las órdenes de no se sabe quien instalado en un despacho de Bruselas.
La oficina del Parlamento Europea en España organizó hace unos meses en Zaragoza un Seminario para tratar sobre los retos y oportunidades de la estrategia de seguridad y defensa de la Unión Europea. Allí intervino un diplomático español, que por su dilatada carrera profesional, tiene un gran conocimiento sobre la realidad de la Europa de la Defensa.
Su nombre es Nicolás Pascual de la Parte y en la actualidad es vocal asesor para asuntos de seguridad en el gabinete de Josep Borrell, ministro de Asuntos Exteriores en funciones y cabeza de lista del PSOE al Parlamento Europeo.
Con anterioridad a ocupar el cargo que ahora ostenta, Nicolás Pascual de la Parte fue embajador representante permanente de España en la OTAN (octubre de 2017-agosto de 2018) y de febrero de 2012 a octubre de 2017 lo fue ante el Comité Político y de Seguridad de la Unión Europea, lo que le acredita como buen conocedor de lo que estamos tratando.
Pascual de la Parte fue rotundo en el citado Seminario al asegurar que cuando en la Unión Europea se habla de “autonomía estratégica, no hay que engañarse”. “De momento, Europa no puede conseguir la autonomía estratégica sin el concurso de los Estados Unidos en los temas de seguridad”.
El diplomático justifica su afirmación al citar que las Fuerzas Armadas de los países de la UE no disponen todavía de las capacidades críticas en muchos sectores fundamentales, y puso como ejemplo “en sistemas de transporte aéreo, suministro de combustible, telecomunicaciones ni tampoco en drones”. Y es rotundo al concluir que “somos dependientes de Estados Unidos en el marco de la OTAN”.
Un debate pernicioso, toxico y artificial
En su intervención manifestó que deseaba despejar un debate que consideraba “pernicioso, toxico y sobre todo artificial: la construcción de la Europa de la Defensa no es una alternativa a la OTAN ni trata de ser una especie de construcción en paralelo a la Alianza, es complementaria”.
Hay que tener en cuenta que en el caso de que Londres abandone la UE, alrededor del 80% del conjunto de los presupuestos de defensa de los países occidentales procederá de naciones que no pertenecen a la UE, principalmente de Estados Unidos, Canadá, Noruega, Turquía, a los que habrá que sumar el Reino Unido. Por tanto, si el 80% de las inversiones en defensa no van a estar en el marco de los países de la UE, “es impensable que podamos crear una Europa de la Defensa al margen o en paralelo a la OTAN”.
El punto de vista que apoya el gobierno español es crear una Europa de la Defensa “para reforzar el pilar europeo de la OTAN”. Sin embargo, ni en Washington ni en Londres existe esa percepción, ya que están en la creencia de que su potenciación puede de alguna forma restar capacidades o crear duplicidades a las capacidades de la OTAN.
El asesor del ministro Borrell considera que el Ejército europeo “es un debate artificial, porque ni la OTAN ni la UE tienen Ejército”. Las Fuerzas Armadas “son nacionales y solamente existen unas Fuerzas Armadas españolas, unas Fuerzas Armadas, francesas, italianas o alemanas”, que en su caso se pondrán “a disposición de misiones y operaciones de la OTAN o de la UE en función de la naturaleza del conflicto o de la crisis que se ha de gestionar.
Remató sus explicaciones al subrayar que “hay que excluir de nuestro vocabulario el concepto de ejército europeo por el de ejércitos nacionales, puestos a disposición de la defensa de los intereses y los valores europeos”.
Diferentes y complementarios
Entonces ¿Cuál es la organización de defensa que mejor protege los intereses y los valores europeos? “Depende”, responde el diplomático español. “Estaría en función de la naturaleza del conflicto y de los medios militares y civiles que se arriten para ofrecer las respuestas adecuadas”.
En una primera aproximación, de las tres grandes etapas que enmarcan el desarrollo de una guerra ‒prevención, conflicto armado y reconstrucción-reconciliación nacional‒, en términos generales la UE estaría mejor capacitada para actuar en la primera y la tercera fases. En cambio, la OTAN sería la más idónea para intervenir en la confrontación armada.
Pero lo anterior no significa que exista una distribución del trabajo entre la UE y la OTAN. Lo que Nicolás Pascual de la Parte pretende dejar claro es que la OTAN es una organización político-militar centrada en garantizar la defensa territorial, la independencia y la soberanía de los estados que la componen. Y Bruselas dispone de mejores y más eficaces instrumentos en el ámbito de la diplomacia, la economía, el comercio y las relaciones a través de acciones de desarrollo y ayuda humanitaria.
Finalmente, si se trata de reforzar la integración europea, sería mucho más sencillo, por ejemplo, empezar por constituir un equipo olímpico que represente al conjunto de los países de la Unión Europea en los Juegos Olímpicos que en 2020 se celebrarán en Tokio. Al igual que organizar equipos europeos de las distintas disciplinas deportivas, por ejemplo en los mundiales de futbol, baloncesto o cualquier manifestación deportiva extra europea.
Pero no. Cada nación compite de forma independiente, mientras algunos líderes políticos claman con la boca pequeña la conveniencia de construir lo que coloquialmente se denomina una y otra vez el Ejército europeo, una estructura organizativa de una gran complejidad.
Como experiencia negativa a los que propugnan el Ejército europeo está el fracaso de la Comunidad Europea de Defensa (CED), una prematura iniciativa francesa de la primera mitad de la década de los 50 de la que también formaban parte Alemania, Italia, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo.
Se trataba de crear las primeras Fuerzas Armadas europeas de Tierra, Mar y Aire en la que estuviera integrada la recién creada Bundeswher alemana. Pero fue la propia Asamblea Nacional francesa la que rechazó en agosto de 1954 la ratificación del tratado constitutivo y la CED fue abortada antes de ver la luz.