El 21 de septiembre de 2022, cuando el presidente ruso Vladimir Putin anunció la movilización a gran escala de hombres en edad de combatir, fue visto como un paso dramático hacia la guerra total. El Kremlin ya no podía minimizar la guerra en Ucrania como una mera «operación especial» en la que los rusos de a pie tenían poca participación.
Temerosos de lo que se avecinaba, cientos de miles de jóvenes huyeron del país mientras circulaban rumores de que el Kremlin iban a cerrar las fronteras para impedir que saliera más gente y a tomar medidas drásticas para presionar a los que se habían marchado para que regresaran y lucharan. Muchos también supusieron que la orden de Putin iría seguida de un segundo reclutamiento, aún más amplio, y que toda la sociedad rusa pronto se pondría en pie de guerra permanente.
Sin embargo, pocos de estos rumores resultaron ser ciertos. Durante el resto de 2022, e incluso hasta el primer aniversario de la guerra a finales de febrero, las fronteras de Rusia permanecieron abiertas, y nunca se produjo la segunda movilización. En su lugar, el país quedó en estado de «movilización parcial», como lo había llamado Putin. De hecho, a pesar del enorme número de bajas rusas en Ucrania, no todas las familias se han visto afectadas, y para muchos rusos de clase media, la vida ha continuado más o menos como antes.
La sorprendente realidad de la movilización de septiembre ha puesto de relieve una característica más relevante de la guerra de Putin en Ucrania. A menudo, el Kremlin ha parecido inicialmente tomar un rumbo maximalista, pero en lugar de invadir el Este de Ucrania, lanzó un asalto a gran escala contra todo el país e intentó tomar Kiev.
Además de desplegar tanques, misiles y artillería pesada, Putin ha amenazado repetidamente con las armas nucleares. Y parece dispuesto a sacrificar a decenas de miles de hombres para alimentar su guerra. Mientras, ha anunciado medidas extremas para reprimir a los medios de comunicación rusos y a la disidencia popular, así como para poner la economía rusa en pie de guerra.
Sin embargo, muchas de estas medidas han sido considerablemente menos severas en la práctica de lo que parecen sobre el papel. En Ucrania, a pesar del aumento de los ataques contra zonas civiles, Rusia se ha abstenido de emplear todo su arsenal. Y aunque Putin ha hecho mucho por reforzar su control sobre la sociedad rusa en el año transcurrido desde la invasión, muchas de sus medidas internas de mayor alcance no se han aplicado completamente. Una y otra vez, el Kremlin no ha llegado a la militarización ni a la movilización total, ya sea de la economía o de la sociedad en general.
Según muchos indicios, esta aproximación parcial a la guerra total no es fortuita, ni es simplemente el resultado de una ejecución fallida. Por el contrario, Rusia parece seguir una estrategia deliberada dirigida tanto a Occidente como a su propia población. Al apostar por una postura maximalista en la guerra, el Kremlin puede sugerir a Occidente que está dispuesto a hacer lo que sea necesario para ganar en Ucrania, sin tener que cumplir necesariamente sus amenazas. En casa, mientras, puede transmitir a los rusos de a pie que tiene la opción de apretar aún más las tuercas, pero que no se está esforzando por alienar a la población. En ambos casos, la estrategia ofrece a Putin un camino abierto hacia mayor escalada, pero sin los costes inmediatos.
Censura selectiva, nacionalización estricta
Desde las primeras semanas de la invasión en febrero de 2022, las acciones calibradas del Kremlin han desafiado a menudo su retórica de guerra total. Consideremos ha tratado de gestionar la sociedad rusa. Casi inmediatamente, la ofensiva militar fue seguida de un ataque frontal contra los medios de comunicación independientes y la sociedad civil de Rusia. En marzo, la popular emisora de radio liberal Ekho Moskvy y el periódico independiente Novaya Gazeta fueron clausurados; se obligó a los periodistas a exiliarse y se introdujeron nuevas leyes de censura draconianas. Y lo que es más importante, el gobierno apuntó a las redes sociales, aparentemente con la intención de silenciar toda circulación de información independiente sobre la guerra.
Sin embargo, las medidas fueron extrañamente incompletas. Las autoridades rusas prohibieron y bloquearon rápidamente Facebook, así como otras plataformas, entre ellas Instagram. Durante años, Facebook había sido conocido por ser uno de los únicos espacios en línea donde los rusos podían hablar libremente de política; por lo que, como era de esperar, el Gobierno designó a Facebook como empresa que realizaba «actividades extremistas». Muchos usuarios de las redes sociales entendieron que eso significaba que incluso iniciar sesión en Facebook podía dar lugar a acciones penales, y miles de personas borraron la aplicación de Facebook de sus teléfonos inteligentes por si la policía los detenía y registraba sus teléfonos.
Pero la aplicación de la ley nunca llegó a producirse. Aún más sorprendente fue el carácter selectivo de la represión de las redes sociales. YouTube ni Telegram, la aplicación de mensajería, que son dos de las plataformas más populares en Rusia han sido censuradas. Por el contrario, se ha permitido que florezcan y que adquieran aún más importancia a medida que avanza la guerra.
Un patrón similar se ha desarrollado con las políticas económicas de Putin. En la primavera de 2022, el Kremlin parecía dispuesto a tomar medidas de gran alcance para ampliar el control gubernamental de la economía.
Rápidamente se preparó y envió a la Duma un proyecto de ley sobre un programa de nacionalización, y las empresas extranjeras temieron que sus activos y operaciones fueran confiscados. Para muchos observadores, estas medidas también tenían su lógica: las empresas extranjeras estaban abandonando rápidamente el país, lo que hacía temer despidos masivos y posibles disturbios sociales, una situación que el Kremlin deseaba evitar. Los bolcheviques nacionalizaron las fábricas y los bancos tras la Revolución Rusa de 1917 por las mismas razones.
Sin embargo, el proyecto de ley de 2022 nunca se convirtió en ley, y las empresas extranjeras pudieron tomar sus decisiones sobre sus activos rusos. En octubre, el gobierno ordenó que las industrias cruciales para el esfuerzo bélico quedaran bajo el control directo del Estado a través de un nuevo consejo especial de coordinación de suministros militares. Pero los temores a una economía completamente militarizada han resultado ser exagerados.
El Presidente Putin, no el General Stalin
En la medida en que Rusia pretende librar una guerra total, como han sugerido muchos comentaristas occidentales, la gestión de Putin de la cuestión de la movilización ha sido especialmente sorprendente. El Kremlin no sólo ha evitado una segunda oleada de movilizaciones, a pesar de las importantes demandas de personal, sino que también ha recurrido ampliamente a mercenarios de la organización paramilitar Wagner, algunos de los cuales han sido reclutados en las cárceles rusas. De este modo, en lugar de llevar a cabo una movilización a gran escala, el gobierno ruso ha optado por el momento por usar otros recursos manteniendo la movilización sólo parcial.
La táctica parece estar sirviendo a su propósito: en las últimas semanas, Wagner ha sido la única unidad que ha participado en la ofensiva y, aunque ha sufrido numerosas bajas, sus pérdidas no preocupan a los militares.
Al mismo tiempo, Putin ha mostrado relativa moderación hacia los funcionarios o agencias del gobierno implicados en algunos de los fracasos de la guerra o que parecen discrepar de sus propias políticas.
Históricamente, cuando los regímenes autoritarios entran en guerra, casi siempre recurren a la represión para unificar más al país, normalmente atacando sin piedad a los enemigos internos percibidos. Estas medidas represivas suelen dirigirse contra quienes disienten de las opiniones del líder, así como contra las élites, para asegurarse de que no se apartan de la línea oficial. Esta represión puede ser a veces sistemática, como por ejemplo en la propia Rusia bajo Stalin y otros líderes. De hecho, Putin parecía seguir firmemente este camino incluso antes de la invasión, enviando a la cárcel a decenas de altos funcionarios y gobernadores, así como a oficiales del servicio de seguridad ruso FSB.
Sin embargo, cuando comenzó la invasión, y rápidamente fue mal, Putin limitó su ira hacia los siloviki, la élite de la seguridad. El Quinto Servicio del FSB, el brazo encargado de vigilar a los vecinos inmediatos de Rusia, fue el primero en recibir la ira del presidente. Fue el Quinto Servicio el que informó a Putin sobre la situación política en Ucrania y sugirió, erróneamente, que el gobierno de Kiev se derrumbaría rápidamente. En marzo de 2022, su jefe, Sergei Beseda, fue arrestado en secreto y trasladado a la prisión de Lefortovo, la famosa cárcel a la que han sido enviados durante mucho tiempo los principales presos políticos y espías.
A pesar de todo lo que se dice, Putin aún no ha adoptado el manual estalinista.
A continuación, le tocó el turno a la Guardia Nacional: ese mismo mes, el subjefe de la Guardia Nacional, Roman Gavrilov, fue obligado a jubilarse anticipadamente: había sido el encargado de abastecer a las fuerzas especiales de la Guardia Nacional, que habían sido enviadas a la guerra lamentablemente mal equipadas. Algunas unidades habían recibido material antidisturbios en lugar de blindaje y munición, como si hubieran esperado encontrarse con manifestantes, y no con tropas ucranianas, en las calles de Kiev. Hubo rumores de que Gavrilov había sido detenido y de que varios generales serían pronto despedidos o encarcelados como represalia por la mala actuación del Ejército en el campo de batalla.
Pero al cabo de unas semanas, las represiones cesaron de repente. Algunas incluso se deshicieron: Sergei Beseda fue liberado y devuelto a su oficina en Lubyanka, y luego fue exhibido deliberadamente en varios actos públicos. Es más, en febrero de 2023, su hijo, Alexander Beseda, recibió un notable ascenso para convertirse en jefe del departamento gubernamental que supervisa todas las agencias de seguridad.
Con Rusia enfrentándose a una creciente presión de Occidente y a la humillación en el campo de batalla, los parlamentarios de línea dura, los propagandistas y los miembros de los servicios secretos han estado evocando el estalinismo como ejemplo de una forma de dirigir el país correctamente en tiempos de guerra. Y algunos observadores, observando las medidas extremas que se han planteado, han sugerido que Putin ya está siguiendo un manual estalinista.
Pero un enfoque de este tipo requeriría medidas mucho más drásticas de las que Putin ha tomado realmente. Durante la Segunda Guerra Mundial, todo el gobierno soviético se militarizó; incluso Stalin y sus ministros llevaban uniforme y asumieron el rango de general. La economía y la sociedad en general fueron completamente movilizadas y convertidas en lo que se conoció como un «frente interno», con partes de la población y fábricas enteras trasladadas a otras regiones bajo las órdenes del gobierno de Stalin. A pesar de todos los rumores, el Gobierno ruso no ha adopatdo un enfoque estalinista a gran escala para gestionar la guerra en casa.
Por último, está la cuestión de las armas nucleares. Desde al menos el verano de 2022, Putin ha puesto sobre la mesa la opción nuclear táctica para cambiar la situación a favor de Rusia. (En septiembre, anunció que Rusia estaba dispuesta a emplear «todos los medios disponibles» en su guerra y que «no se trataba de un farol»).
Incluso dejando de lado la retórica del Kremlin, partidarios de la línea dura cercanos al régimen han sugerido que los militares rusos y Putin consideraron la posibilidad del arma nuclear táctica, por ejemplo, contra los defensores de Mariupol en la primavera de 2022. Sin embargo, a pesar de los importantes reveses rusos, Putin no ha elegido ese camino. En su lugar, ha redoblado la apuesta por una guerra convencional, que ha amplificado mediante la movilización y los ataques aéreos masivos contra las infraestructuras ucranianas.
Espacio para la escalada
A lo largo del año pasado, el año más difícil para Putin en más de dos décadas en el poder, el Presidente ruso ha escalado una y otra vez en muchos frentes, en casa y en el campo de batalla. Sin embargo, nunca ha llevado a Rusia a una guerra total. ¿Por qué?
Desde las primeras fases de la guerra, el concepto de guerra total ha estado claramente en el pensamiento de Putin. En abril de 2022, Putin dijo a la Duma que «todos los partidos parlamentarios, a pesar de su competencia entre sí, invariablemente adoptan una posición unificada cuando se trata de los intereses nacionales básicos, de resolver cuestiones de defensa y seguridad de nuestra Patria», dejando claro que no se toleraría ningún debate sobre la guerra. Luego, en julio, Putin dijo a los líderes de los partidos políticos rusos que fue el Occidente colectivo el que había iniciado la guerra en Ucrania, indicando que esta guerra forma parte de la batalla existencial de siglos entre Rusia y Occidente. Y pronunció su discurso de Año Nuevo flanqueado por soldados.
Sin embargo, a juzgar por las acciones de Rusia, en la práctica ha intentado hacer algo distinto a librar una guerra total. A lo largo de 2022, el Kremlin se empeñó en demostrar que disponía de opciones más drásticas: siempre podía hacer más. Pero también demostró que, por el momento, se contentaba con ir sólo hasta cierto punto. La cuestión es que, al plantear estas opciones extremas, como la nacionalización de la industria, la movilización de la economía, la represión sistemática o incluso el uso de ataques nucleares tácticos, el Kremlin ha abierto un espacio para la escalada. Ya ha anunciado, en efecto, qué más podría hacer, ya sea en el campo de batalla o llevando a cabo represiones en casa.
Para Putin, este enfoque tiene múltiples propósitos. El principal objetivo pueden ser los gobiernos occidentales, profundamente preocupados por la posibilidad de una escalada incontrolable. El Kremlin se empeña en demostrarles que tiene muchas opciones, pero que hasta ahora ha mantenido las cosas bajo control, a diferencia de Kiev, que en su desesperación es, según Rusia, propenso a la escalada. En casa, el enfoque de Moscú también sirve a otro propósito: demostrar que es capaz de calibrar su respuesta a las sanciones occidentales y a los fracasos militares, y que no necesita llegar hasta el final hasta que realmente deba hacerlo.
Lo peor está por venir
La estrategia a medio camino de Putin ha cosechado algunos éxitos notables. A lo largo de 2022, por ejemplo, la economía rusa no se vio lastrada por la militarización o el control gubernamental excesivos. Al contrario, la contracción económica de Rusia fue menor de lo que predijeron la mayoría de los analistas occidentales. Además, la estrategia también ayudó a Putin a mantener un delicado equilibrio entre endurecer las normas y no alienar a la clase media urbana económicamente activa de Rusia.
Por su parte, muchos rusos de a pie se han alegrado de ignorar la guerra en la medida de lo posible, y la estrategia del Kremlin ha jugado hábilmente con estos sentimientos: ha permitido a muchos rusos fingir que no se verán afectados por la guerra.
De hecho, la estrategia también se ha dirigido a los que huyeron al exilio. Muchos rusos que se marcharon al extranjero para evitar ser movilizados han recibido desde entonces la señal de que no serán castigados en su país si regresan. El 1 de febrero, por ejemplo, el fiscal general de Rusia, Igor Krasnov, informó a Putin de que 9.000 «ciudadanos movilizados ilegalmente» -personas que supuestamente están exentas de la movilización porque realizan trabajos críticos en TI o en el sistema bancario y financiero, ya habían sido devueltos a casa.
Las autoridades rusas también están buscando la manera de atraer de vuelta a Rusia a los especialistas en TI exiliados, que el país necesita para mantener el esfuerzo bélico. El Gobierno ha prometido a los trabajadores de esta categoría la exención del servicio militar obligatorio y un billete de avión gratuito a casa.
Putin conoce bien a su pueblo: algunos rusos, desesperados por creer que hay una forma de volver a la realidad de antes de la guerra, están regresando a Rusia gracias a esta estrategia.
La burocracia rusa está preparada para llevar a cabo opciones más radicales
En algunas áreas cruciales, el enfoque gradual de Putin ha resultado contraproducente. Por ejemplo, en los meses transcurridos desde el inicio de la guerra, muchos periodistas, investigadores y blogueros independientes que en un principio habían huido del país han lanzado sus propios canales de YouTube, aprovechando la ausencia de censura. Ahora, decenas de programas políticos, entrevistas y vídeos sin censura ofrecen a los rusos la oportunidad de conocer la verdad sobre la guerra todos los días. A lo largo del último año, mucha gente ha adquirido el hábito de informarse a través de YouTube, y eso incluye tanto a los rusos de más edad como a los jóvenes. De hecho, fue a través de YouTube y Telegram como muchos rusos se enteraron de la masacre de civiles ucranianos en Bucha y de la humillación de las tropas rusas en Kherson.
Al mismo tiempo, millones de usuarios de Instagram han aprendido a usar servicios de redes privadas virtuales (VPN) para acceder a la plataforma. Como resultado, aunque muchos de ellos no estaban previamente interesados en contenidos políticos, ahora tienen acceso a fuentes alternativas de noticias sobre la guerra desde Internet no rusas. Así, cuando se cumplió el primer aniversario de la guerra, a finales de febrero, gran parte de la población urbana rusa era capaz de eludir la censura rusa en Internet. (Hasta ahora, sin embargo, no ha tenido un gran impacto en la opinión pública porque muchos siguen optando por creer la propaganda del propio gobierno).
No obstante, en el primer año de guerra, la estrategia de escalada parcial del Kremlin ha servido bien en general. Le ha permitido mantener la estabilidad política mediante una combinación de intimidación e indiferencia. A nivel internacional y nacional, le ha ayudado a preparar a Rusia para una guerra muy larga sin hacer el tipo de sacrificios que en última instancia podrían provocar la rebelión de la población. Y, sobre todo, le ha dado flexibilidad. Las opciones más radicales, incluida la nacionalización económica y la movilización total, siguen abiertas, y la burocracia del país ya está preparada para ponerlas en marcha.
La cuestión es cuánto tiempo puede durar esta guerra que no es total. Cuanto más dure la guerra, más tendrá que tomar Putin algunas de las medidas más drásticas con las que ha amenazado. Y en algún momento se quedará sin margen de maniobra.
Fte. Foreing Affairs