Los puntos de vista y las opiniones expresadas aquí son los de los autores y no reflejan necesariamente la política o la posición oficial del Cuerpo de Marines de EE.UU., del Departamento de Defensa, de cualquier agencia del gobierno de EE.UU. o de otra organización.
«Los chinos soportan sus males no sólo con entereza, sino lo que a menudo es mucho más difícil, con paciencia». – Arthur Henderson Smith, misionero protestante en China (1872-1926)
Para empezar, debemos cuestionar nuestras percepciones y eliminar nuestros prejuicios.
El libro Chinese Characteristics hace muchas observaciones perspicaces e importantes. Basándonos en nuestras interacciones con homólogos chinos durante un periodo de dos años, como director de estrategia y política del Mando Indo-Pacífico y becario Olmsted en Shangai, respectivamente, encontramos sabiduría intemporal en muchas de las observaciones de Arthur Henderson Smith.
La percepción china del tiempo, su enfoque de las relaciones político-militares y su disciplina de mensajes son un reflejo de su cultura. En cuanto al tiempo, los estadounidenses son impacientes; los chinos no. De hecho, los chinos son pacientes hasta la obstinación y tienen una «visión a largo plazo», que les permite desarrollar una estrategia que abarca décadas, mientras que Estados Unidos opera dentro de los límites temporales de las luchas burocráticas entre agencias, la política partidista y los ciclos electorales de cuatro años.
Teniendo en cuenta estos factores, ¿cuál es la mejor estrategia hacia China en esta década y más allá? ¿Cómo se puede determinar? Para empezar, creemos que debemos cuestionar nuestras percepciones y eliminar nuestros prejuicios respecto a ese país.
A continuación, debemos responder a tres preguntas fundamentales para elaborar una estrategia eficaz y viable para China.
China representa tanto una promesa como un peligro para el orden mundial. Dada esta desafiante paradoja, cualquier solución al problema chino tendrá que ser sofisticada; integrada en los gobiernos federal y estatal, así como en la industria pública y privada; será una respuesta de toda la sociedad. Le debemos al pueblo estadounidense explorar todos los aspectos de nuestra futura relación con ella.
Este proceso empieza por responder a lo que se indica a continuación, lo que crearía un marco para una estrategia más creativa y viable.
En primer lugar, ¿qué problema estamos tratando de resolver en relación con China? Si se trata de que no cumple nuestras «reglas», debemos darnos cuenta de que sólo las cumplirá si la incentivamos para que lo haga. ¿Cuáles son esos incentivos? ¿Son posibles reglas nuevas o modificadas? ¿Está el verdadero problema en la forma en que vemos el «problema de China»?
En segundo lugar, ¿cómo sería el éxito con China, en términos de cooperación y/o disuasión? ¿Buscamos la coexistencia o la contención?
En tercer lugar, si entráramos en un conflicto armado, ¿cómo sería la victoria? ¿Cómo se desarrollaría la guerra? ¿Merecería la pena invertir en tesoros humanos el coste de este conflicto? ¿Qué tipo de guerra imaginaríamos y con qué fin?
Al cuestionar nuestras suposiciones, debemos advertirnos de que no debemos ver nuestra relación mutua a través del prisma de la Guerra Fría. China no es la Unión Soviética, especialmente en el ámbito económico. Nuestra comprensión de ella se ve oscurecida por una división cultural, política y lingüística «perdida en la traducción». Esto hace que nuestras suposiciones, ideas y percepciones de China sean tenues, especialmente cuando entran en juego nuestro etnocentrismo y nuestros prejuicios de imagen.
Tenemos que eliminar estos prejuicios para poder integrar eficazmente todos los resortes del poder nacional de Estados Unidos en una estrategia multidimensional para China. En este esfuerzo también tenemos que abordar los problemas internos de Estados Unidos que amenazan nuestro sustento y capacidad de acción de esta estrategia, concretamente nuestro déficit presupuestario, la creciente disparidad de la riqueza y el extremismo político radical.
Más que en una nueva guerra fría, estamos inmersos en una versión del siglo XXI del Gran Juego, pero a diferencia de Rusia y Gran Bretaña en los dos últimos siglos, lo que está en juego para Estados Unidos, China y la comunidad mundial es hoy mucho más importante. La relación entre Estados Unidos y China será la que defina la relación entre los Estados-nación de este siglo.
Existen áreas de cooperación potencial. El desarrollo sostenible, las consideraciones medioambientales para el delta del río Mekong, las relaciones comerciales equitativas incluidos los productos agrícolas estadounidenses, las normas internacionales para el uso del espacio; todo ello puede aprovecharse para promover la estabilidad. Sin embargo, también debe haber límites claros y consecuencias distintas para los actos malignos: el genocidio del pueblo uigur, las amenazas a la República de China (Taiwán), las violaciones de la soberanía en los mares del Sur y del Este de China, el robo de la propiedad intelectual… no pueden quedar sin respuesta.
Los boicots, los aranceles, las multas, el apoyo a las reivindicaciones soberanas de otras naciones y la asistencia a los aliados en forma de presencia naval deben corresponder a una política estadounidense claramente articulada. La relación debe abordarse de forma muy matizada, conciliando los intereses de ambos países y minimizando los desencadenantes que puedan llevar al conflicto, eliminando las ambigüedades estratégicas.
El mundo en el que vivimos exige una estrategia ágil para China templada por principios pragmáticos de «realpolitik». El diseño y la puesta en práctica de esa estrategia requieren un nuevo nivel de pensamiento, que reconozca la complejidad de su condición de socio comercial, su paciencia estratégica y su visión de dominio mundial.
Debemos contrarrestar esto con un enfoque disciplinado en nuestros propios objetivos estratégicos. Se trata de una estrategia que requiere la cooperación entre agencias, operativizada para hacer frente a las amenazas multidominio de la guerra híbrida, y exige una dotación de recursos a través de presupuestos acordes con el reto que supone para Estados Unidos.
El equipo que se encargue de la tarea de desarrollo de la estrategia se beneficiará si comienza con una «pizarra limpia» y se cuestiona la sabiduría existente sobre China. Sólo entonces podremos responder eficazmente a las preguntas fundamentales, definir los parámetros de nuestra estrategia y crear formas perspicaces e impactantes de abordar ese problema.
Fte. Defense One (Mike Dana y Lt. Col. Matthew Crouch)
Mike Dana sirvió en el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos durante 37 años, retirándose como teniente general en 2019.
El teniente coronel Matthew R. Crouch, del Cuerpo de Marines de EE.UU., es miembro militar senior del Centro Scowcroft de Estrategia y Seguridad del Atlantic Council.
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