El eslabón central de la cadena de poder marítimo de China parece robusto. En cambio, la corrosión ha atacado el eslabón central del estadounidense y muestra pocos signos de ceder. No lo hará hasta que su gobierno, sociedad y Fuerzas Armadas tomen la decisión política consciente de invertir de nuevo en la construcción naval.
Por fin: Creo que hemos matado a un zombi que, en este contexto significa una idea difícil de combatir. Un comentarista o una institución la rechazan y otros diez o cien la repiten de todos modos. Sigue adelante a pesar del tiro en la cabeza. Este engendro en particular es la falacia de que el tonelaje combinado de una armada, la cantidad de agua que desplazan sus cascos, es de algún modo el factor decisivo en la guerra naval. El número de barcos en el inventario no importa demasiado.
Este argumento, que la armada, que más pesa es la que gana, goza de especial favor entre quienes se oponen a dedicar más fondos y recursos a la construcción naval. Se trata de una especie de factor retórico que permite a los escépticos argumentar que, como la Armada estadounidense pesa más que sus posibles antagonistas, está predestinada a triunfar, a pesar de que el Congreso y las administraciones presidenciales llevan décadas descuadrando las cuentas de la construcción naval. Todo va bien.
Pues no. Afortunadamente, ya no se oye tanto este argumento, ahora que la Armada china ha superado a la de Estados Unidos en número de buques, un margen que no hará sino aumentar en los próximos años, al tiempo que se reduce la diferencia en tonelaje. En última instancia, las cifras y el tonelaje podrían estar del lado de China. La sobriedad puede haberse apoderado del equilibrio naval. Admitir que se tiene un problema es el primer paso para encontrar una solución.
Y tenemos un problema. Este viejo y doloroso tema me viene ahora a la memoria por un artículo publicado la semana pasada en The War Zone, que pone de relieve la disparidad entre la capacidad de construcción naval de Estados Unidos y China. Joe Trevithick examina una diapositiva de una presentación de la Oficina de Inteligencia Naval (ONI) sobre el futuro de la competencia estratégica transpacífica. La diapositiva pretende demostrar que China puede fabricar doscientas veces más buques que Estados Unidos, medido en tonelaje.
Esto es, como mínimo, significativo. Significa que China tiene la capacidad de superar a Estados Unidos no sólo en buques de guerra, sino también en mercantes, y por un margen enorme. En el ámbito naval, extrapolando las tendencias actuales, la Armada china contará con más de 400 buques a mediados de la década de 2030, mientras que la de Estados Unidos unos 300. Además, la enorme capacidad de construcción significa que a China le resultará mucho más fácil reparar los buques dañados en combate que a Estados Unidos, que tiene dificultades para mantener la flota que tiene, por no hablar de regenerar el poder de combate en una guerra.
Ventaja: China.
Tampoco debemos pasar por alto la capacidad china de producir en masa cascos comerciales. Tal y como lo describe el historiador Alfred Thayer Mahan, el poder marítimo es una cadena que conecta la producción nacional con los puertos extranjeros. La Armada y la marina mercante juntas son el eslabón central e indispensable de la cadena de poder marítimo. Si se rompe, toda la empresa se viene abajo. En tiempos de paz, los buques mercantes transportan mercancías y realizan el comercio exterior que enriquece a la nación y ayuda a financiar a su protector naval. En tiempos de guerra, los buques comerciales mantienen el comercio al tiempo que actúan como auxiliares de la Flota, trasladando tropas y material de guerra.
El eslabón central de la cadena de poder marítimo de China parece robusto. Por el contrario, la corrosión ha atacado el estadounidense y muestra pocos signos de ceder. No lo hará hasta que el gobierno, la sociedad y las fuerzas armadas estadounidenses tomen la decisión política consciente de invertir de nuevo en la construcción naval.
Así, resulta que el tonelaje es una medida importante del poder naval, pero se debe a que da a los dirigentes la opción de fabricar, mantener y reparar muchos cascos, eligiendo los tipos y tamaños que se ajusten a sus necesidades. Más grande puede ser mejor o no. El tonelaje, por tanto, es más una medida del potencial industrial marítimo que de la fuerza de combate de la flota en sí. Para calibrar la potencia de combate de un buque hay que revisar en detalle sus características técnicas. El tonelaje es una variable importante, ya que los cascos más grandes pueden transportar más municiones, combustible y provisiones. Mayor volumen se traduce en la capacidad de permanecer en el mar durante intervalos más largos mientras se despliega mayor potencia de fuego.
Pero hay muchos otros parámetros para juzgar el potencial de combate de un buque de guerra. El capitán Wayne Hughes, experto en táctica de flotas, señala la exploración, el mando y control y el alcance de las armas como los factores determinantes del éxito o fracaso táctico. En comparación con un combatiente pesado, un oponente más ligero puede disponer de mejores sensores, artillería de mayor alcance o capacidad superior para coordinar el uso de sensores y armamento. O un buque pesado puede estar armado para misiones equivocadas. Por ejemplo, la Armada estadounidense ha optimizado durante mucho tiempo su flota de superficie para la defensa antiaérea y antimisiles, restando importancia a los enfrentamientos superficie-superficie. La Armada del EPL ha optimizado su flota (y las armas de apoyo de la potencia de fuego basada en tierra) para derrotar a una flota de superficie enemiga. Etc.
Que el tonelaje es importante es indiscutible; que lo es todo es el tema de conversación de los muertos vivientes. La gente ha empezado a hablar de recuentos relativos de buques, y con razón. ¿Cómo resolver el problema ahora que los principales interesados lo han reconocido? Sencillo, aunque lo más sencillo es difícil en asuntos marciales: aprovechar todos los recursos disponibles, viejos y nuevos, al tiempo que se disminuyen los de China.
En primer lugar, Estados Unidos necesita rejuvenecer su industria naval nacional, reconvirtiendo el eslabón central de su cadena de poder marítimo. Eso exigirá más ingresos de los contribuyentes, sin duda. Pero, aunque Estados Unidos esté gastando una gran suma en defensa en términos absolutos, no lo está haciendo en relación con sus medios. En porcentaje del PIB, el país gasta menos de la mitad que en 1982, el año en que lanzó su último gran renacimiento naval. Puede permitirse más. Negarse a gastar más equivaldría a una decisión estratégica de no competir con China en el mar.
Afortunadamente, la nación no necesita empezar completamente de cero para regenerar su infraestructura naval. Por ejemplo, el astillero naval de Fore River, en Quincy (Massachusetts), produjo buques de guerra durante casi un siglo antes de quedar inactivo en 1986. Merecería la pena investigar los pros y los contras de volver a ponerlo en servicio. También existen otras infraestructuras. Además, hay muchos astilleros más pequeños en todo el país que podrían fabricar pequeños buques de combate de superficie, y la doctrina de la Armada prevé el despliegue de enjambres de pequeños buques de combate capaces de dispersar el poder de combate en el mar. Los mandos de los ejércitos, el Pentágono y el Congreso deberían poner en práctica las ideas estratégicas a las que rinden pleitesía.
En segundo lugar, Estados Unidos debería comprar en el extranjero. Puede que China sea el mayor constructor naval del mundo, pero los dos siguientes son aliados cercanos: Corea del Sur y Japón. Es un recurso que debemos aprovechar. Washington espera que sus aliados y socios adquieran nuestros sistemas de armamento, como los cazas F-35. Debería corresponder con la misma moneda, anulando el Buy American para reconstruir, en particular, su minúscula flota mercante. Los recientes movimientos para reacondicionar buques de la Armada en astilleros japoneses tienen sentido. Podríamos hacer mucho más a corto plazo colaborando con gobiernos y astilleros extranjeros. Y deberíamos.
Y, en tercer lugar, uno espera que los estrategas estadounidenses tengan en cuenta las industrias marítimas chinas en sus planes. Una de las cuestiones más espinosas que se le plantean a Washington es si debe atacar territorio chino durante un conflicto de gran envergadura. Si la respuesta de la Casa Blanca es afirmativa, cabe imaginar que los astilleros chinos deberían ser uno de los objetivos prioritarios. Degradar esas infraestructuras mermaría la capacidad de la Armada china para reparar los daños sufridos en combate, lo que contribuiría a equilibrar el poder naval y la capacidad de resistencia.
Si ambos púgiles fueran a la guerra con las flotas que tienen, y ninguno pudiera compensar fácilmente sus pérdidas, lucha sería igualada, aunque mutuamente dolorosa.
Un zombi está muerto en los debates políticos, pero la hora es tardía. Tomemos la decisión política de restaurar el poder marítimo estadounidense, y empecemos a restaurarlo.
Fte. 19fortyfive (Dr. James Holmes)
El Dr. James Holmes, Editor Colaborador de 19FortyFive, es Catedrático J. C. Wylie de Estrategia Marítima en el Naval War College y Miembro No Residente de la School of Public and International Affairs de la Universidad de Georgia.