Mostar (Bosnia y Herzegovina), año 2001. Se prepara una operación por parte de la División Multinacional de la Fuerza de Estabilización de la OTAN. El áspero y también brillante general Meille del ejército francés, jefe de la División, pide a su Estado Mayor que le describa los distintos escenarios en los que se podría encontrar su unidad. Se le muestran varios, pero el general se enfada y reprocha que “¡Falta un escenario caótico!”. Con ello, quiso hacer ver a sus oficiales que es siempre imprescindible contemplar también la peor de las posibles situaciones porque, en efecto, la seguridad hay que organizarla siempre en función de la hipótesis más peligrosa. En caso contrario, se corre el riesgo de verse envuelto en una situación no prevista y sin un plan para afrontarla.
Año 2014: Obama anuncia su decisión de retirar las tropas norteamericanas de Afganistán. Inicia conversaciones en Doha con los talibán, a los que califican de moderados, sin contar con el gobierno ni con la población afgana. Dos presidentes estadounidenses después, Washington abandona Afganistán. El ejército afgano entrega sus armas sin combatir, el gobierno huye del país, miles de personas se arremolinan en el aeropuerto de Kabul queriendo abandonar su patria, y se impone la Ley Islámica.
Un antiguo jefe de la contrainteligencia norteamericana, Douglas London, se queja, en un artículo publicado en Just Security, de lo socorrido que resulta acusar a los servicios de inteligencia de haber fallado en sus previsiones sobre Afganistán. Afirma que es un recurso fácil para eludir la responsabilidad que usan quienes han tomado decisiones atendiendo exclusivamente a consideraciones políticas y/o ideológicas. Acusar a los servicios de inteligencia es una excusa simple frente a decisiones políticas equivocadas que no tienen defensa posible.
Una de las funciones de los servicios de inteligencia es generar escenarios, contemplando entre ellos el peor de todos. Se crean con método, en un trabajo de equipo. No son fruto de la idea feliz de un analista. Y se actualizan de forma permanente. No son los analistas, ni los responsables de los servicios de inteligencia, quienes toman las decisiones. Lo hace la Autoridad, en función de distintos factores entre los que está la Inteligencia. En el escenario afgano, es en el mando político más elevado, el presidente Biden, en quien recae la responsabilidad de la decisión finalmente adoptada.
Nuestro presidente Sánchez se reúne con el presidente de la Generalidad catalana en una mesa de diálogo en la que se negocia entre el Gobierno de la nación y el Gobierno regional. De unos sabemos qué quieren: autodeterminación y amnistía. De los otros no sabemos apenas sobre qué quieren dialogar ¿Quieren retirarse de Cataluña y están dispuestos a pagar por ello? Reducir todo al corto plazo del apoyo a unos presupuestos o al medio plazo de dos años de legislatura, no parece razonable…
Resulta duro, y hasta forzado, comparar las negociaciones en Doha, entre los talibán y el gobierno de los Estados Unidos, con las actuales en España entre los separatistas catalanes y el Gobierno, pero tienen alguna similitud: en Doha, los talibán solo representan a una parte de la sociedad afgana, al igual que aquí los independentistas no representan más que a parte de la sociedad catalana; en Doha los talibán exigían la retirada de las fuerzas americanas y aquí se quiere la retirada del Estado español; en Doha se sientan radicales integristas en un lado y demócratas en otro, aquí también.
El Gobierno de la nación se sienta en la mesa de negociación en condiciones de franca inferioridad porque no tiene claros sus objetivos y la relación de fuerzas sobre el terreno está totalmente desequilibrada. El control del territorio, que es clave para ejercer el poder, está en manos independentistas. El control territorial es ejercido por las fuerzas policiales, pero hay que tener presente a los grupos radicales y organizaciones nacionalistas extremas, algunas de las cuales tienen formación paramilitar según hemos visto en su modus operandi: son movilizadas con eficacia y actúan casi con total impunidad a las órdenes de movimientos políticos radicales, con el beneplácito de otros.
El consejero de Interior del gobierno catalán dijo hace poco: «Tendremos mossos en tierra, mar y aire». Si el control terrestre está, de facto, ya asegurado, se está iniciando ahora el del mar, con el intento de asumir las competencias de la Guardia Civil y sólo falta el espacio aéreo. En ese momento, para cerrar el círculo, sólo restaría desarmar a las dos pequeñas unidades militares con guarnición en Cataluña, cerrar las vías de comunicación e izar la bandera estrellada en el palacio de San Jaime y probablemente Rusia, quizás el Vaticano y algunos otros pequeños estados, reconocerán de inmediato la nueva República. El escenario caótico está así esbozado.
Estoy seguro de que los servicios de inteligencia españoles tienen perfectamente definido y trabajan desde hace tiempo sobre la hipótesis del peor de los escenarios, que podría ser incluso más trágico de lo que acabo de describir. Confío en que nuestro presidente del Gobierno lo considere y tome responsablemente sus decisiones por el bien de España y de los millones de españoles -en particular los catalanes- que no comulgan con los dogmas independentistas. Espero que no tenga que recurrir a la habitual y lamentable excusa del fallo de los servicios de Inteligencia.
Entre los cañonazos de los talibán destruyendo los budas de Bamiyan y la voladura del último toro de Osborne en Cataluña, hay ciertas similitudes; entre la mesa de diálogo Gobierno-Generalidad y las negociaciones de Doha, también las hay. Espero no encontrarlas entre los aeropuertos de Kabul y El Prat.
Juan Bautista Sánchez Gamboa
General de Brigada de Infantería (R)