La autonomía estratégica de la Unión Europea, en materia de defensa, está en boca de todos, desde que fue propuesta como un objetivo a largo plazo en la Estrategia Global de la UE para 2016. Sin embargo, sigue sin estar claro qué significa en la práctica, y cómo afectaría a la OTAN y a nuestra relación transatlántica. Esto ha llevado a un debate, en su mayor parte académico, sobre el objetivo final del concepto, alimentado por las dudas y los temores desde ambos lados del charco. Sin embargo, el riesgo de un discurso demasiado abstracto es que, en mi opinión, nos distraigamos de la acción concreta necesaria para acercarnos a lo que es un objetivo loable.
Ya es hora de que enfoquemos la autonomía estratégica de forma más positiva y la consideremos como un proyecto constructivo, no como algo dirigido contra la OTAN, contra Estados Unidos o contra cualquier otra organización. Se trata de poner a los Estados miembros de la UE en una posición, en la que puedan desarrollar, operar, modificar y mantener de forma autónoma toda la gama de capacidades de defensa que necesitan. Se trata de dar a la UE la opción y las herramientas -políticas, operativas, tecnológicas, industriales- para emprender acciones militares cuando sea necesario, ya sea conjuntamente con sus socios (especialmente la OTAN), siempre que sea posible, o por separado si fuera necesario.
En lugar de socavar la confianza y la seguridad transatlánticas, como algunos temen, una defensa europea más robusta y autónoma conducirá finalmente a una OTAN más fuerte. Redundará en interés de nuestros socios transatlánticos contar con una UE más capaz y eficaz en materia de defensa. ¿Estados Unidos quiere que Europa asuma su parte justa de la carga en defensa? Un pilar europeo más fuerte y creíble en la OTAN contribuirá a ello.
Fte. Defense News