Es de plena actualidad la relación cada vez más estrecha entre la industria de defensa y las Fuerzas Armadas tanto nacionales como de otros países de nuestro entorno, toda vez que, desde hace ya algunos años, no producimos directamente nuestros propios materiales.
De mi visita al Alcázar de Segovia recuerdo especialmente las explicaciones del guía mostrando los antiguos laboratorios y un montón de artilugios, materiales y sustancias químicas, que ya son historia, mientras explicaba que los Cadetes debían aprender a manejar todo aquello porque los artilleros fabricaban sus propios explosivos. También en mi memoria, haber estado en el antiguo Servicio de Vacunas del ET donde, laboratorio tras laboratorio, animalarios, y salas con estufas para cultivos de bacterias, se fabricaban las vacunas del entonces vigente calendario de inmunizaciones como Sanidad Militar.
Todo esto ya pasó a la historia. Ahora, son empresas civiles, aunque especializadas, las que diseñan, fabrican y ponen a prueba los medios que luego serán base material de nuevas capacidades militares cada día más sofisticadas y tecnificadas.
La Sanidad Militar, en particular su vertiente operativa, proyectable, se ve envuelta en una serie de dificultades que ponen a prueba la creatividad tanto de los facultativos demandantes de nuevas tecnologías como de la industria. A ello se une que determinados materiales, los más directamente relacionados son el soporte vital, fueron creados para “pacientes” (ambiente controlado, edificios con buenas comunicaciones…) y no para “bajas” (ambiente impredecible, órganos sanitarios desplegables y medios de transporte que difieren notablemente de las ambulancias convencionales de carretera…) Un material que no suele tener en cuenta que el traslado entre la fábrica y el hospital fijo no es ni de lejos el único viaje al que se verá sometido el material sanitario militar que se emplea en los órganos asistenciales desplegables.
El perfil de los materiales ha cambiado. Estamos inmersos es una espiral de ligereza, miniaturización y automatización. Cada centímetro cúbico y cada kilo cuentan, sobre todo si se trata de medios que han de prestar servicio a bordo de helicópteros. Se ha establecido una pugna constante entre resistencia y durabilidad por un lado y el empleo de materiales desechables por el otro. La protección frente al medio es crítica; embalaje y desembalaje son sinónimo de golpes; los cambios de temperatura, humedad, presencia de polvo u otros elementos nocivos están en el quehacer diario de cualquier ejercicio de adiestramiento en el territorio nacional y más aún en misiones de proyección en las que manejamos aparatos que no fueron diseñados para funcionar donde nosotros, los sanitarios militares, los necesitamos. Si a ello le sumamos la presencia de contaminantes NBQ y la necesidad de descontaminar con garantías o sustituir el aparato, entramos en el nivel de reto tanto para los fabricantes como para los usuarios.
Nuestros materiales han de adaptarse también al espacio físico en el que van a prestar servicio. Ahí entran en juego los amarres a la carrocería o el fuselaje de diversos medios de transporte, así como a contenedores o habitáculos donde las paredes son solo dos capas de material textil sujetas por barras metálicas cuya sección puede variar en calibre y forma: cuadrada, circular. A ello hemos de sumar el embalaje de transporte de cada aparato, objeto de una paletización no siempre estándar. A modo de ejemplo, durante la primera misión de proyección de la Unidad Militar de Emergencias (UME) fue preciso cambiar de aeronave para acceder al lugar del desastre. Cada avión tenía su propio sistema de paletización y llevó horas pasar de uno al otro.
Por otra parte, todo el material militar está sujeto al devenir de las nuevas tecnologías que hacen obsoleto lo anterior a un ritmo cada vez más acelerado. Al mercado sale algo mejor, más ligero, más eficiente, más preciso… Al material sanitario militar se le suma una dificultad añadida. Muchos aparatos dependen de un material fungible, ya sean reactivos, piezas de plástico desechable, etc., que la industria deja de fabricar aun estando el aparato en uso, porque debido a razones presupuestarias se le ha alargado la “vida militar” más allá de la vigencia industrial de cada modelo. Y las dificultades no paran aquí: en ocasiones los avances científicos dan lugar a nuevos protocolos de asistencia que dejan fuera de carrera el aparataje vigente hasta ese momento. Algo así ha sucedido con la nueva normativa europea sobre seguridad de aparatos de radiología que deja fuera de uso materiales aún en funcionamiento y con adecuada capacidad diagnóstica.
Mención aparte merecen los conceptos de protección e interoperabilidad. Los Ejércitos/Armada tienen, a pie de obra, grandes diferencias que se borran según aumente el tamaño del escenario de las operaciones. Es en vanguardia donde un submarino, la alta montaña, el desierto o un escenario urbano destrozado por bombardeos o terremotos muestran sus mayores diferencias. Los elementos desplegables, además de adaptados al medio deben ser de rápido despliegue, relativamente independiente de la fuerza física del personal que los pone en condiciones de ser usados y llevar consigo las conexiones de agua, climatización, electricidad, eliminación de desechos, etc.
Además, no todo el aparataje se renueva a la vez, algo que tampoco tendría sentido ya que en la actualidad casi cada elemento precisa de un cursillo de manejo, pero ello incide directamente en la interoperabilidad. Cuando han de coexistir aparatos que emplean diversos sistemas de alimentación, es seguro que las tomas de acceso también lo son: baterías, enchufes redondos planos, triples o conexiones específicas que no suponen problemas en un hospital fijo, pero son un mundo en lugares remotos, la mayor parte de las veces carentes de infraestructura. A ello se suma lo anacrónico que resulta que cada aparato tenga un enchufe, dicho así por simplificar ya que algunos llevan baterías que incrementan el problema, cuando hace algún tiempo que basta colocar un teléfono móvil sobre otro o sobre una superficie ad hoc sin cables de ningún tipo para poder cargarlo.
Los pasos de rosca de botellas de oxígeno, manorreductores, caudalímetros, etc., serían la guinda del pastel si no fuera porque la vida de una baja puede depender directamente de ello: el oxígeno es el primer medicamento. El ejemplo de los teléfonos móviles es nuevamente ilustrativo para exponer este problema. Hace tiempo que sus cargadores están unificados mientras que los pasos de rosca dependen del fabricante de la botella, de la empresa gasista y del país… La realidad es que cuesta mucho unificar algo que está sujeto a múltiples normativas e intereses comerciales y a la vez a un estricto control sanitario que garantice la eficacia de la oxigenoterapia.
En esta misma línea de dificultad se encuentran los sistemas de perfusión de las bombas de infusión de medicamentos y fluidoterapia. Disponer de estas bombas dosificadoras e impulsoras de los fluidos que le llegan a un paciente ha supuesto un hito en precisión y seguridad. El problema está en que cada fabricante tiene su propio material fungible y no es compatible con otros aparatos, dejándolos inutilizables a falta de una pieza de precio irrelevante en comparación.
La telemedicina tiene también dificultades propias; si queremos aportar al terminal central datos y sobre todo imágenes (radiografías, ecografías, fotografía de alta resolución) con calidad diagnóstica, su emisión requiere un ancho de banda a veces incompatible con las capacidades de transmisiones de las unidades apoyadas. Todo ello sin tener en cuenta que la captación de estas señales supone una fuente de información para elementos hostiles y que es muy difícil protegerlas de medidas de guerra electrónica. Aquí las últimas tecnologías de realidad aumentada permiten intuir un posible aprovechamiento por la Sanidad Militar por su calidad de imagen y los menores requerimientos de transmisión. Una vez más, la Sanidad Militar va más allá planteando retos en el sentido de la protección de la confidencialidad que requiere este tipo de comunicaciones altamente especializadas.
En otro orden de cosas, los retos de manejo puramente logístico también han cambiado. Debido a la tecnificación, el usuario final de un aparato de electromedicina, de laboratorio, de desinfección, desinsectación y desratización etc.., no va mucho más allá de su empleo clínico y un mínimo entretenimiento que no puede calificarse de primer escalón. De ahí saltamos directamente al escalón industrial: fabricantes o técnicos altamente cualificados para reparar, calibrar y certificar cada aparato. Esto nos lleva a una logística donde el abastecimiento cobra protagonismo frente al mantenimiento tradicional y, en el caso de electromedicina que directamente se emplea para mantener a la baja con vida en circunstancias críticas, obliga a replantear la cadena logística en su conjunto.
De un modo similar, si sustituimos progresivamente, como se viene haciendo en órganos sanitarios fijos, el reciclado de materiales más perdurables (lavado y esterilizado de sábanas quirúrgicas) por el material desechable (lencería que quirófano, por ejemplo), estaremos generando un volumen de desechos muy superior al que tenían dichos materiales plegados y empaquetados para su uso. Algo que debe ser considerado a la luz del principio de disminuir la huella logística lo más posible.
Finalmente, unas breves consideraciones que no atañen a las capacidades asistenciales del material sanitario de todo tipo: Una enlaza con el párrafo anterior y se refiere al tratamiento de los desechos sanitarios. Es de todos conocido que sus especiales características y potencial peligrosidad los hacen acreedores de un tratamiento especializado. La otra, no tiene en principio relación con las cualidades técnicas del aparataje y demás materiales, pero también tiene incidencia a la hora de especificar las características que ha de tener el material asistencial militar: el color. El material civil empleado en sanidad de emergencias es de colores llamativos para facilitar su visibilidad y se fabrica en los colores opuestos a los habituales en la naturaleza, justo lo contrario de lo que se pretende con el aspecto del material militar. Un tablero espinal, una camilla de rescate, etc., se encuentran fácilmente en colores amarillo, naranja, rojo… Su fabricación, en pocas unidades respecto de la demanda general, encarece el producto.
Una vez considerado lo anterior, es necesario tener en cuenta que el material sanitario militar precisa una alta especificación de sus características frente a la oferta de la industria: Misma protección y adaptación al medio que otros materiales, adecuado a las nuevas tecnologías y procedimientos científicos, con componentes fungibles y mantenimiento garantizados de por vida, instrucción adecuada al usuario final, actualización de software en su caso y, en lo posible, capacidad de simulación.
María del Pilar Hernández Frutos. Coronel Médico (R)
Asociación Española de Militares Escritores (AEME)