Al parecer sí que hay que prepararse para un combate de alta intensidad, y se deduce no solo por la demanda del nuevo presidente de Estados Unidos, que ha incrementado la petición de gasto en defensa de la OTAN hasta un 5% del PIB, en menos de un mes desde su llegada a la Casa Blanca, sino por la experiencia que supone la guerra de Ucrania- Rusia, que, en tres años, prácticamente, ha generado numerosas lecciones aprendidas.
Los aliados, sobre todo los europeos, no han seguido las recomendaciones de la OTAN sobre el mantenimiento del nivel permanente de reservas de abastecimientos para casos de conflicto o guerra, cifrado en días de combate de las diferentes clases necesarias que hay que mantener para pasar de una situación de normalidad a una de crisis o guerra, pues la entidad es tal que para su acumulación sería necesario un gran lapsus de tiempo, y esto no se ha hecho porque era muy caro de adquirir y de mantener, y los diferentes Estados europeos, en la etapa de “dividendos de la paz” de la que se ha disfrutado, pero acabado al menos desde la anexión de Crimea, o quizás antes, lo han considerado como recursos ociosos y preferido dedicarlo a otras políticas.
Además, se han suprimido muchas capacidades militares, calificadas de “ofensivas”, y por tanto desestimadas en una época en la que predominaban, la diplomacia de defensa, las operaciones de apoyo a la paz y humanitarias o la utilización de los Ejércitos para misiones en las que no se necesitaban Unidades con potencia de combate elevada.
Los Ejércitos en diferentes países se habían “acostumbrado” a no prepararse para guerra, para un combate de alta intensidad, y sobre todo para ganarlo, que era básico para la disuasión; en realidad ha sido la política lo que ha llevado a esta situación, como es lógico pues las Fuerzas Armadas dependen de esas decisiones en los países democráticos. Pero también es verdad que Occidente ha retrasado su comprensión del momento en que se vivía, por pereza estratégica, desde que la Federación Rusa comienza su camino de hostilidades contra el orden nuevo que supuso la extinción de la URSS, y esto no ha sido apreciado en los niveles en los que se sitúa el análisis de los riesgos y amenazas, los Departamentos de Seguridad Nacional, y lo han hecho tarde, pues ahora existen bajas en Europa, debido a esa guerra, que superan varios centenares de miles de muertos, un país destruido y un conflicto que amenaza al resto de Europa.
Los sistemas de preparación en el continente se han acoplado a este clima político- militar imperante, y no tanto al operacional y táctico, y así la formación y el adiestramiento han recorrido estos caminos, por otra parte, más económicos que la preparación para el combate definitivo, el de alta intensidad.
La formación se ha reducido en ese campo con respecto a otros tiempos, y sus sesiones dedicadas a esta función, que está en el ánimo de todos como primigenia, se ha debilitado; así un curso de estado mayor, donde se formaban intensamente los oficiales de los Ejércitos de Tierra de los países europeos, con una duración media de 2 a 3 años(en España incluso 4), y que son básicos para el combate inter armas, ahora han sido sustituidos por pequeños periodos de aprendizaje que no alcanzan la intensidad de las enseñanzas necesarias, devaluándose la figura del oficial de estado mayor, coordinador fundamental del combate de las grandes unidades terrestres, precisamente las que se baten actualmente en Ucrania, fundamentalmente.
En su lugar, se ha intensificado desde hace ya muchos años el aprendizaje del estado mayor conjunto, absolutamente necesario también, con el acceso lógico de concurrentes muy diversos dada su finalidad política- militar citada y escasamente operacional y nada táctico; en algunos países este curso conjunto integra, con amplio número de créditos (60%), un máster en relaciones internacionales dirigido por las universidades de turno.
La formación de los futuros oficiales generales se enfoca también a las altas funciones del nivel político militar, a la alta gestión, a las relaciones internacionales, pero no tanto al Mando de las grandes unidades terrestres, como la brigada, la división y el cuerpo de ejército, cuya conocimiento y coordinación constituyen la base de la batalla terrestre, hoy predominante en los escenarios bélicos actuales.
Habiendo reducido estos aspectos, el estudio de otras disciplinas básicas, que siempre se trataron, como la organización, la historia militar, la geografía militar, y sus técnicas complementarias, así como la investigación militar, son tratadas ligeramente, aspecto que a largo plazo es sentido por los Ejércitos, dado que su médula es el estado mayor.
Hay otro aspecto que exige una recuperación de capacidades, y es la movilización de recursos, no solo de personal que se antoja exigente en un combate de alta intensidad posible, si se examinan los riesgos y amenazas existentes en Europa, sino de todos los elementos civiles que deben integrarse para una defensa nacional disuasoria y efectiva, organismos necesarios que han sido desmontados y cuya recuperación no goza precisamente de las prioridades políticas.
Finalmente, la profesionalización de las Fuerzas Armadas, utilizadas profusamente en los últimos decenios, debería tener, en las condiciones descritas, como medidas de acompañamiento, unas remuneraciones que mantuvieran una dignidad de vida acorde con su preparación y servicios prestados, hoy en día, al menos en España, deficitarias.
Ricardo Martínez Isidoro, General de División, r.
Presidente de la Asociación Española de Militares Escritores (AEME)