Los robots están llegando al campo de batalla terrestre. La tecnología en cuestión ya era cada vez más capaz y robusta, pero la guerra de Irak impulsó significativamente el desarrollo de la robótica.
El uso a gran escala de artefactos explosivos improvisados (IED) por parte de los insurgentes llevó a un despliegue coincidente a gran escala de robots de desactivación de bombas por parte de las fuerzas de la Coalición. Las unidades de infantería y las fuerzas especiales vieron el potencial de los vehículos terrestres no tripulados y empezaron a adquirirlos con fines de exploración y reconocimiento. En el punto álgido de la guerra había unos 5.000 robots de este tipo en uso.
Tras la guerra de Irak, la atención se centró en cómo podrían emplearse los robots en los futuros campos de batalla, especialmente para las llamadas tareas 3D: aburridas, sucias y peligrosas. Sin embargo, uno de los inconvenientes de los robots es que requieren amplios enlaces de comunicación por cable o inalámbricos, lo que plantea dos problemas principales: en primer lugar, al ver un robot un adversario sabe que debe haber soldados cerca; en segundo lugar, en futuras guerras contra adversarios que dispongan de sofisticadas técnicas de guerra electrónica, estos enlaces de comunicación pueden resultar frágiles, haciendo inútiles a los robots.
Para resolver estos problemas, los ejércitos se están centrando en el desarrollo de vehículos de combate terrestre y de apoyo al combate semiautónomos, sistemas pueden ser preprogramados para realizar acciones específicas de forma independiente, sin control externo.
Sin embargo, la semiautonomía es técnicamente difícil y costosa, ya que requiere sensores complejos montados en el vehículo. La mayoría de los robots terrestres seguirán utilizando la teleoperación, comúnmente llamada control remoto, mediante correas o redes inalámbricas.
Fte. Defence Today