La ministra de Defensa francesa, Florence Parly, ha respondido con un claro y rotundo “no” a la propuesta formulada por la nueva presidenta del Partido Demócrata Cristiano alemán (CDU), Annegret Kramp-Karrenbauer, que quiso mostrarse más europeísta que el presidente francés Emmanuel Macron y el 9 de marzo pasado se lanzó a la piscina y formuló dos propuestas difícilmente asumibles que contaron con el apoyo de la canciller Ángela Merkel.
Juan Pons
Por un lado, Kramp-Karrenbauer propuso obtener un asiento permanente para la Unión Europea en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y, por otro, construir un portaaviones europeo, en ambos casos para “resaltar el papel de Europa en el mundo como potencia garante de la seguridad y la paz”.
La primera iniciativa de Kramp-Karrenbauer es difícilmente factible porque, por el momento, solo los estados tienen derecho a ocupar un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU.
La segunda, la de construir un portaaviones europeo, no recibió respuesta de Francia a nivel político hasta la semana pasada, cuando ante la cadena de televisión BFM, la ministra de defensa francesa, Florence Parly, hizo unas declaraciones en las que sostiene que es una iniciativa que calificó de “prematura”.
“Antes que nada ‒afirmó Parly‒ deberíamos reflexionar sobre cuáles podrían ser sus condiciones de empleo, porque una cosa es construirlo juntos y otra ponerlo bajo un Mando europeo. Eso es mucho más complicado”.
Parly ha resaltado que para desarrollar un portaaviones europeo habría que acordar los términos y las reglas de empleo comunes “y aún no hemos llegado a ese punto, a pesar de que hemos hecho enormes progresos en materia de defensa europea”.
Una cosa es que Francia y Alemania coordinen e incluso aúnen sus esfuerzos políticos en la esfera de la defensa europea y otra muy distinta entrar en el terreno de la soberanía nacional, uno de cuyos instrumentos más potentes es un sistema de armas capitaneado por una enorme plataforma naval como es un portaaviones de propulsión convencional o nuclear.
Es una realidad que en el marco de los hechos, ambos gobiernos han impulsado a sus respectivas industrias aeronáuticas ‒Dassault Aviation y Airbus GmbH‒ a alcanzar un acuerdo para desarrollar de forma conjunta el FCAS, el Sistema de Combate Aéreo del Futuro, iniciativa a la que se ha unido España. Pero esa cooperación en el plano aeronáutico militar conlleva que, una vez desarrollados y construidos los aparatos, cada país gozará de absoluta soberanía para desplegar y utilizar sus aviones de combate del modo que considere más adecuado.
Sin embargo, un asunto muy distinto es compartir el diseño, desarrollo, construcción y empleo de un arma estratégica como es el portaaviones y situarlo bajo el mando de Bruselas, lo que supondría que los países implicados cederían capacidad y soberanía militar a Bruselas, a una autoridad que no está definida, para actuar en asuntos militares bajo una cadena de mando centralizada.
El vicealmirante de Escuadra Jean-Philippe Rolland, jefe de la Fuerza de Acción Naval de la Marina Nacional, compareció el 12 de marzo ante la Comisión de Defensa de la Asamblea Nacional francesa para explicar las capacidades operativas del grupo aeronaval que lidera el portaaviones nuclear Charles de Gaulle.
Con la iniciativa alemana sobre la mesa, los diputados preguntaron al almirante Rolland sobre la propuesta alemana de construir un portaaviones europeo. El jefe de la Fuerza de Acción Naval no se pronunció sobre el aspecto político de la iniciativa, pero si aludió a algunos desafíos operativos que previamente habría que abordar.
“Es preciso comenzar por contemplar un grupo aeronaval europeo, lo que no significa que el propio portaaviones sea europeo”, afirmó ante sus señorías. El almirante puso el acento en que “cuando abordamos la cuestión de la doctrina de empleo, las cosas se complican”.
Recordó a los diputados que en las operaciones que se llevan a cabo en coalición bajo la bandera de la OTAN, la Unión Europea o la ONU, “a menudo nos topamos con restricciones que hacen que ciertas reglas de comportamiento o enfrentamiento no sean validadas por las respectivas autoridades políticas de las diferentes naciones participantes”.
Así es que, en primer lugar, es preciso “reforzar la confianza mutua para que estas restricciones se vuelvan excepcionales y dejen de ser una molestia para el comandante táctico que manda la Fuerza en el mar”, puntualizó el almirante.
Hay que tener en cuenta que, antes que un símbolo político, un portaaviones es una herramienta clave del poder militar… pero que jamás navega en solitario, sino envuelto por un poderoso paraguas aeronaval y submarino.
Desplegar una plataforma de tal envergadura, con una gran escolta aérea y de buques de guerra de superficie ‒fragatas, buques de apoyo‒ y submarinos es, en sí misma, una medida de disuasión y toda una declaración de intenciones, especialmente si se trata de una fuerza conjunta europea que exige un proceso previo de consulta y concertación.
Y no hay que olvidar que si la propuesta de tal portaaviones tomara forma, el Reino Unido, Italia y España, desearían entrar en el programa a pesar de su coste y de sus implicaciones de todo orden.
Fuentes de la Armada consultadas por APTIE confirman la dificultad extrema de un proyecto semejante. No hay que perder de vista que, por ejemplo, “la política exterior de Francia en el plano naval tiene predilección por asegurar las aguas del Mediterráneo e incluso del océano Índico, mientras que es evidente que la prioridad de Alemania el Atlántico y los mares más cercanos a sus costas”, aseguran. Y qué decir de los intereses del Reino Unido, Italia y España, “que en unos casos son convergentes y en otros incluso divergentes”.
Por último, conviene recordar que existe un precedente de portaaviones multinacional y es precisamente un proyecto franco-británico. A principios de la década de 2000, los gobiernos de París y Londres acordaron desarrollar de forma conjunta un avanzado portaaviones con la finalidad de ahorrar los muy altos desembolsos que supone la construcción de una plataforma tan descomunal. Sin embargo, ambos gobiernos tenían plazos diferentes y buscaban a toda costa preservar su tejido industrial. En 2008, durante la presidencia de Nicolás Sarkozy, Francia abandonó el proyecto.