Para explicar el actual acercamiento saudí-israelí, algunos análisis se refieren simplemente al afán de ambos países por contrarrestar la influencia iraní en la región. Otros señalan el empeño de Arabia Saudí por obtener garantías de seguridad de Estados Unidos y desarrollar un programa nuclear civil con su ayuda. Sin embargo, estos análisis pasan por alto una parte importante del panorama.
La cooperación entre Arabia Saudí e Israel no es un fenómeno nuevo. En el pasado, ambos países percibían el régimen de Nasser y el de Sadam como una amenaza común para sus Estados, lo que les llevó a cooperar tácitamente contra ellos. Durante la guerra civil de Yemen, cuando el régimen de Nasser y los republicanos revolucionarios yemeníes luchaban contra los monárquicos yemeníes, Arabia Saudí e Israel proporcionaron ayuda a los monárquicos yemeníes para contrarrestar la influencia de Nasser en Yemen. Las élites saudíes incluso hicieron la vista gorda cuando los israelíes cruzaron el espacio aéreo saudí para entregar armas, municiones y ayuda paramilitar a los monárquicos yemeníes.
El actual acercamiento público entre Israel y Arabia Saudí no puede explicarse únicamente a través de la lente de la cooperación contra Irán o el terrorismo. La diplomacia discreta, el intercambio de inteligencia y el entendimiento y la cooperación tácitos eran habituales entre saudíes e israelíes a la hora de disuadir a un enemigo común.
En cuanto al argumento de que la normalización de los lazos con Israel por parte de las élites saudíes es sólo para obtener garantías de seguridad de Estados Unidos y desarrollar un programa nuclear civil con ayuda estadounidense, esto también dista mucho de la realidad.
Arabia Saudí reconoce la importancia de Israel en la política interior de Estados Unidos y comprende que cualquier administración estadounidense estaría dispuesta a hacer concesiones a cualquier Estado árabe que normalizara sus lazos con Israel. En particular, la generosa ayuda militar a Egipto, la promesa de 35 cazas furtivos para EAU, la retirada de Sudán de su lista negra de Estados patrocinadores del terrorismo y el reconocimiento de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental son regalos de Estados Unidos a los Estados árabes que normalizaron voluntariamente sus lazos con Israel. Sin embargo, sostener que los motivos principales de estos Estados árabes, incluidos Egipto, EAU y Marruecos, para normalizar sus lazos con Israel eran obtener estas «concesiones» de Estados Unidos es un argumento tan vago como débil.
El príncipe heredero Mohammed bin Salman, líder de facto de Arabia Saudí, es consciente de que si su país, como custodio de los dos lugares sagrados del Islam y actual líder de facto de los Estados árabes, normalizara sus lazos con Israel, la mayoría de los estados árabes y musulmanes seguirían su ejemplo. Arabia Saudí es el único país que podría proporcionar a Israel legitimidad indiscutible en Oriente Próximo. Por lo tanto, es lógico que las élites saudíes pongan el listón alto y pidan a Estados Unidos garantías de seguridad y ayuda para desarrollar un programa nuclear civil, pero éste no debe considerarse el único factor, ni siquiera el más importante, que subyace al movimiento de Arabia Saudí.
El panorama general
Arabia Saudí nunca percibió a Israel como una amenaza existencial para su supervivencia. En cambio, el conflicto palestino-israelí era la principal preocupación de sus élites. Los regímenes revolucionarios de la región, ya fuera Nasser o el Irán revolucionario, se han basado durante mucho tiempo en el conflicto palestino-israelí para penetrar en las sociedades de Oriente Medio y ganar influencia en la región. De hecho, la liberación de Palestina es la causa principal, si no la única, sobre la que la mayoría de los árabes comparten la misma opinión.
Cada ofensiva israelí contra los palestinos sacude los cimientos mismos de las sociedades musulmanas y, especialmente, de las árabes. En 2001, el príncipe Bandar bin Sultan, embajador de Arabia Saudí, advirtió a la administración Bush de que Arabia Saudí se enfrentaba a una inestabilidad interna por primera vez en 30 años debido a la embestida israelí contra los palestinos, y Arabia Saudí no podría mantener relaciones comerciales normales con Estados Unidos hasta que éste frenara a los israelíes. Del mismo modo, en 2002, el régimen de Mubarak se enfrentó a las mayores protestas de la historia del Egipto moderno, debido a lo que los egipcios percibían como la reacción pasiva de los regímenes de los estados árabes, incluido el de Mubarak, ante la embestida israelí.
En la época de Nasser, Arabia Saudí se enfrentaba a la amenaza del panarabismo, adoptado por el régimen egipcio de Nasser. Las élites saudíes percibieron que la capacidad de Nasser para manipular a la opinión pública árabe y a los ciudadanos saudíes se convertía en una amenaza existencial para la supervivencia de Al Saud.
Nasser, gracias a su capacidad para manipular a la opinión pública árabe a través de la lente del panarabismo, proyectó una narrativa según la cual sólo la unión de los estados árabes, bajo la hegemonía egipcia, podría conducir a la liberación de Palestina.
Las élites saudíes percibieron que los verdaderos motivos de Nasser eran convertir a Egipto en el hegemón de facto del sistema árabe. Así pues, la élite saudí comprendió que sólo arrebatando la causa palestina a la maquinaria propagandística de Nasser podría disminuir la influencia de éste en la región. Arabia Saudí, especialmente bajo el liderazgo del rey Faisal, se esforzó por convertir la cuestión palestina de un asunto árabe en un asunto islámico.
Con la llegada de la revolución iraní, las circunstancias cambiaron 180 grados. El Estado iraní adoptó un régimen revolucionario islámico antioccidental y antimonárquico con sabor chií, que resultó ser el principal enemigo del modelo de régimen islámico de Arabia Saudí, monárquico conservador suní y amigo de Occidente.
Las élites saudíes se encontraron en una posición incómoda. Mientras que en la época de Nasser se apoyaban en el lugar indiscutible del que goza el Islam en la memoria colectiva de las sociedades de Oriente Medio, especialmente de los árabes, tras la revolución iraní se volvieron cooperando con un rival regional que también se apoya en el panislamismo (aunque revolucionario) para proyectar su influencia en la región.
Como en la época de Nasser, aunque con la ideología del panislamismo, Irán proyectó una narrativa según la cual sólo la unión de los estados musulmanes de la región, bajo la hegemonía iraní, podría conducir a la liberación de Palestina.
Desde la década de los 90, Arabia Saudí, para contrarrestar la influencia iraní en la región, se afanó en proyectar la narrativa de que los asuntos palestinos son un asunto árabe, e Irán, por su condición de estado no árabe, no tiene derecho legítimo a inmiscuirse en la cuestión. Además, las élites saudíes, desde 2004, adoptaron la narrativa de la media luna chií de Irán, formulada por el rey hachemita de Jordania, que subrayaba que Irán se esfuerza por crear una esfera de influencia chií en la región. Por otra parte, Irán se sirvió eficazmente de sus relaciones con actores no estatales palestinos suníes, como Hamás y la Yihad, para proyectar la narrativa de que Irán no está aplicando una política de expansión chií en la región, como sostienen las élites árabes suníes, incluidos los saudíes, sino más bien un eje de resistencia islámica contra el imperialismo estadounidense, el sionismo (Israel) y los regímenes conservadores árabes amigos de estos dos últimos.
En este contexto, las élites saudíes se han esforzado por encontrar una solución diplomática y pacífica al conflicto palestino-israelí, con el objetivo de disminuir los esfuerzos de los regímenes revisionistas de Oriente Medio en la región, en particular Irán desde la década de 1990, por explotar la cuestión palestina para infiltrarse en las sociedades árabes.
Redefinición de los Esfuerzos Saudíes: Un nuevo enfoque de la resolución diplomática del conflicto palestino-israelí
Desde 1981, las élites saudíes buscan activamente una iniciativa de paz para la cuestión palestina. El entonces príncipe heredero Fahd anunció una iniciativa de paz de ocho puntos, pero ni los israelíes le prestaron demasiada atención ni el líder de Fatah, Yaser Arafat, se mostró cooperativo con los saudíes. Tras la invasión de Kuwait, Sadam vinculó su retirada de Kuwait a la retirada de Israel de los territorios conquistados en 1967. Las élites saudíes se cansaron del afán de los actores no pertenecientes al statu quo de la región por explotar los agravios palestinos para llevar a cabo sus políticas revisionistas. De hecho, el rey Fahd, en una conversación con el entonces secretario de Estado, James Baker, calificó el conflicto palestino-israelí como el quid de todos los problemas de la región y prometió que Arabia Saudí normalizaría sus relaciones con Israel si éste concedía a los palestinos una patria. En estas circunstancias, Arabia Saudí presionó mucho a las administraciones Bush padre y Clinton para que negociaran una resolución pacífica del conflicto palestino-israelí.
Desde la década de 1980 hasta el estallido de la Segunda Intifada, las élites saudíes confiaron en que Washington sería un intermediario honesto entre israelíes y palestinos. La estrategia de las élites saudíes consistía en legitimar las negociaciones palestinas con Israel y proporcionar ayuda política, diplomática y financiera a los primeros. Del mismo modo, las élites saudíes se apoyaron en su influencia en Washington en las décadas de 1980 y 1990 para presionar a las administraciones estadounidenses, desde Carter hasta Clinton, a fin de que se sirvieran de su influencia sobre Israel para obtener las máximas concesiones. Las élites saudíes también prometieron a los estadounidenses que, si las élites palestinas se mostraban satisfechas con el acuerdo, normalizarían automáticamente sus relaciones con Israel y presionarían a los estados árabes para que hicieran lo mismo.
Sin embargo, el fracaso de las negociaciones de Camp David en 2000 puso a las élites saudíes en una situación incómoda y se volvieron escépticas respecto a Arafat, el líder de Fatah, y aunque las relaciones de sus élites con Hamás seguían estando lejos del antagonismo, Arabia Saudí nunca confió en este grupo en su visión, ya que Hamás ni siquiera reconocía el derecho de Israel a la existencia como punto de partida de cualquier negociación con Israel, por no mencionar las relaciones de Hamás con Irán.
Sin embargo, tras el 11-S, las élites saudíes, desilusionadas por la administración Bush y los palestinos, adoptaron una nueva estrategia. En 2002, cuando Arabia Saudí se dio cuenta de la falta de voluntad y/o la incapacidad de Bush para lograr un avance, anunció el plan de paz saudí y presionó a los estados árabes para que ratificaran el plan en la Liga Árabe, que se ha denominado Plan de Paz Árabe. El entonces príncipe heredero y líder de facto de Arabia Saudí, Abdullah ibn Saud, quería que los estados árabes proporcionaran una zanahoria a Israel prometiendo que éstos normalizarían sus relaciones con los israelíes si éstos concedían a los palestinos sus derechos a un Estado independiente.
De hecho, las élites saudíes, conscientes de su posición como líder de facto de los estados árabes, en su afán por contrarrestar la influencia iraní en la región encontrando una solución pacífica a la cuestión palestina, y tras percibir que no se podía confiar en la administración Bush en relación con este asunto, se dirigieron a los estados árabes. Sin embargo, Arabia Saudí no sólo se enfrentó a la resistencia de Israel bajo el gobierno de Sharon, sino también a la de una serie de estados árabes deseosos de abortar la iniciativa de paz saudí desde el principio. De hecho, el plan de paz saudí se modificó tras la presión ejercida por varios estados árabes para abortar la iniciativa de paz saudí e insistieron en que la iniciativa de paz debería incluir el derecho de todos los refugiados palestinos a regresar a sus tierras (mientras que los saudíes querían que el tema fuera impreciso para poner primero a Israel en la mesa de negociaciones).
Con la llegada del rey Salman y su hijo, el líder de facto Mohammed bin Salman, Arabia Saudí sigue otra estrategia diferente.
Arabia Saudí se mostró más dispuesta a entablar un diálogo directo con Israel si ésta hacía concesiones a los palestinos y ponía fin al conflicto. La estrategia de Arabia Saudí, al depender principalmente de Washington y luego de la cooperación de los estados árabes desde 2002, ha fracasado estrepitosamente. El príncipe heredero Mohammed bin Salman sólo podía haber razonado que el reconocimiento público unilateral de Israel por parte del reino podría poner fin al conflicto palestino-israelí.
El acercamiento público de Arabia Saudí a los israelíes se ha producido de forma gradual. En 2018, altos funcionarios de los dos países se reunieron públicamente por primera vez en Washington en una Counter -Violent Extremist Organizations Conference (Conferencia sobre Organizaciones Extremistas Antiviolentas). Del mismo modo, tras la normalización de las relaciones entre Israel y EAU, Arabia Saudí abrió sus espacios aéreos a los vuelos israelíes desde Israel a EAU. Aun así, mientras que EAU podría haber seguido una política independiente normalizando sus relaciones con Israel sin esperar la luz verde de Arabia Saudí, Bahréin nunca podría hacer lo mismo sin la autorización saudí, ya que Bahréin depende de la seguridad y la ayuda financiera saudíes para su supervivencia.
Arabia Saudí, bajo el liderazgo del príncipe heredero Mohammed bin Salman, se ha mostrado ansiosa por ver y esperar el actual proceso de normalización de Israel con los estados árabes del Golfo. El príncipe heredero Mohammed Salman, consciente de que los israelíes podrían estar dispuestos a hacer concesiones a los palestinos si los estados árabes influyentes normalizaban sus relaciones con Israel, quería ver en qué podía desembocar la actual normalización entre Israel y los estados árabes del Golfo. De hecho, cuando Jared Kushner, el arquitecto de los llamados Acuerdos de Abraham, se dirigió al príncipe heredero para que normalizara los lazos con Israel, éste dijo que prefería esperar y ver si la normalización entre EAU y los israelíes podía ayudar a encontrar una solución diplomática definitiva a la cuestión palestina. Del mismo modo, el príncipe heredero Mohammed bin Salman estaba sometido a la presión de su padre, el rey Salman de Arabia Saudí, que seguía confiando en la iniciativa de paz árabe lanzada por el entonces rey de Arabia Saudí, el rey Abdullah, en 2002.
Sin embargo, las negociaciones entre saudíes e israelíes se hicieron públicas a partir de 2023. En 2022, Arabia Saudí ya había abierto su espacio aéreo a los vuelos israelíes. En una entrevista concedida en septiembre de 2023, el príncipe heredero declaró que desea que los israelíes sean actores legítimos en la política de Oriente Medio, pero que primero hay que aliviar la vida de los palestinos.
Así, tras la operación lanzada por Hamás el 7 de octubre, los medios de comunicación saudíes respaldados por el Estado criticaron la imprevisible maniobra de Hamás y afirmaron que las represalias de Israel serían catastróficas para los ciudadanos palestinos de Gaza. El príncipe Turki al-Faisal, ex jefe de la inteligencia saudí durante más de tres décadas, atacó a Hamás el 23 de octubre y afirmó que cuando Arabia Saudí estaba a punto de encontrar una solución diplomática a la crisis palestina, Hamás simplemente quería abortarla.
Algunos análisis afirmaron que la actual masacre de israelíes haría que las élites saudíes no pudieran normalizar pronto sus relaciones con Israel y la prensa reveló que las conversaciones se habían suspendido.
Sin embargo, las élites saudíes sólo podrían mostrarse deseosas de normalizar sus relaciones con Israel, tras el inicio de un alto el fuego permanente. El 30 de diciembre, el príncipe Turki al-Faisal declaró en una entrevista que la situación actual revela que la cuestión palestina sigue estando en la memoria colectiva árabe, a diferencia de todo lo que se ha dicho sobre la decreciente importancia de la cuestión en la calle. Así pues, resulta comprensible que las élites saudíes se esfuercen aún más por lograr una resolución definitiva de la crisis para cerrar la puerta de una vez por todas a todos los actores regionales, especialmente Irán y sus aliados en la región, que las élites saudíes consideran que aprovechan la retórica palestina para ganar influencia en las sociedades árabes y legitimar sus políticas expansionistas exteriores en la región. De hecho, en enero de 2024, Tony Blinken, secretario de Estado estadounidense, transmitió a los dirigentes israelíes que Arabia Saudí expresa su deseo de establecer relaciones normalizadas con Israel tras la conclusión de la guerra de Gaza. Sin embargo, Arabia Saudí insiste en que cualquier acuerdo debe depender del compromiso del gobierno israelí con el principio fundamental de una solución de dos Estados.
En resumen, el conflicto palestino-israelí siempre ha supuesto un desafío para la estabilidad interna y la posición regional de Arabia Saudí. Desde el Egipto de Nasser hasta el Irán revolucionario, la retórica de la liberación palestina ha sido aprovechada eficazmente por los rivales de Arabia Saudí para legitimar sus políticas revisionistas en la región. La anterior estrategia saudí, basada inicialmente en Washington y posteriormente en «el concierto de los Estados árabes» para encontrar una solución diplomática justa a la cuestión palestina, ha fracasado estrepitosamente. Desde la llegada del príncipe heredero, Mohammed bin Salman, Arabia Saudí ha adoptado una diplomacia audaz al comprometerse con Israel, aunque bajo los auspicios de Washington, para encontrar una solución diplomática al conflicto palestino-israelí y privar a Irán y al llamado eje de resistencia de explotar la carta palestina.
Fte. Modern Diplomacy (Ahmed Khalfa)
Ahmed Khalfa es estudiante de posgrado del Ural Institute for Humanities, Ural Federal University que lleva el nombre del primer presidente de Rusia B. N. Yeltsin, Ekaterimburgo, Rusia.