El reciente artículo del profesor Sergey Karaganov sacó a la luz pública la espinosa cuestión del uso de armas nucleares en el conflicto de Ucrania. Muchas reacciones al artículo se reducen al conocido razonamiento de que no puede haber vencedores en una guerra nuclear y, por tanto, no se puede llegar a ella.
En este contexto, el Presidente Vladimir Putin, respondiendo a una pregunta en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo, dijo que las armas nucleares son un elemento de disuasión y que las condiciones para su uso están definidas en una doctrina publicada. Explicó que, la posibilidad teórica de empleo de estas armas existe, pero no hay necesidad de hacerlo ahora.
En principio, las armas nucleares han estado «sobre la mesa» para Rusia desde el principio del conflicto ucraniano, precisamente como medio de disuadir a Estados Unidos y a sus aliados de implicarse directamente. Sin embargo, los repetidos recordatorios públicos de Putin y otros funcionarios sobre el estatus nuclear de Rusia no han impedido hasta ahora una creciente escalada de la participación de la OTAN. Como resultado, ha quedado claro que la disuasión nuclear, en la que muchos en Moscú han confiado como medio creíble para asegurar los intereses vitales del país, ha demostrado ser una herramienta mucho más limitada de lo que esperaban.
De hecho, EEUU se ha propuesto ahora la tarea, impensable durante la Guerra Fría, de intentar derrotar a otra superpotencia nuclear en una región estratégicamente importante, sin recurrir a las armas atómicas, sino armando y controlando a un tercer país. Los estadounidenses están actuando con cautela, poniendo a prueba las respuestas de Moscú y ampliando constantemente los límites de lo que es posible en términos de armas suministradas a Kiev, así como la elección de sus objetivos. De empezar con «Javelins» antitanque a acabar engatusando a los aliados para que envíen tanques de verdad, Estados Unidos está sopesando ahora, al parecer, transferir cazas F-16 y misiles de largo alcance.
Es probable que esta estrategia estadounidense se base en la creencia de que los dirigentes rusos no se atreverían a emplear armas nucleares en el conflicto actual, y que sus referencias al arsenal nuclear del que disponen no son más que un farol. Los estadounidenses se han mostrado incluso tranquilos, al menos de cara al exterior, ante el despliegue de armas nucleares no estratégicas rusas en Bielorrusia. Tal «intrepidez» es consecuencia directa de los cambios geopolíticos de las tres últimas décadas y del relevo generacional en el poder en EEUU y Occidente en general.
El miedo a la bomba atómica, presente en la segunda mitad del siglo XX, ha desaparecido. Las armas nucleares han quedado fuera de la ecuación. La conclusión práctica es clara: no hay por qué temer una respuesta rusa de este tipo.
Se trata de un error extremadamente peligroso. La trayectoria de la guerra ucraniana apunta a una escalada del conflicto tanto horizontal (ampliando el teatro de la acción militar) como vertical (aumentando la potencia de las armas empleadas y la intensidad de su uso). Hay que reconocer sin ambages que, este impulso se dirige hacia una confrontación armada directa entre Rusia y la OTAN. Si no se detiene la inercia acumulada, tal enfrentamiento tendrá lugar, y en este caso la guerra, habiéndose extendido a Europa Occidental, se convertirá casi inevitablemente en nuclear. Y al cabo de algún tiempo, una guerra nuclear en Europa conducirá muy probablemente a un intercambio de golpes entre Rusia y Estados Unidos.
Los estadounidenses y sus aliados están jugando verdaderamente a la ruleta rusa. Sí, hasta ahora la respuesta rusa al bombardeo de Nord Stream, al ataque con drones a la estratégica base aérea de Engels, la entrada de saboteadores armados por Occidente en la región de Belgorod y muchas otras acciones del bando apoyado y controlado por Washington ha sido relativamente contenida.
Como dejó claro recientemente Putin, hay buenas razones para esta contención. Rusia, dijo es capaz de destruir cualquier edificio en Kiev, pero no se rebajará a los métodos de terror del enemigo. Sin embargo, Putin añadió que Rusia estaba considerando varias opciones para destruir aviones de guerra occidentales si tienen su base en países de la OTAN y participan directamente en la guerra de Ucrania.
Hasta ahora, la estrategia de Moscú ha consistido en dejar que el enemigo tome la iniciativa de la escalada. Occidente se ha aprovechado de ello, intentando desgastar a Rusia en el campo de batalla y socavarla desde dentro. No tiene sentido que el Kremlin siga este plan. Al contrario, es mejor idea clarificar y modernizar nuestra estrategia de disuasión nuclear, teniendo en cuenta la experiencia práctica del conflicto ucraniano. Las disposiciones doctrinales existentes se formularon no sólo antes del inicio de la actual operación militar, sino también, al parecer, sin una idea precisa de lo que podría ocurrir en el curso de una situación de este tipo.
La estrategia exterior de Rusia incluye una cesta de diplomacia exterior, campañas de información y otros aspectos, además de los elementos militares. El principal adversario debe recibir una señal inequívoca de que Moscú no jugará con las reglas establecidas por la otra parte. Por supuesto, esto debería ir acompañado de un diálogo creíble tanto con nuestros socios estratégicos como con los estados neutrales, explicando los motivos y objetivos de nuestras acciones. No debe ocultarse la posibilidad del empleo de armas nucleares en el conflicto actual. Esta perspectiva real, no sólo teórica, debería ser un incentivo para limitar y detener la escalada de la guerra y, en última instancia, allanar el camino hacia un equilibrio estratégico satisfactorio en Europa.
Respecto a los ataques nucleares rusos contra países de la OTAN, tal y como plantea el profesor Karaganov: Hipotéticamente hablando, lo más probable es que Washington no respondiera a un ataque de este tipo con una respuesta nuclear propia contra Rusia, por miedo a un lanzamiento de represalia ruso contra EEUU. Esto acabaría con la mitología que ha rodeado durante décadas al Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte y provocaría una profunda crisis para la OTAN, posiblemente incluso la disolución de la organización. Es posible que, en tales circunstancias, las élites atlánticas de la OTAN y la UE entraran en pánico y fueran barridas por fuerzas patrióticas que verían por sí mismas que su seguridad no depende en realidad de un paraguas nuclear estadounidense inexistente, sino de la construcción de una relación equilibrada con Rusia. También es posible que los estadounidenses decidan dejar en paz a Rusia.
Es muy posible que el cálculo que acabamos de describir acabe siendo correcto. Pero es poco probable.
Sí, probablemente no se produciría inmediatamente un ataque nuclear estadounidense contra Rusia. Es improbable que los estadounidenses sacrifiquen Boston por Poznan, como tampoco iban a sacrificar Chicago por Hamburgo durante la Guerra Fría. Pero probablemente habrá algún tipo de respuesta por parte de Washington. Quizá de tipo no atómico, que, sin especular demasiado alocadamente, podría ser sensible y dolorosa para nosotros. Es probable que con ella Washington intente perseguir un objetivo similar al nuestro: paralizar la voluntad de los dirigentes rusos de continuar la guerra y crear el pánico en nuestra sociedad.
Es poco probable que los dirigentes de Moscú capitulen tras un golpe así, ya que, a estas alturas, estaría en juego la propia existencia de Rusia. Es más probable que se produzca un ataque de represalia, y esta vez, cabe suponer, contra el adversario principal y no contra sus satélites.
Hagamos una pausa antes de este punto de no retorno y resumamos nuestro análisis provisionalmente.
¿Debería la bala nuclear introducirse de forma demostrable en el cilindro del revólver con el que los dirigentes estadounidenses juegan imprudentemente hoy en día? Parafraseando a un difunto estadista estadounidense: ¿Para qué necesitamos armas nucleares si nos negamos a usarlas ante una amenaza existencial?
Por otra parte, no es necesario asustar a los demás con palabras. Por el contrario, tenemos que prepararnos prácticamente para cualquier posible giro de los acontecimientos, considerando cuidadosamente las opciones y sus consecuencias.
La guerra en Ucrania se ha prolongado. Por lo que podemos deducir de las acciones de los dirigentes rusos esperan alcanzar el éxito estratégico apoyándose en recursos rusos, que son muchas veces superiores a los de Ucrania. También se basa en el hecho de que Moscú tiene mucho más en juego en esta guerra que Occidente. Este cálculo es probablemente correcto, pero hay que tener en cuenta que el adversario evalúa las posibilidades de Rusia de forma diferente a como lo hacemos nosotros y puede tomar medidas que podrían conducir a un enfrentamiento armado directo entre Rusia y EEUU/OTAN.
Debemos estar preparados para tal evolución. Para evitar una catástrofe general, es necesario volver a introducir el miedo al Armagedón en la política y en la conciencia pública.
En la era nuclear, es la única garantía de preservación de la humanidad.
Fte. Modern Diplomacy (Dmitri Trenin)
Dmitri Trenin es Director del Carnegie Moscow Center