La administración Biden ha tomado medidas drásticas para limitar la transferencia de tecnología a Rusia en los meses transcurridos desde que ese país invadió Ucrania. No es la primera vez que Estados Unidos libra una guerra tecnológica contra Moscú. A partir de 1945, Estados Unidos emprendió un esfuerzo de décadas para restringir el acceso de la Unión Soviética a las tecnologías militares y civiles más avanzadas.
No es del todo correcto decir que los controles de las exportaciones se inventaron para contener a la Unión Soviética, pero tampoco es del todo erróneo. Antes de la Segunda Guerra Mundial, los esfuerzos para controlar la exportación de equipos militares eran desordenados y no se centraban generalmente en la tecnología. En el caso Estados Unidos vs. Curtiss Wright, la sentencia que establecía que la administración Roosevelt tenía la autoridad inherente para impedir la exportación de tecnología militar a Bolivia creó el fundamento legal básico para la gestión de las exportaciones.
A partir de 1935, las Leyes de Neutralidad restringieron las exportaciones de armas de Estados Unidos a los combatientes, por la creencia de que estas armas podían desencadenar o prolongar las guerras.
Cambiando el enfoque de las batallas por la tecnología
El equipamiento civil que contenía tecnología con posibles aplicaciones militares era una cuestión totalmente diferente. Durante un tiempo, recibió poca atención. Estados Unidos exportó importantes cantidades de tecnología a la Unión Soviética en el periodo de entreguerras, al igual que Francia y Gran Bretaña.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos transfirió enormes cantidades de equipo militar a los soviéticos, incluyendo tanques, camiones y aviones. Algo que no exportó fue el B-29 Superfortress, un avión en cuyo desarrollo los estadounidenses habían gastado una enorme cantidad de dinero. No tenían intención de regalarlo sin más. Pero no importó: Los rusos se hicieron con tres aviones que aterrizaron tras los bombardeos contra Japón, los desmontaron y acabaron produciéndolo en grandes cantidades.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses creyeron que necesitarían una ventaja tecnológica significativa para contrarrestar la superioridad numérica soviética, y por ello instituyeron normas estrictas sobre la exportación de equipos con aplicaciones militares. Gran parte de este esfuerzo tuvo su origen en la carrera por hacerse con la tecnología nazi inmediatamente después de la guerra, cuando se hizo evidente que los soviéticos querían alcanzar a Estados Unidos en sofisticación militar. Las nuevas normas obligaban a las empresas estadounidenses a solicitar la aprobación del gobierno para la transferencia de tecnologías sensibles. Esencialmente, el nuevo régimen convirtió la tecnología militar, e incluso la no militar, en un asunto de seguridad nacional y, por tanto, en algo sujeto al escrutinio del Estado.
Reclutamiento de aliados para la causa
La estrategia estadounidense de gestión de la tecnología tenía un aspecto internacional pues, aunque diseñó el sistema para evitar que sus propias empresas transfirieran tecnología a la Unión Soviética, en la práctica muchos estados amigos se encontraron en el punto de mira de los controles de exportación, debido a la preocupación de que comerciaran con la URSS o con sus satélites de Europa del Este.
La manifestación internacional del control de las exportaciones fue el Coordinating Committee for Multilateral Export Controls, más conocido como CoCom. Diseñado para coordinar las políticas de exportación de alta tecnología en Estados Unidos, Europa Occidental y Japón, el CoCom entró en vigor en 1950. Estados Unidos se apoyó en los estados aliados, principalmente Japón y los miembros de la alianza de la OTAN, para limitar la transferencia de tecnología militar y de doble uso al bloque soviético, y a los clientes que simpatizaban con él. Esto incluía no sólo las transferencias desde Estados Unidos, sino también la tecnología desarrollada en Europa y Japón.
El sistema de protección que se concentró en el movimiento de cosas en los años 40 y 50, pronto se centró en las personas. Impedir que los soviéticos adquirieran tecnología era un problema, pero impedir que adquirieran conocimientos técnicos era quizá aún más importante. Esto se manifestó no sólo en las regulaciones de visado aplicadas a los académicos e ingenieros extranjeros, sino también en esquemas diseñados para evitar que personas sospechosas accedieran a conocimientos críticos. Incluso la difusión de información no clasificada se convirtió en un problema si podía conducir a la revelación de conocimientos clasificados. Los esfuerzos soviéticos por recopilar conocimientos científicos occidentales aumentaron sin duda la preocupación de Estados Unidos.
Vuelta a las restricciones tecnológicas
Todo esto fue costoso para Estados Unidos y para la comunidad científica en su conjunto. Los esfuerzos por limitar el acceso de los soviéticos al conocimiento redujeron necesariamente su capacidad científica, tanto por la compartimentación de la información como por el aislamiento de las comunidades científicas occidentales del conocimiento y la experiencia extranjeros. Sin embargo, los responsables políticos estadounidenses creían que los controles diseñados para limitar la interacción personal con los científicos soviéticos y simpatizantes de la Unión Soviética perjudicarían más a los rusos.
Posteriormente, durante la Guerra Fría, se debatió el papel del control de las exportaciones para mantener la supremacía tecnológica estadounidense. Por un lado, académicos y responsables políticos asociados al Department of Defense’s Office of Net Assessment destacaron la necesidad de que Estados Unidos se mantuviera por delante de la URSS en materia de tecnología para compensar la superioridad numérica soviética. Por otra parte, la distensión proporcionó la base para una serie de intercambios sociales y científicos entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Cuando la distensión disminuyó tras la invasión soviética de Afganistán, los partidarios de un control más estricto se impusieron. Se impusieron restricciones aún más estrictas a la cooperación científica y a la exportación de equipos de doble uso.
En un sentido importante, la campaña funcionó. La URSS no quedó completamente aislada de los desarrollos tecnológicos, pero la ciencia y la ingeniería soviéticas se vieron sin duda frenadas al no poder colaborar con los mejores académicos e ingenieros de Occidente. Se desarrollaron diferentes normas de investigación y publicación a ambos lados del Telón de Acero, y la tecnología militar y civil occidental se adelantó constantemente a sus equivalentes soviéticos. A partir de 1992 todo se aflojó y Rusia tuvo acceso a la tecnología internacional más avanzada.
En retrospectiva, puede parecer que las tres décadas que siguieron al colapso de la Unión Soviética representaron una ventana breve, brillante y fugaz en las relaciones científicas y tecnológicas entre Estados Unidos y Rusia.
Fte. 19fortyfive