¿Está Estados Unidos repitiendo sus viejos errores en Libia?

LibiaEstados Unidos vuelve a poner un pie en los asuntos de Libia, interrumpiendo su desinterés de años por el país rico en petróleo. ¿Es capaz Washington de superar los viejos errores y ayudar a poner fin a la interminable guerra?

Durante la sesión del Parlamento libio celebrada en la ciudad oriental de Tobruk el 15 de marzo, el recién nombrado primer ministro Abdulhamid Al Dbaiba y los miembros del consejo presidencial en funciones, encabezados por Mohamed Al Manfi, prestaron juramento constitucional y encabezaron oficialmente el Gobierno de Unidad Nacional (GUN) interino de Libia.

Esta histórica reunión de la Cámara de Representantes, que se espera que ponga fin a muchos años de diarquía y a la lucha por los jefes políticos, no era del todo previsible, pero sí el resultado tan esperado de un proceso de ritmo lento bajo los auspicios de las Naciones Unidas.

Stephanie Williams, la diplomática estadounidense que se hizo cargo de la Misión de Apoyo de la ONU en Libia tras la dimisión de Ghassan Salame, inició el Foro de Diálogo Político Libio. La plataforma resultó ser crucial para determinar la forma actual del GNU. Como resultado, muchos libios se refieren con escepticismo a la nueva administración como «el gobierno de Stephanie».

El éxito de la iniciativa mediada por Williams coincidió con la elección del demócrata Joe Biden como presidente de Estados Unidos y el reanimado interés de Washington por reconsiderar su postura en el conflicto libio. Mucho antes de que Biden asumiera el cargo, los representantes del Partido Demócrata y del Departamento de Estado de EE.UU. habían realizado esfuerzos concertados para alejarse de la política de no injerencia y de reducción de la presencia militar en el extranjero, algo a lo que el republicano Donald Tramp intentó, o al menos afirmó, adherirse durante su mandato presidencial. En aquel entonces, la Administración Trump y el Senado, dominado por los republicanos, lograron domar al Departamento de Estado y garantizar que la política exterior hacia los países de Oriente Medio y el Norte de África se mantuviera sin cambios.

La victoria de Biden en las elecciones presidenciales, así como la obtención de la mayoría en el Congreso, dieron luz verde a la reanudación de la expansión política y militar de Estados Unidos en Libia, que los demócratas han reclamado con tanta insistencia. El cambio de poder en Washington ya se ha dejado sentir en las declaraciones de la Jefa en funciones de la UNSMIL, Stephanie Williams, que culpó al ex asesor del presidente estadounidense en materia de seguridad nacional, John Bolton, de desencadenar un conflicto armado entre el Gobierno de Acuerdo Nacional y el Ejército Nacional Libio dirigido por Khalifa Haftar. Williams dijo que fue la conversación con Bolton la que impulsó a Haftar a lanzar una ofensiva militar sobre Trípoli en abril de 2019.

Estas declaraciones de la Jefa de la misión diplomática de la ONU indican claramente un cambio drástico en el clima político de Washington. Dejando de lado el principio de no intervención, Estados Unidos participa cada vez más en el proceso de paz y tiende la mano a las partes del conflicto.

En un intento de competir con otros actores extranjeros y restaurar la influencia parcialmente perdida durante el reinado de Trump, Washington ha adquirido la costumbre de realizar intervenciones verbales condenando la injerencia de otros estados extranjeros en los asuntos internos de Libia. Estados Unidos también ha adoptado la Ley de Estabilización de Libia, que prevé las sanciones contra todos aquellos que «amenazan la paz y la estabilidad» en el país norteafricano. La lista de los Estados cuyas actividades fueron consideradas sospechosas por Washington incluye a casi todos los países implicados en el conflicto libio de un modo u otro: Turquía, Rusia, los EAU, Qatar y Egipto.

Muchos analistas sugieren que Estados Unidos pretende evitar que Rusia y Turquía refuercen su dominio sobre la región. Al mismo tiempo, la «amenaza rusa» y la «amenaza turca» resultaron útiles para justificar los esfuerzos de Washington por aumentar la actividad militar y diplomática en la cuestión libia ante la opinión pública estadounidense.

Sin embargo, en un intento de dejar de lado a los países interesados y excluirlos del acuerdo político y la reconstrucción tras el conflicto, Estados Unidos corre el riesgo de estropear el frágil equilibrio en el país, repitiendo sus viejos errores.

El ex presidente de Estados Unidos, Barak Obama, expresó en repetidas ocasiones su arrepentimiento por Libia, calificando la falta de preparación de la Casa Blanca para las consecuencias del derrocamiento del líder libio Muamar Gadafi como «el peor error de su presidencia». La falta de un plan de acción por parte de Estados Unidos, extrañamente unida a una convicción ciega en su propia legitimidad, sumió a la nación norteafricana en una serie de guerras interminables y en un caos económico. De hecho, la Jamahiriya, con sus instituciones democráticas poco desarrolladas, parecía sencillamente no estar preparada para las reformas progresivas del sistema político autocrático, mientras que los países occidentales daban la espalda a Libia, dejándola sola durante las primeras etapas de la crisálida de su recién reclamada estatalidad.

Por tanto, para no caer en la misma trampa, Estados Unidos, así como otros países, si realmente quieren ayudar a Libia, tienen que desarrollar un plan de acción concreto y a largo plazo que tenga en cuenta los intereses de todas las partes implicadas. Esta misma cuestión ha sido el núcleo de la complejidad del conflicto libio, que ha pasado de ser una guerra civil a un enfrentamiento híbrido entre múltiples Estados extranjeros.

Es difícil, pero no imposible, alcanzar un compromiso entre los actores internos y externos en Libia. Aunque probablemente lleve más tiempo encontrar un camino hacia él y seguirlo, es sin duda la piedra angular de la solución sostenible del conflicto.

Fte. Modern Diplomacy

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