Puede que haya llegado el momento de evaluar los posibles usos militares del espacio más allá del paradigma común «satélite / antisatélite».
Las superpotencias emergentes han estado desarrollando los medios para extender su poder militar a la órbita terrestre casi desde el lanzamiento del primer satélite artificial, el Sputnik 1, el 4 de octubre de 1957. Los satélites proporcionan comunicaciones, navegación y reconocimiento de valor incalculable para las operaciones militares, pero a su vez esto incentiva la capacidad de negar al enemigo el uso de los mismos activos. Las armas antisatélite o ASAT se vienen desarrollando desde finales de la década de 1950, en un principio por la Unión Soviética y Estados Unidos, pero desde entonces han sido probadas por Rusia, China e India.
Mientras que la mayoría de los programas acabaron decantándose por diversas permeabilidades de misiles modificados o construidos ex profeso, las propuestas más «exóticas» incluían sistemas láser, interceptores cinéticos y variaciones de éstos preposicionados en el espacio. El Outer Space Treaty de 1967 prohíbe emplazar armas nucleares y bases militares en el espacio y en otros cuerpos celestes, así como «maniobras militares» vagamente definidas, pero no hay límites para las armas convencionales. Como demuestra la creación de la Space Force estadounidense en 2019, el uso de este dominio está creciendo rápidamente y empieza a abordar tecnologías y conceptos antes confinados a la ciencia ficción. Puede que haya llegado el momento de valorar los posibles usos militares del espacio más allá del paradigma común «satélite / antisatélite».
Si bien los ASAT forman parte de los arsenales militares, también existe la posibilidad de que armas situadas en el espacio ataquen objetivos en la Tierra o intercepten misiles que viajan por el espacio y la alta atmósfera. En 1974, la Unión Soviética usó su estación espacial militar Salyut 3 para probar con éxito un cañón de 23 mm en el espacio profundo, disfrazando el programa de puramente civil.
Estados Unidos ha explorado con frecuencia el concepto del uso de la órbita terrestre baja para lanzar proyectiles como barras de tungsteno sobre objetivos situados más abajo, aprovechando la energía cinética de la caída en lugar de explosivos. Estos proyectiles serían increíblemente difíciles de contrarrestar y podrían apuntar a búnkeres, puentes y otros objetivos similares. Conceptos similares podrían aplicarse a la defensa antimisiles basada en el espacio, como se exploró en los años 80 con la Strategic Defense Initiative (Iniciativa de Defensa Estratégica) de Ronald Reagan o el programa » Star Wars» (La Guerra de las Galaxias), o a los láseres basados en el espacio para cegar o inutilizar satélites espía hostiles. Con el aumento de las tensiones en órbita en los últimos años, puede que no pase mucho tiempo antes de que las armas se vuelvan unas contra otras en el propio espacio.
La Space Force informó en febrero de 2020 de que estaba vigilando la nave espacial rusa Cosmos 2542 cuando empezó a hacer sombra a un satélite espía estadounidense, acercándose en ocasiones a menos de 160 kilómetros, relativamente cerca para la escala del espacio. Antes, en 2017, Estados Unidos afirmó haber observado un satélite ruso similar que desplegaba un objeto más pequeño y luego lanzaba un proyectil. En julio de 2019, Francia inició un programa de armas espaciales para desarrollar defensas que incluyen láseres y enjambres de «nanosatélites» para contrarrestar objetos hostiles en órbita.
Otro concepto que intuitivamente parece descabellado pero que ahora está madurando es el viaje punto a punto a través de la Tierra mediante cohetes que entran brevemente en el espacio pero no alcanzan la trayectoria necesaria para una órbita completa: el vuelo espacial «suborbital». Este tipo de vuelos se exploró en los primeros años de la era de los vuelos espaciales, en los años 60, pero nunca salió de la mesa de dibujo. Pero los recientes avances de empresas privadas como SpaceX en etapas de cohetes reutilizables y de aterrizaje han reavivado la idea.
En 2021, el Pentágono anunció el Programa Rocket Cargo, con el objetivo de transportar 100 toneladas, el equivalente a la carga de un avión C-17, a cualquier parte del mundo en menos de una hora mediante la Starship de SpaceX, en fase de desarrollo. En enero de 2022 se adjudicó a SpaceX un contrato de cinco años por valor de 102 millones de dólares y, desde entonces, figuras del Departamento de Defensa han opinado sobre el uso de cohetes para una logística rápida que permita transportar desde ayuda humanitaria, munición y vehículos hasta el despliegue de personal para reaccionar ante sucesos como un ataque a una embajada estadounidense, probablemente motivado por las experiencias de Estados Unidos en Bengasi en 2012. Todos estos casos de uso deben tratarse con gran cautela. Como demuestran los programas de la Guerra Fría, muchos no pasan de ser conceptos o resultan prohibitivamente caros.
Además, el uso cada vez más frecuente de cohetes para atravesar la Tierra plantea un sinfín de problemas jurídicos relacionados con las definiciones de espacio aéreo internacional y soberano. Algunos casos de uso son más viables que otros: el uso de la Starship como ruta logística hacia instalaciones bien establecidas, como las bases estadounidenses en Europa, es mucho más probable que lanzar un cohete en medio de un país extranjero como «fuerza de reacción rápida», por ejemplo, lo que introduce enormes desafíos en materia de aterrizaje, seguridad y reutilización. El emplazamiento de armas en el espacio sería muy provocador y podría precipitar una carrera armamentística en rápida espiral en busca de armas destructivas en órbita, en la que una mayor probabilidad de que una nación ataque el satélite de otra sólo produce un nuevo punto de inflamación potencial en un momento en el que las tensiones son elevadas.
Sin embargo, la presencia militar en el espacio está proliferando y la innovación del sector privado en la industria está introduciendo nuevas posibilidades que es poco probable que países como Estados Unidos dejen pasar. Con el creciente desarrollo de armas espaciales y la previsión de que los seres humanos regresen a la Luna en 2024, se hace más urgente la coordinación internacional en materia de control de armamento y la firma de nuevos tratados sobre el uso del espacio.
Fte. Global Data