Las cifras de generales y almirantes retirados, que atacan al presidente Donald Trump, parecen aumentar cada día. Los intelectuales de la defensa expresan respeto y apoyo a esas críticas, y los medios de comunicación anticipan sin cesar renuncias masivas de oficiales.
Las críticas a los presidentes en ejercicio por parte de antiguos e incluso miembros en activo de las Fuerzas Armadas de EE.UU. no son nada nuevo. A George Washington le tocó su parte, y tampoco a todos les «gustó Ike». Sin embargo, al menos desde 1992, generales y almirantes retirados se han convertido, con demasiada frecuencia, en comentaristas muy visibles a ambos lados de la división política de Estados Unidos.
Hoy es peor que nunca, un hecho que debería preocupar profundamente a todos los ciudadanos americanos. Al realizar ataques ad hominem en lugar de ofrecer pruebas de fechorías, los críticos militares retirados del presidente se arrogan el papel de árbitro moral, una función sin fundamento jurídico en nuestra Constitución. Al tomar esta posición, estos generales y almirantes hacen un daño irreparable a la Institución que dicen amar y a la República a la que sirvieron durante décadas.
Los más conocidos de estos críticos son el general Barry McCaffrey, el general Michael Hayden, el almirante Bill McRaven, el general Vince Brooks, el almirante Mike Mullen, el general Jim Mattis y el general Colin Powell. Sus comentarios individuales expresan un tema común: Donald Trump carece del carácter moral y ético, capacidad intelectual, experiencia, porte, empatía y sentido de la dignidad para dirigir la nación de manera efectiva. El hecho de que esas alegaciones sean ciertas o no, es discutible; no constituyen una prueba prima facie de que el Sr. Trump haya socavado deliberadamente la legislación de su país, su juramento de cargo o la Constitución. Al lanzar ataques ad hominem, en lugar de ofrecer pruebas de actos ilícitos, los críticos militares retirados se arrogan el papel de árbitro moral, una función que no tiene fundamento jurídico en nuestra Constitución.
Además, como el esfuerzo fallido de la impugnación mostró, el comportamiento del Sr. Trump, aunque mucho menos convencionalmente «presidencial» comparado con el de sus predecesores inmediatos, no se puede probar que haya puesto en peligro la seguridad de la nación. Si los críticos poseían pruebas específicas, ya sería un asunto de dominio público. Los líderes de nivel estratégico no llegan a tales posiciones, sin aprender que la atención a los detalles, la comprensión profunda de un problema y las pruebas empíricas son fundamentales.
Por tradición, los generales y almirantes retirados muestran reticencia profesional hacia el Presidente en ejercicio. Poco después de ser despedido por el Presidente Trump, el general Mattis observó que «no se debe poner en peligro el país, atacando al comandante en jefe elegido», porque al hacerlo se socava la seguridad nacional. La distinción entre las declaraciones políticas partidistas y las recomendaciones políticas «no está bien definida», según el general Brooks, que admitió: «Y no creo que sepa» dónde está la línea.
Que nadie se engañe a sí mismo; en el entorno político contemporáneo, las recomendaciones políticas son recomendaciones políticas. En ausencia de un delito demostrable, la declaración del general Brooks de que «el silencio en sí mismo… puede socavar la Constitución», no tiene ninguna validez. Sería mucho mejor para el país y el Ejército, si los ex oficiales prestaran atención a la observación del General Joe Dunford de que «para el Ejército de Estados Unidos, ser apolítico es un elemento crítico del control civil del Ejército, un absoluto en una democracia». La alternativa es una dictadura militar».
Los llamamientos a un golpe militar por parte de celebridades, periodistas, académicos y tal vez incluso candidatos políticos son el resultado inevitable de que los altos oficiales retirados usen sus plataformas para socavar la administración de un presidente legalmente elegido. Lejos de defender su profesión, estos oficiales aceleran la muerte del militar apolítico y crean la percepción malsana de que, el Ejército de EE.UU. es ahora, como el de Turquía, el garante de una ideología particular. Esa conducta favorece los esfuerzos de los competidores y enemigos extranjeros por socavar la influencia estadounidense en todo el mundo.
Más premonitorio es el hecho de que los militares de hoy en día estén leyendo estos comentarios. La reputación de los críticos les da una enorme credibilidad dentro de los militares; su lenguaje intempestivo puede dividir las lealtades de los lectores. Esta situación tiene el potencial de paralizar nuestras instituciones militares más allá de la recuperación, corroyendo la cultura de la obediencia, la base del buen orden y la disciplina.
El buen orden y la disciplina descansan en el incuestionable contrato entre los soldados profesionales, de que sólo se emitirán órdenes legales, pero que todas las órdenes legales serán obedecidas. «Legal» no incluye «moral» o «ética» porque esos términos requieren una evaluación subjetiva, no una medida objetiva de la adhesión a un estatuto. Concedo que muchos oficiales militares de alto rango crean que el Sr. Trump es caprichoso, altamente emocional, combativo y terco. Esos rasgos deben aceptarlos o rechazarlos los electores, pero no los militares de Estados Unidos.
Los generales retirados que atacan el carácter del presidente y afirman que sus acciones amenazan con politizar el Ejército son intelectualmente deshonestos. Por sus propias acciones, estos oficiales socavan la transformación del Ejército, de sirviente apolítico a agente político. Si nosotros, la profesión militar, no nos vigilamos a nosotros mismos y volvemos a nuestro papel histórico de servidores públicos tranquilos y profesionales, legaremos a todos nuestros hijos una espada roñosa y oxidada, para que defiendan su república y sus instituciones democráticas. La estima que el pueblo americano tiene por los ejércitos se hundirá a niveles no vistos desde las entrañas de la guerra de Vietnam, y los intereses americanos y aliados alrededor del mundo serán desafiados en una escala no vista desde el momento más álgido de la Guerra Fría. No recojamos esa tormenta.
Fte. Army Times (Tom Hanson)
El Coronel retirado Tom Hanson sirvió más de 28 años en el Ejército de los Estados Unidos. Mandó unidades de infantería en todos los niveles, desde pelotón hasta batallón, y fue oficial de estado mayor en distintos niveles de unidades. Obtuvo su doctorado en historia en la Ohio State University. Los puntos de vista que expresa son los suyos, y no representan posiciones oficiales del Departamento de Defensa o del Departamento del Ejército.
Sé el primero en comentar