Si la invasión rusa de Ucrania y la amenaza del expresidente Trump de retirarse de la OTAN no espolearon a los aliados europeos de EEUU a arreglar el desequilibrio estructural en la defensa transatlántica, ¿qué podría poner esa asociación de seguridad en una senda sostenible?
Durante una era de dominio de la seguridad global de EEUU y de rivales inactivos, Washington podía arreglárselas para soportar cargas desproporcionadas en Europa, Oriente Medio y Asia pero, en la actualidad, los conflictos militares en Europa y Oriente Medio, el agresivo revisionismo ruso y las crecientes ambiciones y capacidad de coerción y proyección de poder de China crean una verdadera situación de crisis para EEUU que exige una respuesta europea más seria a largo plazo.
Los europeos han llevado a cabo un cambio importante en los últimos años, sin duda, gastando con Canadá, el 62 por ciento más en defensa ahora en comparación con 2014. Pero esta mejora no compensa el deterioro del entorno de seguridad mundial, en particular, la necesidad de EEUU de reforzar su postura en el Indo-Pacífico y prepararse para un posible conflicto. Al centrarse en alcanzar el objetivo de gasto en defensa del dos por ciento del PIB que se fijó en 2014, la OTAN, en términos de presupuesto de defensa, está librando la última guerra.
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Los líderes transatlánticos deben hacer frente a esta arriesgada situación y replantear su acuerdo de reparto de cargas. El objetivo político de la OTAN debería pasar de ser uno de gasto abstracto a unos compromisos tangibles, orientados a objetivos concretos y crecientes por parte de los aliados europeos, que proporcionen a los responsables estadounidenses la flexibilidad necesaria para cumplir con sus obligaciones de seguridad global, especialmente en el Indo-Pacífico, a finales de la década de 2020 y durante toda la de 2030 sin comprometer la seguridad transatlántica. La Alianza está ahora a punto de tomar decisiones cruciales en materia de planificación de la defensa, lo que representa un momento único para reconceptualizar los papeles y preparar la defensa transatlántica para el futuro.
Compromisos y temores
A los pensadores estratégicos norteamericanos les preocupa que las fuerzas convencionales de EEUU, con el tamaño de «una gran guerra», sean incapaces de sostener la estrategia de disuasión norteamericana tanto en Europa como en Asia más allá de 2026, tal y como refleja el reciente informe de la U.S. Strategic Posture Commission. No se trata de una cuestión partidista. Algunos extraen de él la conclusión de que Estados Unidos debería reducir sus compromisos con Europa para estar preparado ante un posible desafío a la estrategia de defensa estadounidense en Asia que marcaría una época. El atentado terrorista de Hamás contra Israel y la necesidad identificada por la administración Biden de canalizar la ayuda militar estadounidense a su socio más importante en Oriente Medio demuestran la posibilidad de que conflictos regionales imprevistos pongan aún más a prueba las capacidades de EEUU.
Desde el punto de vista europeo, el actual punto muerto en el que se encuentra EEUU a la hora de prestar apoyo a Ucrania y la posibilidad real de una victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2024 demuestran la imprevisibilidad de la política estadounidense y los riesgos para Europa. Trump no ha ocultado su disposición a considerar una retirada de EEUU de la OTAN si es reelegido. Lo intente o no, está prácticamente garantizado que usaría esa amenaza como palanca para obtener concesiones, militares, políticas o económicas, de los aliados europeos. La mera existencia de la amenaza serviría para envalentonar a los adversarios de Occidente, en primer lugar a Rusia. También haría tambalear la creencia europea en la fiabilidad de la promesa más solemne de EEUU a sus aliados, la solidaridad decisiva en una crisis militar
, lo que avivaría las fuerzas políticas centrífugas y debilitaría la cohesión europea. El expresidente Trump es un factor catalizador, pero los datos fundamentales muestran una brecha persistente y creciente entre las opiniones de los votantes republicanos y demócratas hacia la OTAN: la diferencia de favorabilidad alcanzó los 27 puntos (76% de partidarios demócratas frente al 49% de republicanos) en una encuesta reciente.
El interés de EEUU en una comunidad transatlántica libre, estable y próspera resulta innegable. Es una piedra angular del orden internacional que quiere mantener. La inseguridad en Europa no puede ser la solución. Teniendo en cuenta los claros signos de que el centro de gravedad estratégico estadounidense se está desplazando y la opinión pública se está polarizando, EEUU y Europa necesitan un cambio drástico para evitar una espiral de muerte de la confianza y apuntalar su mayor activo estratégico: el vínculo de seguridad transatlántico.
La parte que le corresponde a Europa
El deterioro de la dinámica de seguridad internacional requiere un nuevo entendimiento de seguridad transatlántica dentro de la OTAN, que desde 2014 se ha centrado en exhortar a los aliados europeos a aumentar su gasto en defensa desde los míseros niveles posteriores a la Guerra Fría hasta la marca del dos por ciento del PIB. Eso puede haber sido apropiado desde 2014 hasta 2022, antes de la guerra a gran escala de Rusia contra Ucrania, pero la reciente decisión de Moscú sobre una reinversión masiva y a largo plazo en su Ejército no debería dejar ninguna duda sobre la amenaza duradera para Europa. Alemania, que a menudo ha estado en el centro de las críticas debido a su falta de inversión en sus fuerzas armadas durante décadas, es un ejemplo de país que ahora está obstinadamente centrado en alcanzar el umbral del 2%. Berlín espera alcanzar ese objetivo el año próximo por primera vez desde 1991, a pesar de su actual crisis presupuestaria. Sin embargo, la tarea fundamental de Alemania y sus vecinos europeos no es sólo gastar más, sino gastar ese dinero adicional de forma que se aborden los cambios que se están produciendo en la seguridad internacional. Un mayor nivel de gasto por parte de Europa no garantiza por sí solo que las capacidades más críticas de EEUU estén disponibles en el futuro para otro teatro de operaciones.
La dependencia excesiva es contraproducente
El reto consiste en determinar compromisos específicos que refuercen la capacidad de disuasión y defensa de Europa frente a Rusia, resolviendo al mismo tiempo las preocupaciones fundamentales de los estrategas norteamericanos, que consideran que se avecina una disyuntiva estratégica entre Europa y Asia. Los dirigentes europeos pueden aliviar las preocupaciones de EEUU respecto a la sobredimensión de sus fuerzas, asumiendo por fin un compromiso político creíble que elimine con carácter de urgencia la excesiva dependencia de la OTAN respecto a las siempre limitadas capacidades militares norteamericanas, que el Pentágono necesitaría en una contingencia de seguridad asiática, y para las que los miembros europeos de la Alianza dependen demasiado de EEUU. Entre estas capacidades de alta demanda y baja densidad que se necesitan en ambos teatros se encuentran la defensa antiaérea y antimisiles, la supresión de la defensa antiaérea enemiga, el reabastecimiento en vuelo, así como la inteligencia, vigilancia y reconocimiento.
Uno de los principios de la planificación de la defensa de la OTAN es que ningún aliado debe ser responsable de proporcionar más del 50 por ciento de una determinada capacidad, pero en la práctica EEUU tiene que soportar esa carga con demasiada frecuencia. La buena noticia es que Europa tiene la capacidad tecnológica e industrial para proporcionar muchas de estas capacidades. Un buen ejemplo es el suministro de sistemas de defensa antimisiles a Ucrania por parte de varios fabricantes europeos, como el IRIS-T alemán y el SAMP/T franco-italiano. Los misiles de crucero Storm Shadow/SCALP de precisión y ataque profundo suministrados por Reino Unido y Francia han demostrado gran eficacia. Aunque cada vez hay más diferencias entre la tecnología de defensa estadounidense y la europea en ciertas capacidades, la industria de defensa europea sigue siendo capaz de producir muchos activos de gran demanda.
Ha llegado el momento de que los dirigentes europeos actúen. Durante los próximos tres meses la OTAN determinará sus Minimum Capability Requirements, una hito clave en su planificación de defensa que debe ser aprobada por el Secretario de Defensa Lloyd Austin, el Ministro de Defensa alemán Boris Pistorius y sus colegas de la OTAN cuando los ministros de defensa de la Alianza se reúnan en febrero de 2024. Estos requisitos determinarán las capacidades que debe tener la Alianza para garantizar que la OTAN pueda prevalecer frente a un competidor casi par, armado nuclearmente, y deben construirse de modo que no se vea afectada la capacidad de EEUU para participar en otro conflicto de gran envergadura.
Los europeos deben soportar la mayor parte de esta carga y asumir ahora este compromiso político y de planificación de la defensa para obtener resultados en pocos años. Acordar un programa ambicioso creará compromisos europeos plurianuales y multilaterales y aumentará la presión sobre la OTAN europea para que cumpla estas obligaciones, impulsando futuras decisiones sobre adquisiciones y presupuestos. Alemania, en particular, necesita este marco para mantener el rumbo de su política nacional. El Ministerio de Defensa alemán, por ejemplo, que ha subrayado su compromiso de cumplir rápidamente los objetivos de capacidades de la OTAN en sus Directrices de Política de Defensa recientemente publicadas, debería incorporarlas inmediatamente a las prioridades nacionales de capacidades que se espera finalizar en la primera mitad de 2024.
Adelantarse al periodo electoral
Existen razones diplomáticas de peso para que EEUU y sus aliados europeos preparen su equilibrio de seguridad para el futuro. Desde el punto de vista de la política estadounidense, un nuevo compromiso de los socios de EEUU demostraría el éxito de la apuesta de la administración Biden por revitalizar las alianzas. Aunque no pueda decirse que los asuntos exteriores decidirán las elecciones estadounidenses, ayudaría a neutralizar una previsible línea de ataque del adversario del Presidente en la campaña. La inminente campaña electoral también aumenta la capacidad de EEUU para presionar en favor de reformas internas en la Alianza. Para los europeos, existe un riesgo claro y ominoso de que EEUU se extralimite, y será inevitable redoblar sus esfuerzos, independientemente de la dirección política que tome Washington y de quién gane en noviembre. La perspectiva de configurar el pacto transatlántico con antelación es preferible a dejarse llevar potencialmente por el resultado de las elecciones presidenciales de 2024.
Una solidaridad europea reforzada en materia de defensa también serviría a necesidades políticas urgentes. Alemania ha descuidado su política europea y, como consecuencia, las fuerzas centrífugas están dividiendo el Continente. Las relaciones alemanas con Polonia se encuentran en su punto más bajo tras la Guerra Fría (impulsadas en gran medida por la extrema derecha polaca, ahora en vías de retirada del poder), la desconexión estratégica con Francia se está profundizando y las preocupaciones de los países del Este y del Norte de Europa amenazados por Rusia reciben poca atención. Es el momento oportuno para que Berlín desempeñe de nuevo su tradicional papel integrador y dé nueva vida a los esfuerzos de seguridad a escala europea. Un pilar europeo reforzado dentro de la OTAN puede tranquilizar a Europa Central al tiempo que implica a Francia e Italia en una iniciativa de gran envergadura que también puede servir a las ambiciones de defensa de la UE en el peor de los casos de una retirada de EEUU.
¿Cómo llevar a cabo este reajuste? La simple realidad es que en la OTAN no ocurre nada importante sin el liderazgo de EEUU y el acuerdo de los principales aliados: Reino Unido, Alemania y Francia, y dado su potencial militar y económico, Italia y Polonia deberían formar parte del círculo interno en esta cuestión. Las consultas que se realicen ahora deberían sentar las bases para una puesta en marcha en primavera. Normalmente la política y la diplomacia de la Alianza quedan ocultas a la opinión pública, pero los retos son demasiado grandes como para relegarlos a una gestión tecnocrática. La OTAN debería intentar que esta recalibración de los acuerdos de seguridad transatlántica se convirtiera en el tema central de la cumbre del 75 aniversario de la Alianza que se celebrará en Washington en julio del próximo año.
Demostrar que el reparto de cargas responde a un reto generacional en la era que estamos viviendo enviaría tres mensajes claros a los dirigentes políticos norteamericanos, a los socios europeos y a los adversarios por igual. En primer lugar, enviaría una inequívoca señal política a republicanos y demócratas en EEUU de que los aliados europeos liberarán capacidades de defensa críticas de EEUU, afirmando explícitamente que esté no tendrá que hacer una elección estratégica entre Europa y Asia. En segundo lugar, trazaría un camino concreto para que Europa asuma esa mayor cuota de responsabilidad dentro de la OTAN, lo que también proporcionará a ésta una póliza de seguro en caso de que EEUU disminuya alguna vez sus compromisos de seguridad transatlántica. Por último, demostraría a los escépticos de EEUU, así como a los posibles adversarios de cualquier lugar, que las instituciones que Washington creó hace 75 años para hacer frente a las secuelas de una conflagración mundial pueden adaptarse y afrontar con eficacia los retos actuales y futuros.
Fte. C4ISRNET (Jeff Rathke y Theresa Lütkefend)
Jeff Rathke es Presidente del American-German Institute de la Universidad Johns Hopkins y ha sido diplomático estadounidense y funcionario de la OTAN.
Theresa Lütkefend es becaria no residente del Global Public Policy Institute.