El agravamiento del conflicto palestino-israelí es un indicador del creciente desequilibrio del actual sistema de relaciones internacionales.
Este desequilibrio se caracteriza por la aparición de nuevos conflictos y la reanudación de los antiguos, con víctimas a gran escala y riesgos de mayor escalada. Al tiempo que reclama el liderazgo internacional y el papel de garante del orden internacional existente, Estados Unidos ha sido incapaz de impedir el crecimiento de otro foco de conflicto. Por ahora, sigue existiendo la posibilidad de aislar la nueva crisis sin permitir que se convierta en un conflicto entre los principales actores regionales. Sin embargo, el hecho mismo de la crisis sugiere que el tejido del orden surgido tras la Guerra Fría sobre las ruinas del sistema bipolar se está desgarrando por las costuras cada vez con más frecuencia. Resulta cada vez más difícil reparar esta evolución.
Los acontecimientos en Oriente Próximo han relegado los combates en Ucrania a segundo plano en la agenda mediática. Mientras tanto, la situación allí apenas habla en favor de la fortaleza del statu quo post-bipolar. Una señal de dicha fortaleza podría ser la vuelta de Rusia al estatus de potencia derrotada y la consolidación definitiva de los resultados del colapso de la Unión Soviética. Sin embargo, los hechos sobre el terreno cuentan una historia diferente. La ampliamente publicitada y costosamente adquirida ofensiva del Ejército de Ucrania no ha cumplido sus objetivos. El Ejército ruso aumenta lenta pero inevitablemente la presión en el frente. Las sanciones económicas no han provocado el colapso de la economía rusa. A pesar de los grandes daños sufridos, se adapta rápidamente a las nuevas condiciones. Occidente tampoco ha conseguido aislar políticamente a Rusia. Para los socios occidentales de las autoridades de Ucrania, el conflicto resulta cada vez más caro. Su precio puede aumentar en el futuro, teniendo en cuenta la retirada del material de fabricación soviética de las fuerzas armadas de Ucrania y la creciente necesidad de nuevos suministros. La economía ucraniana también necesita inyecciones externas en medio de las pérdidas militares, el fracaso demográfico y los persistentes problemas de gobernanza, incluida la corrupción.
Si el conflicto ucraniano fuera el único problema para Estados Unidos a la hora de controlar el orden posbipolar, podría correr menos riesgos. Los aliados occidentales podrían concentrar todo su poder en contrarrestar a Moscú. Pero la propagación de los problemas en otras direcciones complica seriamente las cosas. Hay que malgastar recursos no sólo en contener a China, sino también en apagar fuegos donde supuestamente no deberían haber estallado. Con una alta probabilidad, Washington podrá proporcionar a Israel importante ayuda militar y diplomática, limitando el próximo estallido del conflicto. Pero cada incendio de este tipo requiere la concentración de recursos materiales y financieros, que son limitados incluso para una potencia como Estados Unidos.
Además, hay otros problemas sin resolver. Así, muchos años de esfuerzos por impedir el crecimiento militar de la RPDC acabaron en fracaso. Pyongyang posee ahora ojivas nucleares y los medios para lanzarlas. La crisis en las relaciones ruso-estadounidenses la proporciona capacidad de maniobra: el posible aumento de la cooperación con Rusia irá en contra de los objetivos de Estados Unidos, mientras que antes Moscú era mucho menos problemático para Washington en ese ámbito. La situación es similar con Irán. La retirada de Estados Unidos del JCPOA en 2018 no llevó a Irán a abandonar posiciones sobre su programa de misiles y su política en Oriente Medio. Es más, creó las condiciones para que Irán retomara su programa nuclear. Tanto en el caso de la RPDC como en el de Irán, una solución militar al problema difícilmente es óptima. Quedan otros fuegos humeantes. Afganistán ha caído en el olvido, pero las fuerzas hostiles a Estados Unidos y Occidente se están fortaleciendo allí. En Siria, el gobierno de Bashar Assad conserva el poder, a pesar de las sanciones y los intentos de aislamiento. En África, los aliados de Estados Unidos están perdiendo influencia.
Los terroristas, los narcotraficantes y las redes de delincuencia transnacional no han desaparecido en ninguna parte. Era posible combatirlos conjuntamente con otros actores importantes, coordinando las políticas con ellos a través del Consejo de Seguridad de la ONU. Pero el nivel de confianza anterior se ha visto socavado.
Por último, en medio de la «guerra híbrida» con la irritada Rusia y las crecientes discrepancias con China, será más difícil contrarrestar eficazmente estos problemas. Al mismo tiempo, el conflicto ucraniano parece ser clave para el orden post-bipolar. El lanzamiento de la Special Military Operation en 2022 proporcionó a Estados Unidos una serie de ventajas tácticas. Washington tiene ahora una poderosa influencia sobre sus aliados en Europa. La OTAN ha recibido un nuevo impulso y su expansión está en marcha. La larga resistencia de los principales países europeos a las insistentes peticiones de Estados Unidos de aumentar su gasto en defensa y sus compras de armas por fin se ha roto. La militarización de Europa avanzará a gran velocidad. Los países europeos tendrán que pagarla ellos mismos, desviando recursos de los servicios sociales. Se han dado las condiciones para que los estadounidenses se apoderen, al menos parcialmente, del mercado energético europeo: lo que el expresidente estadounidense Donald Trump solo podía soñar sucedió casi de la noche a la mañana. Otro éxito táctico importante fue el control total sobre Ucrania. La capacidad de llevar a cabo operaciones militares y apoyar la economía depende en gran medida de Estados Unidos. El control de Ucrania o de una parte significativa de ella anula las perspectivas de resurgimiento del «imperio soviético», al menos en el teatro de operaciones europeo.
Sin embargo, desde el punto de vista estratégico, el conflicto ucraniano ha planteado serios problemas a Estados Unidos. El principal es la pérdida de Rusia como posible aliado, o al menos como potencia que no interfiere en sus intereses. A finales del siglo XX y principios del XXI, la propia Rusia estaba dispuesta a establecer relaciones de asociación en pie de igualdad con Estados Unidos, siempre que se tuvieran en cuenta sus intereses, especialmente en el espacio postsoviético. Está claro que Moscú no se fijó como objetivo «revivir la URSS» ni se esforzó por reformatear el espacio postsoviético. En todas las cuestiones clave de la agenda mundial, Rusia ha cooperado durante mucho tiempo con Estados Unidos o se ha abstenido de oponerse activamente. Se puede discutir durante mucho tiempo sobre quién tiene la culpa del creciente enfrentamiento mutuo: las posiciones de las partes son directamente opuestas. Los resultados son importantes: Estados Unidos pudo contar finalmente con una gran potencia, Rusia, entre sus oponentes irreconciliables. Moscú está estrechando lazos con China, a la que Washington considera una amenaza a largo plazo. El coste de un conflicto con Rusia para Estados Unidos se medirá no sólo y no tanto por el apoyo a Ucrania, sino también por el enorme coste de contener al tándem ruso-chino, así como por los costes de aquellos problemas en los que Rusia, con mayor o menor entusiasmo, perjudique a Estados Unidos. El hecho de que la propia Rusia soporte costes y pérdidas no mejora en modo alguno la posición de Estados Unidos.
El resultado final es que las ganancias tácticas del conflicto en Ucrania se convierten en una importante derrota diplomática para Washington en forma de un aumento del número de oponentes influyentes, cuando existían todas las condiciones para evitarlo. Para la UE, los costes estratégicos del conflicto, a pesar de sus ventajas tácticas, han resultado ser aún mayores. A ello contribuyen la proximidad geográfica del conflicto y los mayores riesgos para la seguridad en caso de un choque militar intencionado o no con Rusia. China, por el contrario, está reforzando su posición. Pekín obtuvo la paz en sus largas fronteras del norte, un gran mercado ruso y la dispersión de los recursos estadounidenses.
No se puede descartar que, en tales condiciones, Estados Unidos y sus aliados reconsideren sus ideas de derrotar a Rusia en el conflicto ucraniano a cualquier precio. La gran pregunta es cómo reconsiderará Moscú sus planteamientos. Rusia está comprometida con una lucha a largo plazo por sus intereses. Su nivel de confianza en cualquier propuesta occidental tiende al cero absoluto. La quema del liderazgo estadounidense en otros «quemadores» de la cocina política mundial reduce aún más la motivación para apoyar cualquier compromiso sin la plena consideración de los intereses rusos.
El desenlace del conflicto ucraniano, cuando quiera que se produzca, será un hito fundamental en el orden que está tomando forma ante nuestros ojos.
Fte. Modern Diplomacy (Ivan Timofeev)
Ivan Timofeev es Director de Programas de la RIAC y Director del programa » Contemporary State» en el Club de Debate Valdai.