El brote de coronavirus ha hecho saltar las alarmas del Partido Comunista que asiste a un levantamiento de la ‘opinion’ popular y de imagen internacional, como consecuencia de la dispersión de la enfermedad y las filtraciones de información que llegan a la sociedad, vía redes sociales e Internet, provocando indignación generalizada y desconfianza frente al régimen.
La gravedad del brote de coronavirus es un asunto de Estado, pero el control de las redes sociales lo es aún más para Xi Jinping. Pese a que China es un búnker en cuanto a Internet se refiere, gracias a su gran muralla digital que filtra e impide la información o el acceso a redes como Instagram, Google y otros servicios comunes en occidente, esto no quiere decir que el equivalente al Twitter o Whatsapp chinos no sean tan poderosos, o más, que las que todos los europeos o americanos usan en sus teléfonos móviles.
Precisamente la popularidad y poder de estas herramientas de comunicación social ponen en contra las cuerdas el sistema de control de masas y de información del gobierno chino para controlar a su pueblo y perpetuar su autoridad.
En el país donde el reconocimiento facial y el control de la ciudadanía mediante sistemas de puntuación individuales comienza a ser la norma, el control digital es hoy más fuerte y selectivo que nunca para ganar la «guerra del pueblo» promulgada por el presidente Xi contra un enemigo llamado coronavirus.
El retorno de las tácticas Mao
Controlar a más de mil millones de ciudadanos armados de redes sociales e Internet no es tarea fácil, ni siquiera para el Estado más controlador del mundo. Por este motivo el Partido Comunista de China ha sacado del cajón el viejo libro de control de masas que el expresidente comunista Mao Zedong usó durante sus actuaciones masivas.
En las últimas semanas el control digital no basta y desde Pekín se ha dado la orden de inundar las calles con representantes del partido con el fin de asegurarse el control social absoluto. La vigilancia cibernética se refuerza de esta manera con la sombra vecinal que pretende contener la expansión del coronavirus con pases de acceso de papel en los bloques residenciales, controles físicos en las estaciones de tren, o cerrando zonas rurales.
En la lucha por detener la propagación del virus y sus efectos contra la salud pública, la imagen del país y la amenaza contra el crecimiento económico que supone, los comités vecinales se han transformado en intermediarios entre residentes y las autoridades en un país que ha sido dividido en secciones, con el fin de ejercer un control total de la población.
Las viejas técnicas de Mao de carácter ‘presencial’ se refuerzan con los acuerdos con compañías de teléfonos para rastrear a los expuestos a virus digitalmente obteniendo y rastreando todas sus ubicaciones y movimientos en el pasado.
La lucha contra el 2019-nCoV ha hecho popular una aplicación que los ciudadanos pueden usar para comprobar si en algún momento de su vida más reciente o durante sus trayectos han podido estar expuestos al coronavirus. Todas estas son medidas que utilizan el Big Data recolectado por el Estado para tratar de contener la expansión de un virus que tienen como principal amenaza su facilidad de contagio.
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