Cinco Estados latinoamericanos se abstuvieron en la resolución de la ONU sobre Ucrania por estas razones

Durante la sesión especial de emergencia de la Asamblea General de las Naciones Unidas (AGNU) del 2 de marzo, sólo cinco Estados latinoamericanos renunciaron a condenar las operaciones militares de Rusia en Ucrania. Aunque ninguno votó «en contra», las cuatro abstenciones de Bolivia, Cuba, El Salvador y Nicaragua, más la negativa de Venezuela a participar en la votación, hicieron que se cuestionara su posición ante la crisis.

Compuestos por regímenes de izquierda, cuando no populistas, recurrentemente sancionados debido a acusaciones de violaciones de los derechos humanos, estos Estados, abiertamente antagónicos a la hegemonía estadounidense, cuentan desde hace tiempo con el suministro de material militar por parte de Rusia, el apoyo financiero mediante préstamos e importaciones de hidrocarburos y la validación retórica, mientras que algunas relaciones recuerdan al periodo de la Guerra Fría.

Aquí, una vez más, las implicaciones geopolíticas de la política de Europa del Este se reflejan en el espacio latinoamericano; por ejemplo, la reciente gira del viceprimer ministro ruso Yuri Borisov por América Latina, concretamente por Cuba, Venezuela y Nicaragua, para cortejar a los socios regionales y sentar las bases de un apoyo, aunque sea retórico, en medio de las crecientes tensiones en la región. ¿Cuáles son las posiciones de estos Estados en la cuestión ucraniana? ¿Y qué está en juego para ellos?

Bolivia

La Paz afirmó que la escalada del conflicto se debía a «la falta de diálogo y entendimiento», pero evitó nombrar directamente a Rusia. En este sentido, Bolivia retoma su tradición de neutralidad al tiempo que desaprueba las sanciones impuestas por Occidente a Rusia. Como dijo Freddy Mamani, viceministro de Política Exterior, la comunidad internacional no debe «garantizar la seguridad de algunos Estados a costa de la inseguridad de otros». La abstención de Bolivia de condenar a Rusia no es una sorpresa, dado su sincronismo durante anteriores conflictos internacionales, específicamente en el tema de Crimea en 2014, junto con Cuba, Venezuela y Nicaragua, y durante el asiento no permanente de Bolivia en el Consejo de Seguridad de la ONU (CSNU) por el tema de Siria en 2018. Tales posturas exponen los esfuerzos de La Paz por cortejar las concesiones rusas para la cooperación económica y de seguridad. Específicamente, desde 2006, en el reencuentro de Bolivia con Rusia destacó la exploración de gas natural, petróleo y litio, principalmente liderada por la empresa estatal rusa Gazprom. Asimismo, Bolivia ha deseado durante mucho tiempo la modernización militar a través del comercio de armas con Rusia, con el fin de combatir el narcotráfico, pero estos acuerdos se han estado dilatando durante años.

Cuba

Desde la reanudación de las relaciones bilaterales con Rusia en 2008, la cooperación en materia de infraestructuras e inversiones industriales y los préstamos financieros han supuesto un salvavidas para que el régimen cubano alivie los efectos de un bloqueo económico liderado por Estados Unidos.

En este sentido, el embajador cubano en la ONU, Pedro Luis Cuesta, ha acusado ferozmente a EE.UU. y a sus aliados de influir en el gobierno de Ucrania para que lance una operación militar contra Rusia; así, Cuba califica el comportamiento de Moscú de reactivo, si no preventivo, contra la progresiva expansión de la OTAN.

En este caso, el apoyo retórico cubano a las operaciones militares rusas aparece como un medio para asegurar la continuidad del patrocinio económico y diplomático. En concreto, estas declaraciones se produjeron tras la ratificación por parte de Rusia del acuerdo de aplazamiento de los pagos de una deuda de más de 2.000 millones de dólares hasta 2027, tras la visita de Yuri Borisov el 22 de febrero. Los acontecimientos relacionados con la oposición del Kremlin a Occidente han repercutido anteriormente en el Caribe, por ejemplo, la escala en la bahía de La Habana del buque de guerra ruso Viktor Leonov SSV-175 en 2014. Y lo que es más importante, el redespliegue de medios militares rusos en la región «no se confirma ni se excluye», como declaró recientemente el viceministro de Asuntos Exteriores, Sergei Ryabkov.

El Salvador

Las relaciones de El Salvador con Moscú son las menos significativas entre los abstencionistas. Hasta la fecha, el Ministerio de Asuntos Exteriores de El Salvador ha evitado cualquier comentario oficial sobre el tema, lo que representa su preferencia por la neutralidad, si no el desinterés por la política de la potencia europea.

Por ejemplo, El Salvador se ha abstenido igualmente de una declaración colectiva propuesta por Guatemala en la Organización de Estados Americanos el 25 de febrero, condenando las acciones de Rusia como «ilegales, injustificadas y una invasión no provocada de Ucrania». Sin embargo, se ha notado su ausencia. Josep Borrell, Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, ha pedido una posición más clara al presidente Nayib Bukele, instando a El Salvador a seguir a la mayoría de la comunidad internacional y «optar por un aislamiento total de Rusia y responsabilizar al presidente Putin de esta agresión».

Nicaragua

Se esperaba la abstención de Managua en la AGNU, donde los asertivos comentarios del presidente Daniel Ortega elogiaron las maniobras de Putin, al tiempo que transfirieron la culpa a los esfuerzos de expansión de la OTAN. Jaime Hermida Castillo, embajador de Nicaragua en la ONU, condenó las sanciones económicas y políticas de Estados Unidos y sus aliados, y señaló que la OTAN «lanza bombas de destrucción masiva contra la Federación Rusa».

Nicaragua ha respaldado históricamente la posición de Rusia en cuestiones geopolíticas de la región; por ejemplo, Ortega se apresuró a reconocer a Osetia del Sur y Abjasia cuando se separaron de Georgia en 2008. A cambio del apoyo político, Moscú continuó siendo el principal proveedor de equipamiento militar al régimen nicaragüense, un total de 143 millones de dólares desde 2009 (más del 90% del suministro total de armas), compuesto por carros blindados TIGR, tanques T-72, helicópteros Mi-17, entre otro armamento.

Bajo la premisa de la cooperación en materia de seguridad centrada en las operaciones antidroga, concretamente en la instalación del centro antidroga respaldado por Moscú, las relaciones de seguridad han fomentado proyectos de entrenamiento conjunto con operativos de Estados rusos y latinoamericanos. Un factor crucial de la relación es el acceso de Moscú a los puertos de Nicaragua con la incorporación de patrullas navales, un apéndice necesario para la potencial, aunque limitada, proyección de fuerzas en la región.

Venezuela

Nicolás Maduro también condenó las «acciones desestabilizadoras de la OTAN contra Rusia» durante una llamada telefónica con Putin a principios de marzo. Héctor Constant, embajador de Venezuela ante la ONU, respaldó claramente a Moscú en la sesión de la AGNU al negarse a participar en la votación, al tiempo que calificó la expansión de la OTAN de «actitud hostil progresiva contra Rusia y su integridad territorial».

Surgida como un movimiento estratégico para contrarrestar las sanciones de EE.UU. derivadas de la era de Hugo Chávez, Caracas se convirtió rápidamente en la principal piedra angular estratégica de Rusia en América del Sur, dando lugar a expresivas importaciones de armamento, así como a ejercicios navales conjuntos.

En este sentido, la acogida por parte de Maduro de bombarderos estratégicos rusos TU-160 con capacidad nuclear en 2013 y 2018, y un posible redespliegue de militares rusos en Venezuela, favorecen el apoyo a las actividades de proyección de poder estratégico de Rusia en el hemisferio occidental, el patio trasero de Washington.

Rusia tiene presencia constante como inversor en el sector de los hidrocarburos de Venezuela, concretamente en la exploración de petróleo por parte de Rosneft, que a su vez, junto con los préstamos financieros y el apoyo diplomático, fueron vitales para mantener el régimen a flote, especialmente bajo las fuertes críticas de Washington en medio de la crisis de Venezuela en 2019.

Aceptación reticente

La explicación general de la negativa de algunos Estados latinoamericanos concretos a condenar la agresión rusa en Ucrania es principalmente geopolítica e ideológica.

Estos cinco Estados operan desde hace tiempo al margen de la órbita regional de Estados Unidos, si no en la marginación. Como tales, la supervivencia de estos regímenes, a menudo denominados autoritarios, depende de la longevidad de la cooperación financiera de Rusia, en el caso de Cuba y Bolivia, y, lo que es más importante, de la seguridad y el patrocinio diplomático, en el caso de Venezuela y Nicaragua.

Del mismo modo, mirando a las principales potencias regionales, aunque apoyan la resolución de la AGNU, México, Brasil y Argentina han hecho declaraciones tibias para evitar molestar a Rusia.

México, aunque mostró su empatía con Ucrania, se negó a imponer sanciones económicas a Moscú. Del mismo modo, tras la visita del presidente Alberto Fernández a Rusia, Buenos Aires también se negó a sancionar a Rusia, potencialmente debido a sus grandes esperanzas de cumplir con la prometida cooperación estratégica con Putin firmada en 2015.

El presidente Jair Bolsonaro, también de regreso de su visita a Moscú, habría preferido una declaración más equilibrada de la AGNU, mientras que se identifica la preocupación por las importaciones de fertilizantes rusos. A su vez, EE.UU. parece desconcertado con sus posiciones, en particular sobre la afirmación de Bolsonaro de que «nosotros [Brasil] somos solidarios con Rusia», ya que Washington ciertamente esperaba un mayor apoyo de sus principales aliados no pertenecientes a la OTAN, Brasil y Argentina.

Por último, si la posición de Rusia se deteriora a lo largo de su periferia europea, Venezuela y Cuba podrían volver a movilizarse, como ocurrió en 2008 y 2014 debido a la crisis de Georgia y Crimea, respectivamente, para aprovechar la posición de Moscú a través de presiones geopolíticas sobre EE.UU. mediante la escalada de la presencia militar en el hemisferio occidental y el patio trasero de EE.UU.

Fte. Geostrategic Media