La crisis tiene un origen sanitario y muchas caras. El dolor se envuelve en la niebla que generan el ruido informativo, la propaganda alborotada y las maniobras políticas. Necesitamos tener datos objetivos para valorarla y reconstruir nuestra vida como país. Podemos empezar por conocer el impacto de la pandemia en muertes.
Desde el inicio de la crisis nos enfrentamos a una enorme confusión en el manejo y difusión de la información estadística, lo que dificulta su utilización para los estudios de la evolución de la pandemia en España. Para apoyarnos en cifras relevantes verificables, acudiremos al Sistema de Monitorización de la Mortalidad diaria (MoMo), elaborado a partir de los registros civiles del Ministerio de Justicia. El MoMo observa cuántos fallecidos ha habido en el mismo día durante una serie de años; por ejemplo, en los últimos diez. Así sabremos si un período del año actual resulta extraordinario por superar la cifra esperada de fallecimientos.
El último informe tiene fecha de 28 de septiembre de 2020. Según él en España hay tres periodos de exceso de mortalidad: uno, entre comienzos de marzo y mayo (42.311 muertes de más, entre el 11 de marzo y el 9 de mayo: 60 días); otro, del 28 de julio al 15 de agosto (una anomalía de 2.105 decesos en 19 días); y el tercero, entre el 1 y el 27 de septiembre (2.722 defunciones de exceso en 27 días). El INE, por su parte, reafirma esto al estimar 43.935 defunciones imprevistas hasta mayo.
Para Asturias, una de las CC.AA. con menor incidencia, el MoMo registra un único periodo de mortandad: la segunda semana de abril, en la que se registró un exceso de 110 óbitos. En el caso de la Comunidad de Madrid, una de las de mayor incidencia, los periodos son aproximadamente los mismos que para España, con una sobremortalidad de 13.993 fallecidos en los 61 días que van del 9 de marzo al 9 de mayo; 179 en los 38 días comprendidos entre el 31 de julio y el 6 de agosto, y 931 del 1 al 28 de septiembre.
En septiembre, aunque con distintas fechas iniciales de conteo y con datos aún provisionales, hasta la fecha de referencia (28-09-2020) solo seis de las 17 comunidades autónomas registran cifras de fallecidos por encima de los esperados. Son Comunidad de Madrid (931), Andalucía (296), País Vasco (146), Castilla-La Mancha (164), Murcia (41) y La Rioja (32). Que concentran el 59 % de la sobremortalidad registrada en España en ese período (2.722 personas; 10,2%, por encima de las defunciones esperadas: 26.764). Lo que supone que la diferencia entre los datos totales de España y la suma de las correspondiente a las CC. AA. con sobremortalidad en septiembre (1.112 defunciones) probablemente se deba repartir en las 11 regiones restantes.
Los datos de contagios aportados por el Ministerio de Sanidad parecen reflejar una segunda oleada de la pandemia, por alarmantes cifras, superiores a las marzo-mayo, pero según lo expuesto más parece oleada de pruebas. Las cifras no evidencian la existencia de una segunda oleada de fallecimientos, sino de pruebas diagnósticas con las que afloran los contagiados, por lo que las cifras oficiales del Ministerio de Sanidad registran más positivos que en los peores momentos de marzo-mayo. Pero en la “primera oleada” solo se detectó el 10% de los casos reales. Hasta el 10 de mayo, el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) registró 250.000 positivos notificados por las CC.AA.. En cambio, el estudio de seroprevalencia desarrollado por este mismo organismo a finales de mayo llegó a la conclusión de que algo más del 5% de las 60.000 personas participantes habían pasado el coronavirus. Por lo que la cifra real de positivos estaría, extrapolando este coeficiente a los 47 millones de españoles y ya en mayo, en torno a los 2,5 millones de personas. Diez veces por encima de las cifras de positivos que el Ministerio de Sanidad daba en ese mismo mes (algo más de 200.000); y muy por encima de los 716.000 positivos que da en septiembre.
Hay que tener en cuenta que se ha pasado de realizar entre 200.000 y 300.000 pruebas semanales en marzo-mayo, a más de 600.000 en septiembre. En total y según el Ministerio de Sanidad se han realizado más de once millones de test desde el inicio de la pandemia. Este aumento de pruebas diagnósticas parece ser la causa principal del fuerte aumento de casos positivos y de que la denominada “segunda ola” presente unas cifras muy elevadas de contagiados, pero no de fallecidos. Las CC. AA. que más pruebas han realizado presentan, aunque no en todos los casos, también altas tasas de positivos: Navarra, País Vasco, La Rioja, Castilla y León o Madrid están por encima de la medie en ambos parámetros.
El virus ahora parece ahora menos letal. La tasa de letalidad ha pasado en el grupo de mayores de 80 años del 21,8%, hasta el 10 de mayo, al 7,9%, desde entonces. En la cohorte de 70 a 79 años, del 14,6% al 2,0%; y en la de 60-69 años, del 5,2% al 0,6%. La tasa es prácticamente nula en los menores de 50 años, desde el 11 de mayo, según los datos de la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica. El 83% de los fallecidos en la sobremortalidad de septiembre tenía más de 74 años; el 6% menos de 65. Las muertes por Covid se sitúan en torno a las cien diarias en septiembre, una vez rectificados los datos aportados por el Ministerio de Sanidad. La sobremortalidad en España aporta 2.722 defunciones en el mes de septiembre (hasta el día 28), cifra notablemente más baja que la de la llamada “primera ola”: 42.311 muertes de exceso en dos meses, pues supone el 6%, en un mes, con respecto al total de los de marzo-mayo.
Sin embargo, la sensación es de alarma e incertidumbre, alimentada por las noticias de brotes y la amenaza de nuevas medidas tendentes a limitar las actividades productivas y la movilidad. Sobreimpuestas a las que ya se han tomado por organismos y empresas, sin que se presente una evaluación real de la situación y un horizonte estratégico general. Y sin que se aporten avances relevantes en el conocimiento científico de los mecanismos de difusión, ni sobre las causas de que la incidencia sea aparentemente mayor en España que en otros países europeos con menores restricciones. Los resultados son confusión y desconcierto, que se propagan de arriba abajo; y que España presente una de las peores evoluciones económicas de los países de la OCDE.
La crisis parece una y en realidad son varias y sucesivas. Unos países procuran enfrentarlas con apoyo a la continuidad de las actividades económicas, manteniendo erguidos los servicios públicos y planificando medidas para limitar en lo posible los efectos de la causa primaria, de sus derivadas y de las colaterales. Como la crisis muta en el tiempo, tiene momentos. Por eso es conveniente enfrentarla como un proceso.
Para hacer sostenible la capacidad de combatirla se necesita el compromiso individual, la responsabilidad social y el liderazgo orientador, visible y ejemplar; que de confianza. Con estos elementos y un buen plan se construye una estrategia que llamaremos de mitigación y resiliente. Hay otras, como las que tienden a paralizar la actividad, con el fin de eliminar los riesgos vitales. Lo que por una parte es imposible, mientras haya vida y, por otra, al congelar la actividad deja a buena parte de la población en una situación de dependencia de los ingresos de una política social cada vez más limitada por el aumento del déficit y de la deuda y que, en el colmo de las contradicciones, favorecerá solo la apariencia de congelación, pues la vida continuará circulando por canales subterráneos, más o menos cínicamente cubiertos, y justificados por la necesidad de una población progresivamente dependiente, ante el declive de la actividad productiva y la innovación. Que aceptará la intromisión en su intimidad y la pérdida de libertad, a cambio de una pícara protección, pues llevará aparejada el aumento del clientelismo y su consecuencia: la radicalización social, exteriorizada en enfrentamientos políticos. Ejemplos de la primera opción los encontramos en Europa, desgraciadamente Argentina es ejemplo de la segunda, con una población confinada desde hace seis meses largos, lo mismo que Méjico, por ejemplo.
No se debe detener la vida del país. No se puede ofrecer la seguridad total a la población. Los riesgos van unidos a la vida y a la libertad de decidir. Apretar la crisis y torcerle el brazo, es el desafío social , al que se responde con la política, de buen gobierno, el propio de una sociedad democrática y madura , por contar con ciudadanos responsables de su país, sobre el que tienen derechos y deberes, y que, conscientes de los riesgos de sus decisiones, asumen las consecuencias de sus acciones, que intentan anticipar mediante la información rigurosa, libre y razonada, lo que les permite evaluar y adaptar su acción colectiva con facilidad y bajos costes. En cambio, no es buen método para la salud del país la propaganda y la utilización de la situación como una oportunidad para ganar posiciones en el juego partidista o en los mercados. Aunque inevitable, quizás sea también mitigable, si tenemos en cuenta que la crisis reestructura. Generará un nuevo escenario geopolítico. Y se repartirán de nuevo los papeles entre los participantes. El de España no puede ser el de muerto en el entierro. El virus no debe matar dos veces.
Fermín Rodríguez Gutiérrez (Catedrático de Geografía y Ordenación del Territorio)
Rafael Menéndez (Investigador del CeCodet de la Universidad de Oviedo)
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