En abril de 2021, la revista The Economist, calificaba a Taiwán, una isla situada a 180 kilómetros de la costa sureste de China, como “el lugar más peligroso del mundo”. Taiwán se encuentra en la llamada “primera cadena de islas” que controla el acceso de China al Pacífico occidental, e incluye una serie de territorios cruciales para la política de seguridad norteamericana.
Su historia está intrínsecamente unida a China desde el siglo XVII, cuando un gran número de inmigrantes empezaron a llegar desde las provincias de Fujian y Cantón en la China continental, conformando lo que sería la base étnica de la población actual. Tras la derrota en la guerra sino-japonesa de 1895, el gobierno Qing cedió Taiwán a Japón, que lo administró hasta el final de la segunda guerra mundial en que volvió a la entonces República de China con el consentimiento de los aliados norteamericanos. En 1949, con el triunfo las fuerzas comunistas lideradas por Mao Zedong, los restos del ejército nacionalista del Kuomintang (KMT) de Chiang Kai-shek se refugiaron en Taiwán, donde proclamaron la República de China defendiendo que su gobierno seguía siendo el legítimo de China. Este grupo de refugiados, que se conocieron como los chinos continentales, contaba con cerca de millón y medio de personas y dominó la política taiwanesa durante muchos años, aunque sólo representaba el 14% de la población.
El gobierno nacionalista de Taiwán fue reconocido por muchos Estados occidentales como el único representativo de China e, incluso, llegó a ocupar un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU hasta 1971 en que se transfirió el reconocimiento diplomático a Pekín, siendo Taiwán expulsado de la organización.
Desde entonces, Taiwán posee un estatuto jurídico ambiguo y existe un gran desacuerdo sobre lo que es Taiwán y cómo debe llamarse. Así, el gobierno taiwanés asegura que es mucho más que una provincia china, arguyendo que es un Estado soberano que nunca formó parte del estado chino moderno salido de la revolución en 1911, o de la República Popular China que se estableció en 1949. Por su parte, China da la vuelta a este argumento y considera que Taiwán fue siempre una provincia china que se tornó rebelde y que tarde o temprano volverá al redil de la Madre Patria, por lo que mantiene un absoluto compromiso con la reunificación, preferentemente de una forma pacífica, pero si fuera necesario por la fuerza.
Actualmente, solo 13 países (más el Vaticano) reconocen a Taiwán como un Estado soberano, si bien la mayoría del resto lo hace de facto. En realidad, Taiwán tiene gran parte de las características de un Estado independiente, incluyendo su propia Constitución, líderes democráticamente electos y unas excelentes fuerzas armadas con más de 170.000 efectivos, aunque su estatus legal sigue siendo confuso.
En los años ochenta, China y Taiwán empezaron a tender puentes y abandonar la retórica hostil de las décadas precedentes. Las autoridades de Pekín abogaron por una fórmula política que pasó conocerse como “un país, dos sistemas”, según la cual Pekín permitiría a Taiwán ejercer una cierta autonomía administrativa y económica, siempre que aceptase la reunificación con China. En cierto modo, se trataba de trasplantar a Taiwán el modelo que había sido implantado en Hong Kong. Esta oferta fue rechazada por Taiwán que, sin embargo, disminuyó el nivel de confrontación levantando las restricciones de visitas e inversiones en la china continental y proclamando en 1991 el fin de la guerra con la República Popular China. El rechazo de esta oferta llevo a China a iniciar un proceso de presión creciente sobre Taiwán. En 2004, Pekín aprobó la llamada ley Antisecesión, que declaraba el derecho de China a recurrir a “medidas no pacíficas” contra Taiwán, si intentaba separarse oficialmente de China continental.
La elección en 2016 de Tsai Ing-wen, la actual presidenta de Taiwán, del Partido Democrático Progresista (DPP), que se inclinaba hacia la independencia formal de China, supuso un nuevo revés para las relaciones entre ambos países. La reelección en 2020 de Tsai que obtuvo la victoria con un récord de 8,2 millones de votos, fue ampliamente interpretada como un rechazo a Pekín. En términos generales, el Partido Democrático Progresivo (DPP) favorece la independencia de Taiwán, mientras que el KMT se inclina por la reunificación.
Pero tan importante como el aspecto político, es lo que Taiwán representa económicamente para el resto del mundo. Taiwán se ha convertido en una gran potencia tecnológica en la que se fabrica el 60% de los chips de los equipos electrónicos cotidianos, desde teléfonos hasta ordenadores portátiles, o consolas de juegos. Una sola empresa taiwanesa, Taiwan Semiconductor Manufacturing Company, o TSMC, con un valor de casi $ 100 mil millones en 2021, tiene más de la mitad del mercado mundial de microprocesadores y es la única capaz de fabricar chips de menos de tres nanómetros, imprescindibles para la fabricación de las armas más avanzadas. Cabe imaginar que una adquisición china de Taiwán podría darle a Pekín una ventaja critica en el campo militar.
En los últimos años, las relaciones entre Taiwán y China se han ido deteriorando peligrosamente. En 2021, China comenzó a aumentar la presión al enviar aviones militares a la Zona de Defensa Aérea de Taiwán, un área autodeclarada donde las aeronaves extranjeras son identificadas y controladas en aras de la seguridad nacional. Pero el punto de no retorno fue la visita a la isla, en agosto de 2022, de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Nancy Pelosi. Pekín condenó su presencia como “extremadamente peligrosa” e inició una serie de ejercicios militares, incluido el lanzamiento de misiles balísticos, centrados en seis zonas de seguridad alrededor de Taiwán, tres de las cuales se superponen a las aguas territoriales de la isla.
Se ponía así fin a la política tradicional de Washington regida por la Ley de Relaciones con Taiwán de 1979, la cual consagraba deliberadamente la “ambigüedad estratégica” sobre sí defenderían los Estados Unidos militarmente a Taiwán en caso de un ataque chino. El endurecimiento de esta posición se puso de manifiesto en mayo del 2022, cuando el presidente Joe Biden afirmó en una entrevista a la CBS, que Estados Unidos defenderá a la isla con tropas “si hubiera un ataque sin precedentes”. El mensaje de Estados Unidos a China ha pasado a ser ahora de “claridad estratégica”: si invades Taiwán, te enfrentarás a una fortaleza militar que nosotros protegeremos y no podrás conquistar. La paradoja es que, hoy por hoy, Taiwán no podría resistir una eventual invasión sin apoyo norteamericano, pero también que, con ellos dentro de la ecuación de seguridad, no es posible lograr una paz duradera.
No cabe duda que en cualquier confrontación militar, las fuerzas armadas de China, un país que gasta más que cualquier otro excepto Estados Unidos en defensa, son muy superiores a las de Taiwán y que China podría aprovechar su amplia gama de capacidades, desde el poder naval hasta la tecnología de misiles, aviones y ataques cibernéticos para invadir la isla. Pero también es cierto, como nos están enseñando los últimos conflictos militares en Afganistán, o en Ucrania, que no resulta fácil a una gran potencia conquistar otra más pequeña. Al fin y al cabo, el gran problema que tiene China para cruzar el estrecho de Taiwán es que este no es precisamente estrecho. Si las Fuerzas Armadas chinas tratasen de forzarlo, muy probablemente gran parte de su flota sería hundida y las pérdidas serían, en cualquier caso y con independencia del resultado final, inmensas.
Es por ello por lo que la tensión entre China y Taiwán se ha ido canalizando por medio de demostraciones de fuerza y, sobre todo, grandes dosis de retórica dirigidas a las opiniones públicas locales y globales. No obstante, cuanto más provoque Taiwán a China con microagresiones, más dura será la respuesta de Pekín y se corre el peligro de que, si ambas partes siguen alimentando la tensión, se produzca un error de cálculo que lleve a un enfrentamiento armado.
Taiwán está actualmente en una encrucijada sobre su futuro en la que la línea roja para China es que proclame su independencia. El presidente Xi Jinping ha advertido contra ello asegurando que la isla volverá, por las buenas o por las malas, a pertenecer a China, algo que los taiwaneses parecen decididos a impedir a toda costa. Es difícil que se llegue a un escenario bélico de consecuencias impredecibles, al menos mientras Taiwán no tenga la certeza de su capacidad de lograr la independencia sin invasión, o mientras China no llegue al convencimiento de puede conquistar la isla a un costo razonable, algo impensable por el momento. Lo más probable es que, más allá de declaraciones retóricas y ejercicios militares, ambas partes se contenten con mantener pragmáticamente el statu quo actual que mantiene la puerta abierta a una eventual independencia de Taiwan, pero también a una futura reunificación con China, pacífica o por la fuerza.
Coronel Ignacio Fuente Cobo
Instituto Español de Estudios Estratégicos