En el panorama geopolítico mundial todos los indicios apuntan que a lo largo de gran parte del siglo XXI las dos superpotencias serán Estados Unidos y China. Ante esta situación, muchos medios de comunicación han publicado la expresión “Trampa de Tucídides” creada por el politólogo estadounidense, Graham T. Allison, en la mitad de la pasada década, referida al riesgo de guerra que genera el miedo a perder la hegemonía cuando un poder en ascenso rivaliza con un poder gobernante, como Atenas desafió a Esparta en la antigua Grecia. En nuestros tiempos, el temor es que China se convierta en esa Atenas ante una Esparta en la forma de Estados Unidos.
Aunque ya en el XIX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), en noviembre de 2017, Xi Jinping mostró la nueva visión de China del mundo anunciando la construcción de una comunidad global para contribuir a la paz y el desarrollo de la humanidad; la implantación del nuevo pensamiento sobre el socialismo con peculiaridades chinas en la nueva era; y la impulsión de la política exterior, empleando al Ejército de Liberación Popular (EPL) con la misión de ganar la guerra en cualquier parte del mundo, en el XX Congreso del PCCh del pasado mes de octubre, el presidente chino se postuló por un nuevo orden internacional, aunque bajo una arquitectura de seguridad internacional aún sin definir.
En general, una superpotencia es aquella que puede crear y mantener un orden mundial. Para ello se necesitan dos grandes elementos, poder y liderazgo. El poder precisa cuatro instrumentos: potente economía, capacidad militar, alta tecnología y una bien vertebrada estructura política. En cuanto al liderazgo, exige tres importantes cualidades: un entorno de confianza apropiado, capacidad de relaciones internacionales y una fuerte influencia, carisma y credibilidad sustentadas en intereses comunes.
En relación con el poder, en la economía y de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), en el año 2022, el PIB de China fue de 18.463.130 millones de dólares menos que el de Estados Unidos de 24.786.076 millones. El ambicioso objetivo de crecimiento del 5,5 % del PIB que se había fijado el Ejecutivo chino en la primavera del año pasado para el año 2022 se ha quedado tan solo en el 3%. En los últimos meses, varias predicciones apuntan a que los dos países se situarán en una cercana paridad estratégica en la próxima década, permaneciendo en esta situación hasta bien entrada la segunda década del siglo XXI. Estas predicciones chocan con las que existían hace apenas una docena de años cuando se decía que el PIB de China superaría al de Estados Unidos en el año 2026.
En la dimensión militar es preciso destacar algunos aspectos. Según el SIPRI, el gasto militar de China en 2022 fue de 292.000 millones de dólares, un 4,2% más que en 2021 y un 63% más que en 2013. El gasto estadounidense en defensa, el país que más gasta en el globo, alcanzó 877.000 millones de dólares en 2022, lo que supone tres veces más que la cantidad gastada por China, el segundo país con más gasto del mundo. El aumento del gasto en defensa de EEUU en 2022 se explica en gran parte por la ayuda militar y financiera que ha proporcionado a Ucrania.
Aunque las fuerzas militares chinas aún no se pueden comparar con las estadounidenses disponen de algunas capacidades como la de misiles hipersónicos o la de A2/AD (anti-acceso, denegación de área) que aún no dispone Washington. De acuerdo con el Pentágono, la Armada china dispone actualmente de más barcos de guerra que Estados Unidos, incluyendo portaaviones, submarinos, fragatas y destructores. Para 2025 tendrá 400 barcos y en 2030 llegará a 440. Mientras tanto Estados Unidos tiene como objetivo alcanzar 355 barcos de guerra para 2040.
En cuanto a la alta tecnología, existe una feroz competencia entre ambos países, especialmente, en el dominio de la inteligencia artificial y del sector de los semiconductores de alta gama. De hecho, cuando Washington trata de limitar el acceso de China a la tecnología puntera, Pekín ha prohibido importar semiconductores de la compañía estadounidense Micron. En el reciente foro tecnológico celebrado en Zhongguancun, cerca de Pekín, Xi Jinping ha apostado claramente por la “autosuficiencia tecnológica” y por una cooperación internacional. Quiere independizarse de toda tecnología procedente de Estados Unidos.
Si se habla de la estructura política de China, es preciso distinguir lo que es el Gobierno chino y lo que es el Partido Comunista de China (PCCh) que es el que realmente domina en el país de la Gran Muralla. El sistema no está vertebrado para disponer de una visión del mundo abierta y flexible toda vez que la tradición china siempre se ha sustentado en ser el Centro del mundo, siendo verdad que esta posición está cambiando con Xi Jinping.
Con referencia al liderazgo, al analizar la cualidad de establecer un entorno de confianza apropiado, se puede apreciar que China, hasta ahora no ha sido capaz de construir un clima de armonía y cooperación no solo en el área del Pacífico Occidental su espacio natural de influencia geoestratégica sino tampoco en el resto del mundo, con contadas excepciones.
En el campo de las relaciones internacionales donde se llevan a cabo todo tipo de acuerdos, asociaciones o alianzas internacionales, China se halla muy por debajo de la experiencia y capacidad estadounidense, cuya estructura y capacidad política le ha permitido establecer todo tipo de cooperación y colaboración con multitud de actores nacionales e internacionales. De hecho, China tan sólo ha establecido tres tratados internacionales de cierta entidad: la OCS (2001), los BRICS (2008) y la RCEP (2022). En cuanto a Iniciativas Internacionales es verdad que desde 2013 ha establecido la de la Nueva Ruta de la Seda (BRI en inglés), la del Desarrollo Global y la de Seguridad Global pero sus resultados han sido y son ambiguos.
Por último, cuando se trata de la influencia, carisma y credibilidad basada en intereses comunes enseguida se percibe que China no ha sido nunca un ejemplo a seguir por otros países por diferentes razones entre las que se encuentra su autoritario régimen comunista y confuciano, con independencia del modelo económico introducido por Deng Xiaoping en los años 80 del siglo pasado, basado en la economía de mercado, que se bautizó oficialmente como socialismo con características chinas. Confucio decía que hay que obedecer al poder como se obedece a nuestros padres.
Por otra parte, también es preciso tener en cuenta las vulnerabilidades de China. Desde su enorme dependencia de recursos energéticos hasta su falta de experiencia militar – la última guerra que tuvo China fue con Vietnam en 1979 – pasando por su implacable trato a la minoría uigur, las amenazas a Taiwán, la crítica situación en Tibet, los conflictos en la frontera con India o la agresividad china en el Mar de China Meridional en contra de intereses de los países ribereños con dicho Mar, impiden a Pekín dedicar mayor tiempo a los temas de estado más prioritarios e importantes.
En virtud de lo expuesto, aunque es cierto que China disfruta de un gran poder, particularmente en economía y en tecnología, también es verdad que su capacidad de liderazgo, añadido a sus vulnerabilidades, cuestiona la posibilidad de implantar y mantener un orden mundial con verdadera eficiencia y responsabilidad para sustituir a Estados Unidos como poder hegemónico a lo largo del siglo XXI.
General de División (R) Jesús Argumosa Pila
Jefe de la Escuela de Altos Estudios de la Defensa (2005-2009)
Asociación Española de Militares Escritores