La retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán ha puesto en tela de juicio el futuro equilibrio de poder en el país. Se prevé que China, que ansía la estabilidad en su vecindario, dé un paso adelante en Afganistán e intente asociarse con los talibanes. Mientras que intenta ocupar el lugar de Estados Unidos, China podría enfrentarse a una incómoda tensión entre sus políticas draconianas en Xinjiang y sus intentos de crear influencia con sus vecinos de mayoría musulmana.
Sin embargo, una relación fructífera entre Pekín y los talibanes tendría una resonancia mundial. Si esta asociación antiliberal tiene éxito, se convertirá en una historia de éxito del modelo autoritario, que fomentará el mayor retroceso global de la democracia y los derechos humanos. Para evitarlo y apuntalar la protección de los derechos humanos en ambos países, las democracias deberían centrar sus esfuerzos en Afganistán en un enfoque doble, mediante la labor diplomática para poner de manifiesto la hipocresía de Pekín en Xinjiang y apoyandolos derechos humanos y el buen gobierno sobre el terreno en Afganistán.
Relaciones Pekín-Talibán
Afganistán es el «nuevo campo de batalla» de las ambiciones internacionales de China. El país es el objetivo de la expansión del Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), un proyecto de infraestructuras emblemático de la iniciativa china «Belt and Road». En un claro intento de frenar preventivamente a los talibanes, que cada vez tienen más posibilidades de hacerse con el poder en Afganistán, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Pekín ha enviado una serie de tuits en los que pide a los talibanes que apoyen la paz y la reconciliación en el país y que rompan todos los lazos con el Movimiento por la Independencia del Turquestán Oriental, un grupo que históricamente ha luchado por un estado separado en la región uigur.
La relación entre China y los talibanes se describe de forma variable como productiva y potencialmente adversa. Por un lado, China considera que Afganistán es un terreno lucrativo para la expansión de sus super ambiciones de infraestructura. Por otro, la política islamista de los talibanes podría generar complicaciones dadas las atrocidades que Pekín está cometiendo contra sus propias poblaciones musulmanas en Xinjiang.
En un intento de contrarrestar estos desafíos, Pekín ha pedido a los talibanes que «denuncien el terrorismo», reflejando su preocupación interna en torno a los «tres males» del terrorismo, el separatismo y el extremismo en Xinjiang. Los talibanes han intentado asegurar a Pekín que no interferirán en las políticas chinas de Xinjiang.
Aunque el peso económico de China puede llevar a los talibanes a asumir ciertos compromisos, también tiene un sólido historial de ruptura de acuerdos. Hasta ahora, los incumplimientos de los talibanes en la condena de actos de violencia en otros lugares no parecen coincidir con las expectativas de China en materia de terrorismo. El Tehreek-i-Taliban Pakistan, un grupo que tiene sus raíces en los talibanes afganos, detonó recientemente una bomba que se cree que iba dirigida al embajador chino en Quetta, la capital de la provincia de Baluchistán en Pakistán. Al parecer, los talibanes afganos no están dispuestos a tomar represalias contra los grupos que amenazan los intereses chinos en Pakistán y que suelen refugiarse en Afganistán. Pekín tampoco ha estado nunca seguro de los compromisos de los talibanes, y nada indica que la actual inacción contra los distintos grupos militantes vaya a cambiar en el futuro. Esta tensión crea una cuña que las democracias occidentales pueden utilizar en su propio compromiso diplomático con ambas partes.
¿Cómo deberían responder las democracias?
La postura de la diplomacia de primera línea con los gobernantes en Afganistán debería abordar lo obvio: las acciones de Pekín en Xinjiang. Las democracias deberían centrarse en poner de relieve las extensas atrocidades cometidas en Xinjiang, lo que contribuiría a complicar las relaciones entre China y los talibanes. Esto reduciría las posibilidades de que una colaboración directa entre China y los talibanes construyera el atractivo de un gobierno autoritario afgano. Es posible que esto tarde en surtir efecto: muchos países de mayoría musulmana han apoyado públicamente las políticas de China en Xinjiang en Naciones Unidas. Sin embargo, plantear sistemáticamente esta cuestión podría hacer que Pekín tuviera que entablar algunas conversaciones difíciles con su nuevo socio islamista.
Dada la retirada militar de Estados Unidos, la labor humanitaria y diplomática en Afganistán tendrá ahora prioridad. Si el matrimonio de conveniencia entre China y los talibanes funciona, las democracias tendrán que adoptar un enfoque de «pequeña potencia» en el que la presión diplomática sostenida y coherente se centre en áreas específicas, como los derechos de las mujeres y las niñas. Las potencias democráticas deberían centrarse ahora en potenciar las organizaciones locales de la sociedad civil, cuyo número ha aumentado considerablemente en las dos últimas décadas, pero que se enfrentan a riesgos inmediatos de ataques y asesinatos. Un enfoque diplomático de fondo, centrado en la promoción de valores de igualdad a través del empoderamiento de las organizaciones locales, sería mucho más eficaz para apoyar el crecimiento de los derechos humanos y la democracia.
No habrá un enfoque sencillo para la nueva situación en Afganistán, pero eso no debería significar que las democracias deban resignarse y desentenderse. Eso tan sólo permitiría que China se convirtiera en un país más influyente para establecer normas en toda la región. La diplomacia de colaboración, en la que las democracias adopten un enfoque unificado contra los actores no liberales del país, será una forma eficaz de promover y defender los derechos humanos en ambos países.
Fte. The National Interest (James Jennion)
James Jennion es un analista y asesor de política exterior con sede en el Reino Unido, donde trabaja en derechos humanos y prevención de crisis.