El 25 de abril Italia celebró el aniversario de la Liberación. Tal día como ese las tropas nazis abandonaban el país y el régimen fascista se disolvía ante el empuje norteamericano. 75 años después, otro mal bicho, el coronavirus, comenzó su retirada de la península itálica después de haber provocado una gran destrucción. Hasta ese día se habían contabilizado oficialmente 26384 fallecidos a consecuencia de la epidemia, cifra que se incrementó con otros 6000 un mes después. Y hubo más, pues solo se registraron los fallecidos en los hospitales. Por ejemplo, en algunos valles del norte, en un mes se certificaron tantas muertes como las que habitualmente se producen en un año. Por su parte, el Istituto Nazionale de Stadistica comparó en un conjunto de municipios del norte, el número de fallecidos entre el 1 de marzo y el 4 de abril de 2020, con la media del mismo período en los últimos cinco años, encontrando un aumento de la mortandad igual o superior al 20% en el primer período.
En estos meses pasados, Italia debatió acerca del momento idóneo para la apertura de la actividad productiva; se preguntó por qué Lombardía, que se considera la región con mejor servicio de salud, fue la más afectada; si funcionó bien la interacción entre el gobierno del Estado y los regionales; si es necesario tener producciones en el territorio nacional para atender emergencias; y cómo se percibe la presencia de Europa en el país transalpino.
Sobre la primera cuestión, las autoridades locales, regionales y las asociaciones empresariales demandaron la apertura urgente de la producción, no solo ante el temor a la expulsión de las empresas italianas de los mercados, sino para ocupar el lugar de otros competidores más retrasados en la recuperación. Frente a esto, otra corriente solo incluía en la ecuación el riesgo sanitario. Posición menos compartida. Entre otras cosas, porque las diferencias en el impacto territorial de la pandemia fueron significativas, lo que alegaban quienes reclamaban la activación geográficamente diferenciada que, sin embargo, era discutida por aquellos que la consideraban improcedente, dada la interconexión de las regiones. El gobierno italiano parecía optar por un enfoque sectorial, al definir cadenas de producción en todo el territorio nacional y darles calendarios diferentes de apertura, según su capacidad para operar las medidas de “distanciamiento social».
Sobre la segunda cuestión, llama la atención que la rica Lombardía haya sido la más afectada, con 15662 fallecidos a 20 de mayo. Algunos consideran que su excelente servicio sanitario, que pivota sobre el sector privado, ha descuidado, precisamente, los ámbitos de reacción ante la epidemia; es decir, los centros de atención primaria y las urgencias, servidos por un sector público menguado en presupuesto y personal. La pandemia ha puesto de relieve la necesidad de mantener una sanidad equilibrada, además del compromiso profesional de los sanitarios, pues han muerto 163 médicos, 40 enfermeras y 14 farmacéuticos. Con todo, el porcentaje de sanitarios contagiados es inferior al registrado en España, a la que solo iguala Lombardía. A la vez, ha evidenciado la difícil coordinación entre los gobiernos regionales y el general. La asistencia sanitaria se gestiona en la primera escala y las emergencias en la segunda. No ha quedado claro qué competencias y poderes acredita cada una, y dentro de la regional se han registrado reacciones opuestas, aún en las del mismo color político. La ocasión será aprovechada para el debate entre federalistas y unitarios.
La falta de equipos personales de protección sanitaria ha puesto de manifiesto el incumplimiento de los planes establecidos para hacer frente a las emergencias y crear depósitos de material sanitario. La carrera internacional para la compra de estos productos desveló la falta de producción estratégica nacional y puso de manifiesto la improvisación para hacerse con ellos.
Por último, está en cuestión la función de Europa. Al principio su reacción fue percibida como lenta y lejana, sin efectividad. La constante necesidad de la UE de mediar entre Estados que tienen posiciones muy diferentes, encontrar un acuerdo económico y fijar sus reglas, la alejan de los territorios locales, allí donde la gente pierde su trabajo y se enferma. No obstante, el debate en Italia al respecto, es siempre genérico y se reduce a la estéril contraposición -«sin Europa no se va a ninguna parte»- o -«lo hacemos solos, lo hacemos antes y mejor»-. Afirmación, esta última, que realmente nadie cree en Italia. Aunque surgen dudas, alimentadas por las indecisiones de Europa en términos de financiación de la crisis, y las generadas por un debate que trata de conciliar el acusado contraste geográfico entre el norte y el sur continental con la idea de identidad nacional europea. En Italia, se considera que las objeciones de los países del norte no están claramente motivadas, ni se razonan en los medios de comunicación, por lo que se extiende la sospecha de que son «posiciones preconcebidas», que dificultan el proceso de consolidación de la Unión Europea, como unidad política, social y solidaria, amenazando con hacerlo inacabable o imposible.
Durante la semana del 18 al 24 de mayo, Italia, aun registrando un promedio diario de 160 fallecidos por Covid-19, entró en la Fase 2 de contención, con apertura escalonada de las actividades, motivada por la insostenibilidad económica; es decir, la conciencia del desastre de continuar el cierre de los negocios. El debate, ahora, está focalizado en la recuperación económica y dirigido por la necesidad de tomar decisiones firmes para la Fase 3, pues el temor es la depauperación. Y hay una explicita crítica, puede que amplificada por propagandas interesadas, al aparato político estatal, cuyo entramado burocrático no consigue agilidad ni eficacia en la implementación de los decretos de apoyo a la economía.
También en esta Fase 2 se manifiesta una confrontación entre los gobiernos regionales y el del Estado, acerca del principio de autonomía y de quien resuelve la ecuación entre la necesidad de recuperar la actividad y las cautelas ante un virus presente y activo. La solución tomada por el gobierno del Estado ha sido delegar en los gobiernos regionales la toma de decisiones sobre la apertura y el bloqueo de actividades, reservándose el derecho de intervenir en el caso de inacción de las regiones.
La Fase 2 comenzó insistiendo en la responsabilidad ciudadana sobre la salud pública mediante su comportamiento virtuoso (sin reuniones, con máscara, guantes, lavado de manos…). Si durante el confinamiento quien buscaba, encontraba sin dificultad pruebas de la sociabilidad italiana. Durante la Fase 2 no hace falta buscar. La vida, especialmente la nocturna se ha reanudado con frenesí; tanto que las autoridades regionales, alarmadas advierten, paternalmente, que podrían ordenar el cierre nuevamente. Pero la mayor parte de los ciudadanos, después de dos meses de confinamiento, experimentan la Fase 2 como el final de un encarcelamiento, de una pesadilla. Ansían viajar fuera de su región de residencia, lo que harán a partir del 3 de junio, día en el que el país abrirá sus fronteras, con el firme propósito de atraer al turismo europeo y ganar por la mano a los países con los que compite en este resbaladizo y vital terreno, cuya importancia para la estabilidad va más allá de su significativa aportación al PIB nacional.
Como miembros de Eurexcter (*) nos hacemos varias preguntas: ¿una calamidad tan repentina y dura como ésta, podría ser un estímulo para una renovación social, económica e institucional en Europa?. Si la “nueva normalidad” fuese la de la realidad virtual, ¿qué consecuencias tendría dejar de lado la presencialidad?, ¿se acentuará la radicalidad política? Y, con ella, ¿se debilitará el proceso de construcción de la Unión Europea?
La red refuerza el auto-confinamiento en el sarcófago propio y proporciona una falsa sensación de libertad, por lo que uno acaba eligiendo solo lo que le gusta y borrando lo que le incomoda. Con un sencillo gesto, uno queda solo con sus sombras. No hay campo para la interacción imprevista y, por tanto, no se necesita la paciencia, virtud cívica que se entrena en la interacción social real, la que hace ver al otro en las múltiples dimensiones de la vida en comunidad: como un rival político, pero también como un amigo, como una ayuda, como un recurso frente a la adversidad, que no solo proviene del Estado. Frente al riesgo del radicalismo político, incremento del capital social, fundamento de la sociedad del bien-estar en Europa, basada en la cooperación positiva de los ciudadanos, enfrentados a la realidad de un mundo al que deben mirar a la cara y no detrás de una pantalla, con el fin de acercarse al final del largo proceso de la unidad política continental.
Fermín Rodríguez, Catedrático de Geografía
Roberto Zedda, Doctor Arquitecto
(*) Asociación para la Excelencia Territorial en Europa. Registrada en Francia, agrupa a universidades , ciudades y empresas de varios países europeos, y de la que los autores son directivos.
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